En El Salvador y en muchos países se acostumbra despedir el año viejo con fuegos pirotécnicos y con la tradicional reventazón de cuetes. Al filo de las 12 de la media noche, se lleva a cabo la detonación de morteros, volcancitos, tiros espaciales y luces de Bengala, entre otros.
Tras la quema de pólvora, las calles de pueblos y ciudades quedan impregnadas con el característico olor a pólvora e inundadas de papeles a medio quemar.
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Debajo de esa “alfombra” de basura se esconden muchos “cuetes” que no estallaron o que salieron “soplados”, como se dice en buen salvadoreño.
Hace varios años, esta situación era aprovechada por muchos niños y niñas, quienes madrugaban el 1 de enero para salir de sus casas y recorrer las calles en búsqueda de morteritos y palometas sin estallar.
Esta “tradición” se llevaba a cabo por varios motivos, la primera de ellas era por la falta de recursos económicos y simplemente por el puro deseo de divertirse.
Esta acción ha sido recordada en redes sociales, especialmente en Facebook. Rememorar esta situación tan peculiar ha provocado nostalgia en muchos.
“Mis papás no tenían pisto para comprarnos cuetes, es por eso que junto a mi hermano madrugábamos para ir a recoger cuetes soplados o lo que no habían reventado. Eran momentos tan bonitos”, expresa doña Mirtala Baires, originaria de San Vicente.
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“A los cuetes que recogíamos les sacábamos la pólvora y luego la quemábamos. ‘Anantes’ no nos quemamos haciendo eso”, comentó doña Francisca Amaya.
“No nos importaba estar desvelados; con mis amigos del barrio no íbamos temprano a recoger cuetes por las calles empedradas de Sensuntepeque. Los que estaban si reventar los raspábamos en la acera para sacarles la pólvora”, recuerda don Mario Sotelo.