Adolf Hitler y los vergonzosos secretos de su juventud contados por su único amigo

Desde joven fue un experto en oratoria y persuasión, después de ser rechazado por segunda vez en la Academia de Bellas Artes pasó a vivir como indigente.

Antes de convertirse en el líder nazi que todos conocemos fue un joven vagabundo viviendo de la bondad de judíos.

Por N. Hernández / Agencias

2019-11-06 3:45:45

Los años han pasado, se han escrito miles de libros, grabado películas, documentales que muestran todo el horror que se vivió en los campos de concentración nazis. La figura de Adolf Hitler ha sido estudiada por psicólogos, sociólogos, políticos, todos con el objetivo de conocer a este personaje y comprender cómo llegó a ser quien ordenó una de las mayores barbaries de la humanidad.

La imagen que se tiene de “El Tercer Reich” es la de un hombre soberbio, imponente y un excelente manipulador de masas, resulta difícil creer que en su juventud durmió en las calles, vestía como indigente y comía de lo que regalaban en los albergues comunitarios.

Gracias a los escritos de August Kubizek, quien fue el único amigo de Hitler, ahora se conoce un poco más de la vida que tuvo antes de ser el reconocido líder del imperialismo nazi.

En el libro de Kubizek “El joven Hitler que conocí” se relata la vida del adolescente Hitler, su carácter y los fracasos que tuvo; para muchos dar a conocer esta etapa de vida del pequeño Führer es una forma de justificación porque obviar su infancia ayudaría a arrebatarle por completo su humanidad.

Adolf Hitler cuando era un bebé, foto tomada por J.F. Klinger de Brauna, Austria, 1890.
Foto The Grosby Group

August y Adolf se conocieron, según el primero, “alrededor de la festividad de Todos los Santos en el año 1904”. Aunque esta fecha ha sido posteriormente calificada de falsa por algunos historiadores. Kubizek tuvo la oportunidad de conocer a Hitler porque ambos compartían el amor por el arte, el vínculo fue tan fuerte que durante cuatro años compartiendo la amistad y durante algunos meses el alquiler y la pobreza que los inundaba en Viena.

A pesar de ser pobre y no tener qué comer, Hitler parecía un joven de buena familia, según la definición de su amigo:

“Era un joven curiosamente pálido, delgado, de la misma edad aproximadamente que yo, que seguía con ojos resplandecientes la representación. No cabía duda de que era de una casa acomodada, pues iba siempre pulcramente vestido y se mostraba sumamente reservado. […] En una de las representaciones entramos en conversación en uno de los entreactos. […] Me sentí asombrado por la segura y rápida comprensión de mi interlocutor. No cabía la menor duda de que me era superior en este aspecto. Por el contrario, él reconocía mi superioridad cuando la conversación se refería a temas meramente musicales […] A partir de aquel día nos encontramos a cada representación de ópera”, escribió Kubizek.

¿Narcisismo? 

El joven Hitler no le gustaba ser retratado, por eso ahora no se tienen muchas fotos de su juventud.

“Mi amigo jamás sintió, por lo que yo recuerde, la necesidad de hacerse retratar. Era todo menos presuntuoso. A pesar de que se preocupaba mucho de su persona, no era presumido en el sentido corriente de esta palabra. Incluso me atrevo a decir que ser presumido era demasiado poco para él. Era demasiado inteligente para ello”, se lee en la obra.

También asegura que era un joven solitario y marginado. Según Kubizek, su amigo no sentía interés por las jóvenes ni el sexo, evitaba siempre el contacto físico y se oponía a “cualquier cosa que tuviera que ver con el cuerpo humano”, pero estaba seguro que sus escasas habilidades le convertirían en un reconocido artista o un arquitecto exitoso que trabajaría para el gran Reich germano.

Adolf Hitler hablando en el Reichstagssit. Foto The Grosby Group

En 1907 cuando se trasladó a vivir a Viena llevó una vida bohemia. Vivió en un minúsculo apartamento, muy deteriorado, que solo pudo pagar gracias a la pensión que recibía tras el fallecimiento de sus padres. También lograba vender a tiendas de muebles y a muy bajo precio alguno de sus cuadros. Además, Kubizek vivió con él desde febrero hasta julio de 1908 y le ayudaba a pagar la mitad del alquiler.

Durante esta época visitaba cafés frecuentemente hasta altas horas de la noche y dormía poco. En este tiempo, el escritor se dio cuenta que el joven Hitler era demasiado propenso a enojarse y que era imposible llevarle la contraria cuando exponía sus opiniones.

Su carácter y salud no encajaban totalmente, pues casi siempre se enfermaba y sus pulmones eran delicados: “Su salud era peor de lo que hubiese sido desear y él se lamentaba frecuentemente de ello. Tenía que protegerse ante el clima nebuloso y húmedo de Linz durante los meses de invierno. […] En resumen, era débil de pulmones”.

En cuanto a su físico agrega: “Era de estatura media y esbelto, por aquel entonces ya algo más alto que su madre. Su constitución no era en modo alguno la de un hombre fuerte, sino más bien delgado y frágil. (…) La nariz, muy regular y bien proporcionada. La frente, despejada y libre, ligeramente inclinada hacia atrás. Me sabía mal que, por aquel entonces, tuviera la costumbre de peinar su cabello muy hacia la frente”.

Hitler, el joven mediocre

Era un excelente orador desde joven, tenía el poder de persuasión y expresividad severa a la hora de conversar, su voz era grave y sonora.

“Yo le escuchaba gustosamente cuando hablaba. Su lenguaje era muy escogido. Rehusaba el dialecto, sobretodo el vienés, que le era adverso por su tono suave. […] No cabe la menor duda de que mi amigo Adolf fue, ya desde su primera juventud, un hombre dotado de una fácil oratoria. Y él lo sabía, hablaba a gusto y sin interrupción. (…) Gustaba de probar su fuerza de persuasión en mí y en otras personas”, describe su amigo.

El dictador alemán, Adolf Hitler. Las barbaridades cometidas por uno de los médicos que simpatizaba con su régimen volvieron a salir a la luz. Foto/ Archivo AFP

Hitler era de ese tipo de personas que acostumbran a ignorar los comentarios de las demás personas porque creían que carecían de importancia y su amigo Kubizek lo experimentó en más de una vez.

“La mayoría de las veces no respondía a lo que yo le había preguntado y se limitaba a interrumpirme con un gesto muy significativo de su mano. Más tarde, me fui acostumbrando a ello y ya no encontraba ridículo que aquel muchacho de dieciséis o diecisiete años desarrollara proyectos gigantescos y me los expusiera con todo detalle”.

Kubizek asegura que su amigo tenía un carácter maníaco y el primer indicio de esto era la preocupación por  su apariencia, ya que se obsesionaba por andar bien vestido aunque apenas tuviera dinero para comer.

Por ejemplo, tenía la manía de colocar sus pantalones planchados en el mismo lugar un día tras otro para evitar que se arrugaran, le gustaba verse como un burgués.

La suerte del joven Führer cambió en 1907 cuando presentó sus dibujos en la Academia de Bellas Artes y fue rechazado.

“Estaba tan convencido de que iba a tener éxito que, en el momento de recibir el rechazo, esto le golpeó como un rayo salido de la nada”, relata Kubizak.

En julio de ese año volvió a intentar y fue rechazado nuevamente mientras Kubizek fue admitido. Ese, seguramente fue un golpe a su orgullo y ego… el joven Hitler quedó humillado.

Casi sin dinero y avergonzado por su segundo y humillante fracaso en la academia, no quiso volver a ver a Kubizek. Dio el aviso, pagó su parte del alquiler y, mientras su amigo estaba todavía en Linz, sencillamente desapareció sin dejar ninguna dirección de contacto”.

El tiempo que siguió a este desenlace fue quizás el peor que tuvo el dictador nazi porque se quedó sin la pensión de sus padres fallecidos y empezó a vivir como un vagabundo.

“Durante meses residió en las calles, dormía en los parques y en los cafés que abrían toda la noche, debajo de los puentes, en las entradas de los edificios y, a veces, encontraba refugio en los albergues para indigentes y en pensiones de mala muerte”. 

Esta mala racha terminó en 1910 cuando se estableció en una vivienda comunal financiada por judíos y ahí fue como inició su camino hacia la Cancillería.

Adolf Hitler después de dispararse. Foto The Grosby Group

La última confesión de Adolf Hitler antes de suicidarse junto a su esposa

Las últimas palabras del dictador nazi fueron reveladas en el diario personal de Hans Baur, hombre que pertenecía al círculo de confianza de Hitler y a quien sirvió por 12 años.