“Ya van a pasar, son brujas que se convierten en monos y cuelgan de las ramas de los árboles cuando ya van para sus casas”, decía un abuelo a su nieto mientras señalaba la copa de una ceiba allá por 1986.
En ese momento era tarde de verano, el cielo estaba rojizo, y el niño en su ilusión creyó el relato; es más, no dejó de esperar el paso de aquellos singulares personajes por mucho tiempo.
Ese abuelo también contó al mismo niño como un día a primeras horas de la noche un cerdo fue “macheteado” a la entrada del cementerio municipal y al amanecer, cuando todos esperaban encontrar los restos del animal, se llevaron la sorpresa que en su lugar había una mujer.
Esos son algunos de los relatos populares salvadoreños, existen otros, algunos incluyen como escenarios la zona rural del país, otros la urbana, de cualquier forma los “sustos” y personajes mitológicos son parte de estas vivencias.
Estos son cinco relatos o personajes…
1. La mujer de la tumba
En el 2005, cuando recién se había construido el nuevo osario del cementerio general de Ahuachapán, uno de los empleados que recién había participado en la exhumación de un cuerpo, llegó a dicha estructura para depositar los restos que aún quedaban de la persona; pero a la entrada se encontró con una mujer que lo cuestionó sobre qué hacía en el lugar.
El trabajador sintió escalofríos y miedo, por lo que optó por salir corriendo hacia donde estaban sus compañeros para contarles lo ocurrido.
Incrédulos, el grupo se dirigió al osario para corroborar lo ocurrido. A la entrada del mismo aún encontraron la bolsa donde habían depositado los restos, la tomaron y a continuación entraron a la infraestructura, que queda en un sótano, muy por debajo del nivel del suelo del camposanto.
Cuando llegaron al centro, el espacio se iluminó y nuevamente apareció la mujer, que les pidió que se fueran y dejaran los huesos de la persona recién exhumada. Al interior se escuchaban voces de diferentes clases.
2. Descarnada
Se dice que una hermosa y joven mujer solía verse a altas horas de la noche en la carretera que conduce de Santa Ana a Chalchuapa. Ella acostumbraba pedir “ride” a los hombres que viajaban solos en la carretera.
Cuando el vehículo paraba y el hombre preguntaba hacia dónde se dirigía, ella les mencionaba algún lugar cercano y ellos no dudaban en subirla al vehículo.
“Pero, ya dentro del vehículo, la mujer empezaba a mirarlos de manera provocadora y a seducirlos”, según la publicación del sitio Leyendas Urbanas.
Pero eso no era todo, cuando los hombres empezaban a acariciarla y querer propasarse con ella, “la bella dama se transformaba, la piel se desprendía poco a poco, quedando entre las manos del hombre restos de piel y músculos. Incluso una vez que el hombre quedaba paralizado por el miedo y detenía sus caricias, el proceso de descomposición y degradación continuaba hasta que la mujer se presentaba como un esqueleto viviente”.
La víctima de “La Descarnada” quedaba en shock y era incapaz de explicar qué le había ocurrido.
3. Hierbas nacidas sobre sepulturas para preservar la salud
Igor López Hernández, el sepulturero del cementerio de Ahuachapán, tiene decenas de anécdotas por contar, esas las ha recopilado en sus más de 27 años de trabajar en el camposanto, pero hay una en especial que eriza la piel a cualquiera.
Este hombre de 58 años relata que para mantener su buen estado de salud pone en práctica el consejo que le dio “una mujer”, cuando apenas de tenía dos años de haber entrado a trabajar al camposanto, asegura.
Él narra que durante uno de los muchos recorridos que hacía, encontró a una hermosa joven, de aproximadamente 16 años, que estaba sentada en un sepulcro nuevo.
La mujer le llamó y le afirmó que él estaba enfermo, a lo que Igor se sorprendió porque tenía fiebre muy alta, pero no se lo había comentado a nadie.
“Me dijo ‘toma una flor de cada sepulcro, báñate y tómate el agua, eso te hará sanar’. Hasta este momento, me enfermo y con las hierbas que hay dentro del área me curo. Tomo una florecita de cada sepulcro; durante mis 27 años pasan enfermedades y a mis compañeros los sacan por enfermos y yo me quedo acá, trabajando”, expresa.
A la joven que le dio el consejo nunca la volvió a ver.
4. Llantos de niños
Los oscuros y rústicos caminos que conectan los cantones del municipio de Verapaz, en San Vicente, y otros pueblos aledaños de Cuscatlán, son los escenarios donde los “sustos” han hecho y hacen de las suyas.
Algunos habitantes de la zona como José Barahona Martínez, de 76 años, además de sus hijas, Lorena y Magdalena, relatan esas inquietantes vivencias. Algunas de esas historias hacen que se perturbe hasta el sueño.
Lorena y Magdalena se mecen en hamacas, y relatan algunas historias que han vivido en las cercanías de la casa donde viven. Ellas coinciden y hasta terminan de hacer los relatos.
La primera experiencia sucedió una noche cuando regresaban a casa tras asistir a la iglesia.
Al caminar en la calle principal del cantón, la cual parece una hamaca por la hondonada, escucharon el llanto de un niño. Esa solo fue una de las veces que han vivido la extraña experiencia.
Otra, atrás de la casa de ellas hay estanque, el cual por mucho tiempo fue usado para los regadíos de la hacienda vecina, y en más de una noche el llanto de otro niño ha salido de allí.
Lorena y Magdalena explican que el estanque mide unos 5 metros de profundidad por tres de largo y dos de ancho, además, dicen que lo que se ha dicho siempre es que un niño se ahogó allí, y él es quien también llora por las noches. “A veces, del monte se escucha una voz suave que pide ayuda, quizás es el mismo niño que se ahogó”, comentan entre ellas.
5. El Amatón negro
José Barahona trabajó gran parte de su vida trabajando en las carretas que trasladaban diferente productos entre el cantón Jiboa hacia Cojutepeque, ambos en Cuscatlán, en ese trayecto la aparición de un hombre, quien vestía de negro, fumaba puros y caminaba en cuatro patas, robaba la tranquilidad de quienes lo presenciaban.
“Se ponía cerca de unos amates, a media calle, esperaba que la gente se corriera y lo que llevaba lo botara, ya él iba con un saco a recoger”, relata José.
Sucedió hasta que un hombre tomó valor y se fue en su búsqueda.
“Llevaba tres varejones con punta para darle golpes cuando estuviera recogiendo las cosas, y así fue. Todo lo varejonió. Al día siguiente, supimos que Jesús Fitoria había amanecido todo golpeado, él era quien se convertía en ese otro animal”, concluye.