El 2022 será otro año retador para América Latina. Una pandemia que no cesa, crecimiento mediocre, malestar social extendido, una agenda electoral intensa marcada por la fragmentación y polarización, aumento de la incertidumbre y del riesgo político y una gobernabilidad bajo presión que se combina con una creciente erosión democrática nos alertan del escenario complejo y desafiante, pero también cargado de expectativas y de oportunidades que la región enfrentará durante los próximos doce meses. Recomendación: ajustarse el cinturón de seguridad. Atravesaremos zona de turbulencia.
El brutal impacto de la COVID-19 en América Latina durante 2020 y 2021 dejó una herencia maldita en el ámbito de la salud, la economía y lo social. La pandemia también sirvió de excusa para que varios presidentes concentraran ilegalmente poder mediante el uso abusivo de los estados de excepción, restringiendo indebidamente los derechos humanos.
A inicios de 2022 la situación sanitaria se caracteriza por la pandemia entrando a su tercer año potenciada por una nueva ola de contagios como consecuencia de la variante ómicron. Por ello, la capacidad para conseguir vacunas y vacunar al mayor número posible de personas es crítica para controlar la pandemia, reactivar la economía y crear empleo.
En el terreno económico las noticias son preocupantes: América Latina será este año la región de menor crecimiento a nivel mundial: 2.1 %, si bien con marcada heterogeneidad en una horquilla que va desde el 0.5% de Brasil al 7.3% de Panamá (CEPAL); Costa Rica 3.7%. La inflación será más alta y menos transitoria de lo esperado, lo que se traducirá en tasas de interés más elevadas. Si las proyecciones de crecimiento para 2022 y 2023 se cumplen, Latinoamérica se encamina -advierte José Antonio Ocampo- hacia otra década perdida (2014-2023), incluso peor que la de los años 80 del siglo pasado.
Radar político-electoral
El calendario electoral de 2022 será agitado y con fuerte impacto político regional. Arranca en febrero con elecciones generales en Costa Rica, sigue en Colombia, que tiene legislativas y primarias en marzo y presidenciales en mayo, y culmina en Brasil con las presidenciales de octubre. Habrá asimismo tres referéndums: uno en Uruguay (marzo), una consulta revocatoria de mandato en México (abril), y el plebiscito de salida de la nueva Constitución de Chile (2 semestre) así como varios comicios locales en México, Panamá, Perú y Venezuela. También hay que incluir las elecciones de medio período de los EE.UU. (noviembre), cuyos resultados, además de ser cruciales para los dos últimos años de la administración Biden, repercutirán regionalmente.
En Colombia y Brasil, los candidatos que lideran las encuestas son de izquierda (Gustavo Petro y Lula). De confirmarse la actual tendencia regional de voto de castigo a los oficialismos (desde 2019, en 11 de las 12 elecciones presidenciales perdió el oficialismo; la única excepción fue la farsa electoral nicaragüense) podría producirse una reconfiguración del mapa político sudamericano a favor del centro izquierda e izquierda, una nueva marea rosa, pero con importantes diferencias políticas entre la izquierda radical y la moderada, en condiciones económicas menos favorables a la del período anterior (2000-2014) y con ciclos políticos más cortos.
El escenario político latinoamericano se proyecta igualmente complejo y volátil. Habrá que estar pendiente de la grave crisis en Haití, la deriva autoritaria de El Salvador, el deterioro democrático en Guatemala y el rumbo del nuevo gobierno izquierdista de Xiomara Castro en Honduras. Hay que poner foco en la evolución de las dictaduras de Nicaragua, Cuba y Venezuela sin descartar alguna sorpresa. En Ecuador, el gobierno de Guillermo Lasso muestra problemas de gobernabilidad, mientras que en Perú la presidencia de Pedro Castillo es inestable y enfrenta la amenaza permanente de una moción de vacancia. En México, hay que monitorear el gradual proceso de erosión democrática que vive el país; en Argentina poner lupa en la frágil situación económica y las negociaciones con el FMI, mientras en Chile existe gran expectación con la orientación que tome el nuevo gobierno de Gabriel Boric y el futuro del proceso constitucional.
Riesgos políticos y triple desafío
Nuestro Indice (Riesgo Político América Latina 2022, centroestudiosinternacionales.uc.cl/publicaciones) alerta acerca de un fuerte aumento del riesgo político, la incertidumbre y volatilidad, e identifica los diez principales riesgos en el siguiente orden de importancia: 1) erosión democrática; 2) el cambio climático y la escasez hídrica; 3) las protestas sociales y la violencia; 4) la crisis migratoria; 5) las economías ilícitas; 6) la polarización política; 7) la caída de la inversión extranjera; 8) la creciente irrelevancia regional; 9) el incremento de los ciberdelitos; y 10) el auge de China en la región.
La combinación de estos riesgos genera un triple desafío para los gobiernos latinoamericanos. El primero, de gobernabilidad. Más de la mitad de los países muestran señales de erosión democrática -entre los que destaca Brasil que se encamina a una elección altamente polarizada- (IDEA Internacional), junto a una mayor tolerancia a gobiernos “no democráticos” mientras resuelvan problemas (51%) y una creciente indiferencia entre gobiernos autoritarios y democráticos (27%) según Latinobarómetro.
El segundo, de expectativas. Las frecuentes protestas sociales (varias de ellas violentas), lideradas mayormente por jóvenes, están relacionadas con expectativas frustradas de una ciudadanía que espera más pero con una economía, un modelo de desarrollo y un Estado incapaces de procesar el profundo cambio social de las últimas décadas y dar respuesta a esta revolución de expectativas y demandas. En este escenario, aumenta el riesgo de una nueva ola de malestar social.
Y el tercero, de certeza. La incógnita sobre el impacto de las nuevas variantes de la pandemia, los desquilibrios macroeconómicos y el menor margen fiscal aumentan los niveles de incertidumbre y de riesgo político.
Dar respuesta positiva a este triple desafío será retador para el liderazgo político. Los mandatarios –en su mayoría con bajos niveles de popularidad y en minoría en los Congresos–deberán escuchar mejor a sus ciudadanos y recuperar la confianza, reducir incertidumbre y riesgo político, hacer alianzas estratégicas con el sector privado y la sociedad civil, manejar expectativas, fortalecer la gobernanza y dar resultados concretos a los problemas reales de la gente.
Director Regional de IDEA Internacional/@zovatto55
(Publicado con autorización del autor)