“Mis padres murieron de eso; mi papá falleció hace 16 años, mi mamá, hace nueve. Mi hermano tiene siete años de fallecido. Mi sobrino hace cuatro años, y mi hijo de 20 años de edad está en tratamiento, le detectaron la enfermedad hace cuatro años. Y un cuñado se está haciendo diálisis”, dice Isilma Arely del Cid, al enumerar sus parientes que han sufrido de daño en los riñones, al igual que le pasa a ella.
Isilma tiene 35 años de edad y vive en el caserío El Espino, ubicado entre cantón Olomega y Los Conejos, del municipio de El Carmen, La Unión. Y como ella, hay cuatro vecinos más de esa comunidad que se encuentran recibiendo diálisis o hemodiálisis, los tratamientos que sirven para limpiar las toxinas del cuerpo, que es la función natural de los riñones, pero que debido a la gravedad del daño ya no pueden ejecutar.
Hace siete años, Isilma fue diagnosticada con Insuficiencia Renal Crónica (IRC) y, desde hace dos años, está siendo dializada en una clínica particular en San Miguel. Cada diálisis tiene un costo de 120 dólares, a esto se suma el pago a un vehículo particular que la traslada desde el caserío hasta el hospital.
“Yo no voy al hospital porque me querían hacer la diálisis en el estómago, he visto que la gente se muere rápido, mejor en la fístula. Voy en ocasiones, dos veces por semana o una vez por semana y la he dejado así porque se gasta mucho en el transporte. La doctora me ha dicho que deben de ser dos veces por semana, pero no ajusto. Trato de llevar la dieta para ir menos a la diálisis”, comenta.
El doctor a cargo le explicó a Isilma que su enfermedad podría ser hereditaria.
El caserío El Espino, en Olomega, es una comunidad pequeña de un total de 275 habitantes, donde la insuficiencia renal se ha convertido en un enemigo silencioso al que Jeremía Martínez, líder comunal, lo considera como un “virus” que no le encuentran explicación de su origen.

“Esa enfermedad viene de tiempo, yo no le podría decir qué tanta gente a muerto, pero hemos gestionado a nivel de municipio y no nos han escuchado, la mayoría tenemos pozos, pero se supone que ya no es un agua apta para tomar, pero si ya no se tiene otra opción es la única que tenemos, necesitamos un proyecto de agua potable”, aseguró Jeremías Martínez.
Aunque no cuentan con datos certeros, los habitantes consideran que en un lapso de 8 a 10 años han fallecido unas 12 personas a causa de la insuficiencia renal.
“Como comunidad pedimos que nos pongan agua potable porque hay niños pequeños que se pueden contaminar si es el agua que está mala, y también pedimos máquinas (de hemodiálisis) en los hospitales para la gente que llega, pedimos para los hospitales de La Unión y San Miguel” dijo Isilma Arely del Cid.
Otro de los pobladores afectados por la enfermedad es Eduardo Argueta, de 60 años, quien se realiza las hemodiálisis en el Hospital Nacional de San Miguel.
Eduardo ha trabajado toda su vida en el campo, como albañil y en la pesca; pero actualmente el ingreso familiar es una pequeña tienda y el apoyo de otros parientes.
“En lo económico es lo último, terriblemente, teníamos una ventecita y cayó de un solo, si vendíamos un 95% hoy solo 5% y la ganancia de la tiendita nos sirve para el transporte (al hospital) y eso es muy útil porque si no nos llenamos de agua, nos cansamos y podemos fallecer”, señaló.
Eduardo Argueta confiesa que la Insuficiencia Renal le ha cambiado la vida, “uno tiene que ser otra persona, he pasado momentos graves que solo Dios me ha podido sacar del hoyo, pase cuatro días y cuatro noches que no escuchaba, ni hablaba, ni miraba, solo resollaba, por eso decían está vivo”. Agregó que su estado anímico se ha visto afectado.

“Existen momento que uno quiere salir barajustados para el monte, es una desesperación, se le baja la hemoglobina y ya se quiere sangre, pero gracias a Dios me siento recuperado, me he puesto sangre cinco veces”, contó.
En la comunidad también vive José Misael Jiménez, es un hombre de 40 años que debe de salir a pedir dinero para poder cancelar los $120 semanales que requiere para poder realizarse una hemodiálisis en un hospital privado de San Miguel. Vive en una casa de adobe junto a sus padres, pero su madre María Juana Jiménez es quien atiende de él y su papá, que también está postrado.
María Juana asegura que en el Hospital de San Miguel le han negado las hemodiálisis a su hijo debido a una diferencia que ella tuvo con la encargada del área en el centro médico.
“Pedimos colaboración para llevarlo al hospital privado, pero también él tiene miedo de ir al hospital nacional porque tiene dañado donde tiene el catéter”, dijo María Juana Jiménez, quien se encontraba en la puerta de la casa a espera que un médico de la Unidad de Salud de Olomega llegara a ver a su hijo, quien se encontraba complicado de salud.
Emergencia
A un lado de la casa de José Misael vive Martín Mendoza, sin embargo no se encontraba en su vivienda porque salió de emergencia hacia el hospital. “No pudo dormir en toda la noche, se lo llevaron a pasar consulta”, comentó su madre, Natividad Andrade, quien recientemente perdió otro hijo a causa de la insuficiencia renal.
Juan Manuel Ortiz les brinda transporte privado a algunos de los pacientes con insuficiencia renal “me da tristeza ver que estas personas que se están haciendo diálisis y hemodiálisis con que sacrificio lo hacen y el gobierno no ve. Dicen que están haciendo, pero deben de poner más atención porque esto está pasando en esta comunidad”, señaló.
Cuando los pacientes son amigos de los propietarios de los vehículos pagan $30 por viaje, pero el precio puede incrementar. Por eso, en ocasiones, algunos se ponen de acuerdo para poder utilizar un solo transporte, debido que al caserío El Espino no cuenta con servicio de transporte público que los lleve hasta cantón Olomega y posteriormente a El Carmen, para seguir el recorrido hasta la ciudad de San Miguel.
