Durkheim decía: “La exclusión de los pocos es una amenaza a toda la sociedad, ya que supone una pérdida de los valores colectivos”. Esta frase puede aplicarse a problemáticas de género, pues los roles de género excluyen a las mujeres de ciertos rubros y da pie a la discriminación. En ocasiones, incluso, se estigmatiza a las mujeres, es decir, se les restringen sus derechos y se minimiza su injerencia en acciones sociales, académicas, políticas, laborales, etcétera.
Contemporáneamente, los temas de igualdad e, incluso, de equidad de género han cobrado mayor notabilidad, en especial con el alzamiento de voces femeninas. Muchos de los discursos que abordan estas cuestiones parten de la posición de desventaja en que se encuentra la mujer solo por su sexo. Y es que, desde hace siglos, existe una desigualdad de trato entre hombres y mujeres; el papel desempeñado por ellos ha sido sobrevalorado mientras que el de ellas es, en ocasiones, ignorado, infravalorado y hasta menospreciado. Con esto, el orden de las sociedades se basa en parte en la dicotomía entre lo masculino y lo femenino, fenómeno que afecta terriblemente a las mujeres.
Aun así, muchos no han comprendido la naturaleza de los reclamos que se hacen al respecto, pues piensan que lo que se busca es que las mujeres sean superiores a los hombres. Sin embargo, lo esencial aquí es comprender que las mujeres tienen una desventaja: ser “ella”. En este sentido, la igualdad no promueve la noción de que las mujeres y los hombres son lo mismo; más bien, implica que los derechos, las responsabilidades y las oportunidades de cada persona no deben depender del sexo con el nació. Después de todo, creo que cualquiera de nosotros se indignaría si, en un partido de fútbol, el marcador inicial fuera un dos a cero en contra nuestra y no un cero a cero.
De cualquier manera, la igualdad de género se ha convertido en un principio jurídico universal; pero para que se maximicen sus efectos prácticos hay que abogar por la equidad de género. Este concepto demanda transformar la posición de desigualdad y subordinación que las mujeres han ocupado a través de siglos con relación a los hombres en la esfera familiar, económica, social, política, cultural y en la misma historia, teniendo en cuenta circunstancias que pueden agravar o acentuar estas desigualdades, como la clase social, edad, etnicidad, orientación sexual o creencia religiosa de cada mujer. Así, la equidad de género comprende la necesidad de que se compense la falta de oportunidades que han sufrido las mujeres en cuanto a representación política, en el mercado laboral, entre otras, para que se consiga una igualdad real.
Ahora bien, para alcanzar la equidad de género, deben examinarse las desigualdades de trato entre hombres y mujeres, y rastrear sus causas. Estos análisis permiten identificar las áreas en las que debe apoyarse a las mujeres, lo que, a su vez, facilita que estas participen en distintos sectores de forma más justa, lo que, en el largo plazo, facilita el avance económico, social, etc.
Si bien ha habido avances en la consecución de metas para alcanzar la equidad de género, aún no se observa una igualdad de oportunidades plena entre hombres y mujeres. Lograr esto necesita de un largo proceso de cambio en las normas sociales, culturales, políticas y económicas. No obstante, la presión que ejercen muchas mujeres empoderadas sobre los gobiernos ha abierto el camino para llegar a la equidad de género.
Estudiante de Licenciatura en Ciencias Jurídicas
Club de Opinión Política Estudiantil (COPE)