El legendario ladrón de la felicidad no era feliz. Aunque ello fuera una paradoja. No se supo si llamársele “rey de los ladrones” -como al Dios Mercurio- o “el más pobre de todos.” Pero su mágica astucia le permitía robar todo lo que quisiera, sin importar a quién. Robaba por igual a mercaderes, a niños y guerreros; a reyes, dioses y al mismo destino. Era el único ladrón en la tierra que podía obtener lo que quisiera. Así anduvo por la vida, despojando de la felicidad a sus eventuales víctimas. Pese a ello él no pudo hacerla suya. Robaba por costumbre y no por necesidad. Así fue arrebatándole al mundo su efímera eternidad, sus sombras y sus gemas. Hasta se hizo ladrón de sueños y de paraísos. No obstante, de ser casi como un dios -que puede obtener las maravillas de su creación- no había hecho suya -como dije antes- la felicidad robada. ¿De qué le servían el oro y las perlas mal habidas si no le hacían feliz? Aún el amor que arrebataba, ya en sus manos dejaba de ser amor. Su triste drama era que de niño también a él le despojaron de la felicidad. Por eso -siendo ya rey de los raptores- hurtaba a otros su antigua dicha perdida, como vengándose del mismo destino. (I) (de: “Fábula del Ladrón de la Historia”)
El torvo ladrón de la felicidad

2021-10-04 7:11:24