En la época conocida como Clásica, la Grecia de Sócrates, Platón y Aristóteles, la educación estaba fundamentada en el principio de que lo más importante era enseñar al individuo a pensar. ¡Sí, a pensar!, con la capacidad de abrir su mente a toda la información que le rodeaba, pasándola por el tamiz del análisis, para luego generar conclusiones y, a partir de allí, las acciones necesarias para generar los cambios deseados.
Esto se hacía a través de la enseñanza progresiva y ordenada del TRIVIUM: la gramática (las palabras), la lógica (el pensamiento) y la retórica (la comunicación de las ideas con el propósito de convencer), la cual, en ciudades-Estado como Atenas, era aplicada a todos los ciudadanos.
Posteriormente, de manera muchísimo más restringida, se hizo lo mismo en lo que se conoce como la Edad Media. Aunque ciertamente en dicho período estaba reservado este tipo de conocimiento para quienes detentaban el poder eclesiástico.
Y cuando aparecen las primeras universidades en Europa, no se podía estudiar profesiones como filosofía o derecho, sino se tenía un dominio pleno de la formación en el TRIVIUM y en el QUADRIVIUM (del cual ya hablaremos en otra ocasión). Una persona que no dominase la gramática, la lógica y la retórica nunca triunfaría en estudios de derecho, de filosofía y de medicina.
En ámbitos filosóficos, este estudio organizado en tres escalones se ha conocido como: conocimiento, entendimiento y sabiduría. Pero modernamente podemos hacer un símil con la cultura informática y hablar de “entrada de información” en relación con la gramática (conocimiento), “procesamiento de información” en relación con la lógica (entendimiento) y “salida de información” en relación con la retórica (sabiduría).
No olvidar que TRIVIUM es una palabra latina que significa “tres caminos, maneras o vías”; pero cabe preguntarse, tres camios o vías ¿para qué?; pues para encontrar la verdad, que es un fin teleológico de la educación, porque quien encuentra la verdad encuentra la libertad, evitando el solipsismo.
Se esperó que, si este tipo de conceptos ya eran guías fundamentales de la educación en la época Clásica, en la Edad Media, en el Renacimiento, etc., la educación moderna hubiera reforzado este camino ordenado y coherente para acceder a una educación más que solo de calidad, que tuviera propósito, es decir, funcional. Que permitiera relacionarnos con el medio que nos rodea, con todas sus señales e información, de manera ecléctica, sabiendo formular correctamente las preguntas de ¿qué?, ¿quién?, ¿cuándo? y ¿dónde?; pasando luego a filtrar la información que recibimos, categorizarla y ser capaces de contestar la pregunta ¿por qué?; y finalmente, determinar el ¿para qué?, es decir, lo que se debe hacer con las conclusiones y con el conocimiento adquirido, de manera que tengamos una incidencia en ese mismo mundo que nos rodea.
Pero nos quedamos esperando, porque realmente en nuestro tiempo actual, y más en El Salvador, la educación no se orientó, desde la reforma de Beneke, para aprender a “pensar”, sino solo para aprender simples habilidades, desconectadas muchas veces unas de las otras; aprender a hacer, sin saber por qué o para qué lo hacemos, es decir, sin la posibilidad de que la educación nos sirva como camino para encontrar la verdad, o sea, sin posibilidad de que la educación nos genere libertad.
Consumimos información tal cual nos llega, no la procesamos, solo la aceptamos; no estamos formados para el análisis, sino solo para el consumo y, al final, no somos capaces de generar cambios en el entorno, y lo más dañino aún, ya no creemos en nada, es decir, hemos caído en el solipsismo.
Desde esa reforma de finales de los Sesenta, en El Salvador hemos venido en una debacle educativa que no se resuelve con simple escolaridad; se necesita cambiar a un modelo funcional, es decir, que sirva a los salvadoreños para entender lo que realmente pasa a nuestro alrededor y ser capaces de tomar acciones para cambiar lo que se deba cambiar. ¡Hasta la próxima!
Médica, Nutrióloga y Abogada
Mirellawollants2014@gmail.com