Es muy común que las personas confundan los conceptos de carácter y temperamento y que incluso usen los términos al revés, describiendo rasgos de temperamento como carácter y viceversa. El tema es importante, no sólo como curiosidad intelectual o académica, sino porque nos permite hacer un diagnóstico de los problemas que nos aquejan como sociedad.
“La señora Rodríguez tiene mal carácter” o “me gusta Yolanda porque no es víctima de su carácter” son dos ejemplos en donde los términos son tergiversados. Como no pretendemos hacer una disertación teórica, que quizá sólo interesaría a psicólogos o psiquiatras, no daremos definiciones complejas y nos interesaremos más en decir algo que se entienda. El temperamento y el carácter son los componentes fundamentales de la personalidad. No están apartados uno del otro, sino que interactúan dinámicamente. Hay elementos del temperamento en el carácter y del carácter en el temperamento. Ambos como dijimos, forman la personalidad, que a su vez tiene poderosa influencia sobre la conducta. Conducta es todo lo que hacemos, lo que pensamos, las preferencias y lo que rechazamos. Es el producto final de todo.
El temperamento es la parte biológica de la personalidad; en él intervienen la herencia, las hormonas, la zona emocional de nuestro cerebro. El ser impulsivo, colérico o calmado y paciente son rasgos del temperamento. En este sentido es más propio decir “la señora Rodríguez tiene mal temperamento”. Con carácter nos referimos a una dimensión más psicológica, más social. Nacemos con un temperamento (que a veces las madres lo detectan aún antes del nacimiento) pero no con un carácter. Éste se forma a través del aprendizaje y las experiencias. En el carácter van nuestras percepciones de la realidad, los valores que tenemos, la socialización que hemos logrado. La consideración a los demás, el respeto a las normas y las leyes, la responsabilidad y la integridad son elementos que pueden constituir el carácter de alguien. Asimismo, la falta de estos valores es parte del carácter. Desde un punto de vista conductual (no necesariamente la acepción que da la Real Academia) es correcto decir falta de carácter.
Todos tenemos un temperamento definido, pero podemos variar en cuanto al carácter. ¿Qué tan fuertes son nuestras convicciones? ¿Qué las debilita?
Pongamos el caso de un agente policial. Éste puede tener un temperamento fuerte, ser convincente, saber imponer su autoridad; pero si es susceptible al soborno, no demuestra carácter. Los jueces que son íntegros, que obedecen a la ley y no a las presiones, actúan con carácter.
Tomando todo lo anterior como referencia no es difícil determinar que uno de los mayores problemas de nuestra sociedad es el carácter o la falta de éste de sus individuos. Y esto aplica desde los funcionarios y las autoridades hasta las personas de a pie, el ciudadano promedio. Es casi un patrón del salvadoreño este problema de carácter. Personas que dicen una cosa y hacen otra, que se adaptan de acuerdo a las conveniencias, que venden su lealtad al mejor postor, que se corrompen con extraordinaria facilidad y sin remordimientos, que señalan la paja en el ojo ajeno y no ven la viga en el propio. Nos damos cuenta de eso todos los días. Afortunadamente aún hay muy honrosas excepciones, de las que también nos damos cuenta.
El carácter se forma en la familia, con los padres, sus enseñanzas y ejemplo. Se complementa en la escuela, por lo que es tan importante que los maestros lo transmitan.
Médico Psiquiatra.