Relato de una extorsión: “Nos dieron una oportunidad y un castigo: pagar el doble de la extorsión y violaron a mi esposa”

Una familia de cinco personas: dos padres y tres hijos. Los adultos trabajaban y tenían negocios propios en Mejicanos, cayeron en manos de la pandilla que los extorsionaba, denunciaron el hecho a la PNC y ahí vino su peor pesadilla. Ahora luchan por conseguir asilo en un país escandinavo, a donde huyeron.

descripción de la imagen
Es una amenaza latente en la sociedad.

Por Wiliam A. Hernández @walexhernan

2021-05-29 9:00:49

Aunque las autoridades se aplauden entre ellos por el “éxito” del Plan Control Territorial, que ha logrado una baja de homicidios, disminuir los desaparecidos y quitarle el control a las pandillas en el territorio, la realidad, en muchas colonias, es muy distinta.

El drama de muchas familias sigue y sigue, las extorsiones no han parado, la amenaza de las pandillas sigue viva en cada lugar de El Salvador. Aunque las autoridades pregonen que le han quitado el territorio a las pandillas, eso es falso.

Una familia de Mejicanos vivió todo un calvario con las pandillas que le cobraban extorsión para “protegerlos”, este es el relato que compartieron con El Diario de Hoy, desde un país escandinavo.

“Hola, somos una familia salvadoreña conformada por mis tres hijos, mi hija, que actualmente tiene 17 años, mis dos varoncitos de 9 y 8 años de edad, mi esposa y yo.

Además: Criminólogo advierte de extorsiones dentro de las universidades

Quiero contar nuestra pesadilla, la cual terminó con tantos sueños, sacrificios, años de trabajo y que nos obligó a huir de nuestro querido El Salvador.

Vivíamos en en el municipio de Mejicanos, éramos una familia de clase media acomodada, mi esposa y yo, ambos con empleos, y también ambos con un pequeño negocio (mi esposa, un salón de belleza y yo una pequeña empresa de remodelación de interiores), razón por la cual teníamos muy buenas entradas económicas.

Nuestros hijos estudiaban en colegios privados y, gracias al esfuerzo, no nos hacía falta nada.

Siempre fuimos víctimas de la extorsión, pagando, mes a mes, durante más de dos años, todo esto como una colaboración y por protección de la pandilla, quienes con amenazas nos decían que, mientras no falláramos y nos mantuviéramos en silencio, no habría ningún problema.

La extorsión empezó a aumentar y también aumentaba la presión y las amenazas, había un pandillero que me daba el celular de él para explicarme por qué de los aumentos de extorsión o cualquier amenaza que tenían que comunicarme.

Lee también: Actividades de recreo las más afectadas por la crisis, según estudio

Todo esto se volvió un fastidio, ellos estaban por todas partes.

Las extorsiones subían y subían, trabajábamos para pagar extorsión. Un día, cansados, hable con el pandillero y le dije que no podía continuar pagando esa cantidad, pues los negocios andaban mal y el sueldo que recibíamos era muy bajo para la cantidad que ellos pedían.

Él me decía que me entendía, pero que a sus jefes no les iba a gustar.

Al día siguiente, cuando llegaba a casa nuevamente, se me acercaron y dijeron que no les diera casaca, que la renta no bajaría, que esas eran las ordenes y que no querían pegarme un susto, me decían acordate que tenes una princesa (refiriéndose a mi hija) y los dos morritos chiquitos.

Después de eso, no dormíamos tranquilos, pagamos por última vez la extorsión y tratamos de poner la denuncia en la estación de Policía del mismo municipio. Para sorpresa de nosotros, nadie nos quería atender y cuando al fin nos llamó un oficial, al enterarse que queríamos denunciar extorsión, nos dijo: “que si estábamos seguros de lo que queríamos hacer, sus nombres y dirección estarán en la denuncia, ¿tienen hijos?, piensen en su seguridad, ¿cuánto tiempo han pagado la extorsión? Piénsenlo bien...

Nosotros no vamos a estar 24/7, no garantizamos protección, se tienen que cuidar solos, e inclusive nos preguntó si teníamos las posibilidades de abandonar el país. Mi esposa y yo nos mirábamos, el uno al otro, y con muchas dudas después de escuchar al oficial, educadamente le di gracias por sus “valiosos consejos” y regresamos a casa.

Confundidos y preocupados continuamos pagando por un par de meses más, cuando un día mi esposa desesperada decidió acudir a otra delegación policial y está vez poniendo la denuncia, la cual no sabíamos que marcaría nuestras vidas para siempre.

Después de una semana, todo se tornó muy tranquilo, nosotros pensamos que se debía a que las autoridades habían tomado cartas en el asunto.

El siguiente sábado, a eso de las 11:00 de la mañana golpean la puerta de la cochera de mi casa y, cuando veo, hay estacionado un taxi con tres de los pandilleros de la zona, en la casa nos encontramos mi esposa y yo, abajo, y mi hija en su cuarto, en la segunda planta. A mis dos hijos pequeños, mis padres los llevaron de paseo.

Así que me dirigí a la puerta a abrir y entraron violentamente a mi cochera, gritando que la habíamos (cagado) y que nos íbamos a morir, al escuchar los gritos, mi esposa también salió a la cochera y nos arrodillaron a los dos mientras nos apuntaban a la cabeza y nos decían que por qué fuimos a denunciarlos con la (chota), si nosotros sabíamos que ellos siempre se dan cuenta, se los dije, se los dije nos decía mientras llamaba desde su celular y decían: no me contesta el jefe, que (pedos) hacemos.

Yo suplicaba y le decía que hablara con su jefe, que siempre hemos pagado lo que ellos pedían. El me decía repetidamente que porque habíamos ido a la (chota) y que tenía que esperar ordenes, “rogale a Dios que no dé luz verde” nos decían.

No podría decir después de cuánto tiempo sonó el teléfono celular del pandillero, pues arrodillado, sentía que el tiempo era eterno, solamente contestaba (orale, orale, orale), yo les insistía, por favor, no nos hagan nada, vamos a seguir colaborando como siempre.

Terminó su llamada y dijo: bueno. Te vamos a dar una oportunidad pero con una condición y un castigo.

La condición es que el siguiente mes tenía que pagar el doble de la extorsión, al cual yo les contesto que no hay problema... pagaremos.

Ahora viene el castigo, me dijo, sonriéndose levantó a mi esposa y comenzó a tocarla y entre dos la violaron sexualmente, mientras yo hincado con la pistola en la cabeza lloraba al no poder defenderla, yo le pedía a Dios que la dejaran y que mi hija no bajara de su cuarto.

Finalmente me dieron un culatazo en la cabeza y dijeron no hay más oportunidades, si dejas de pagar los siguientes son tus hijos y por último vos, están en la mira, así que aunque cambies de casa te vamos a encontrar, me decía. Nosotros estamos en todas partes y estamos conectados, aunque te vayas del país, vamos a dar con vos, la mara no olvida, fue lo último que dijeron y salieron de mi casa.

Levanté a mi esposa y la lleve adentro. Mi hija, llorando, nos dijo que vio desde las gradas todo, ella se encerró en su cuarto pensando que nos matarían. Llamé a mis padres, quienes llegaron en cuestión de minutos, decidimos no llamar a las autoridades, tengo un tío que es médico, quien llegó a casa para ver a mi esposa.

Ante la desesperación, decidimos salir ese mismo día por la noche, rumbo a casa de un tío mío, en las afueras de San Salvador, permanecimos alrededor de dos meses escondidos, tuvimos que renunciar a nuestros empleos y abandonar nuestros negocios, ya no enviamos más a nuestros hijos a la escuela, vendí mis autos.

Mi esposa quería morir, no dormía, tenía pesadillas, eso era día tras día.

Un día, hablando con mi esposa, pues nunca recibimos alguna respuesta de la Policía con respecto a alguna investigación de la denuncia, ya teníamos dos meses escondidos, decidimos dejar el país y buscar el lugar más lejano posible y así poder tener la oportunidad de sanar nuestras heridas y empezar una nueva vida, desde cero y sobre todo donde nuestros hijos pudieran crecer libres y sin el temor a ser asesinados.

En enero 2019, emprendimos nuestra nueva aventura, con nuestros ahorros y ayuda familiar, salíamos del país con la esperanza de encontrar protección y una oportunidad de vida para los 5.

Después de dos escalas y dos días de viaje, llegamos a nuestro destino, emocionados, llorábamos abrazados en un país desconocido, una nación escandinava, pero dando gracias a Dios por estar vivos.

Entramos al proceso de asilo y protección, ahora tenemos dos años de estar acá.

A pesar de tener esa tranquilidad y vivir cada día con alegría, se unen las respuestas negativas a nuestro asilo en este país, recibiendo como causa de negación “las excelentes condiciones de seguridad y protección con las que cuenta El Salvador para todas las víctimas” también otra de las causas descritas por la Corte fue que “El Salvador era un país donde se estaba recibiendo emigrantes de todos los países para ofrecerles asilo y protección”.

Ahora estamos a esperas de ser deportados, al parecer la pandemia del COVID nos da un poco de tiempo para presentar nuevas evidencias del riesgo que corremos al regresar a El Salvador, más sin embargo con pocas esperanzas de que cambie esta decisión...