Hacia finales del siglo XVIII comenzó a gestarse una visión más global de la naturaleza. A diferencia de otras expediciones marítimas españolas, la comandada por el italiano Alessandro Malaspina y el cántabro José de Bustamante y Guerra tenía como objetivo explorar territorios más allá de la Nueva España. Zarpó de Cádiz, cruzó el Atlántico, bordeó la costa sudamericana hacia el sur, atravesó el estrecho de Magallanes y siguió hacia el norte por el océano Pacífico hasta Acapulco, para después seguir con la circunnavegación del planeta.
En su paso por la costa salvadoreña, desde uno de los barcos de la expedición Malaspina (1789-1794) se trazaron diversos bocetos y apuntes de las elevaciones de la costa salvadoreña y se recolectaron muestras de fauna y flora, con la idea de incorporar algunos de esos especímenes a las más de mil ilustraciones botánicas producidas por casi una decena de artistas. Esa fue una inversión a gran escala que los patrocinadores del viaje esperaban recuperar con la rentabilidad que los recursos naturales le brindaran al imperio español. Así, el conocimiento experto se convertiría en una valiosa fuente de información y los naturalistas se volvieron -aunque por corto tiempo- elementos intelectuales indispensables para la corona ibérica, hasta que sus conocimientos revelaron los sentimientos independentistas y revolucionarios existentes en diversas partes de las Américas.
Las ilustraciones botánicas producidas por las diversas expediciones europeas seleccionaban las partes de un espécimen (una flor, un fruto o la parte de la planta), bajo un fondo blanco. Esto permitía enfocar la mirada en la estructura anatómica de la planta acto que requería mucho entrenamiento y que permitía clasificar a las plantas con la taxonomía propuesta por el científico sueco Carl Nilsson Linnæus (1707-1778). En su Systema Naturae (1735), Linneo propuso un sistema sexual de clasificación botánica, donde los naturalistas, al observar la estructura de floración de la planta, podrían clasificarla en una de las 24 propuestas por el investigador nórdico.
Los especímenes vegetales representados por dibujantes eran despojados de toda información considerada “innecesaria”, un acto relacionado con las llamadas geografías del conocimiento del siglo XVIII en el marco de la ciencia imperial. Desgraciadamente, esto invisibilizó no sólo a los recolectores o a los medios locales, sino también las aisló de la cultura de la que provenían y de las aplicaciones y usos que les daban sus habitantes.
Por otro lado, al usar la taxonomía de Linneo, los viajeros y naturalistas pudieron poner fin a la multitud de nombres y nomenclaturas locales, ya que contaron con un sistema único visual y de denominación. Se publicaron enormes listas ordenadas de nombres y descripciones en latín, junto a páginas con fondos blancos y coloridas plantas. La tarea se centraba en la recolección, la observación y la clasificación, por lo que los envíos a centros como los Kew Gardens (Londres) o el Jardin du Roi (París) concentraban grandes volúmenes de especímenes procedentes de todas partes del mundo.
-BLEICHMAR, Daniela. El imperio visible: Expediciones botánicas y cultura visual en la Ilustración hispánica, Fondo de Cultura Económica, México, 2012.
-DELBOURGO, James. Collecting the World: The Life and Curiosity of Hans Sloane, Penguen, Reino Unido, 2017.
-DRAYTON, Richard. Nature’s Goverment: Science, Imperial Britain, and the “Improvement” of the World, Yale University Press, New Heaven, 2000.
En el siglo XIX, con la adopción del sistema taxonómico de Linneo se publicaron manuales para los naturalistas y muchos de ellos se lanzaron a la aventura de re-explorar territorios. Las instrucciones incluían recomendaciones de conservación, embalaje y traslado de las colecciones recolectadas. Las plantas debían ser puestas en un saco de algodón o en un vascular, una caja de metal con forma cilíndrica que permitía transportar las plantas con largos tallos. Los especímenes, se someterían a una presión entre planchas de papel que permitían secar toda humedad de la planta. Después, con la ayuda de una prensa de cuero y madera, serían guardados hasta lograr hacerlos lo más aplanados posible. Este método permitía conformar un Herbarium o jardín seco, que contenía colecciones de plantas secas reunidas en diversos viajes alrededor del mundo. Cada planta debía ser acompañada por información acerca de la fecha de la recolección y el nombre del colector. Algunas colecciones incluyeron otros datos como el uso medicinal o el valor de la planta. Este método funcionó hasta la invención de la caja Ward -una especie de terrario móvil de madera y cristal-, inventada por el inglés Nathalie B. Ward (1792-1868), que permitió transportar las plantas vivas en las embarcaciones y carretas.
En el caso salvadoreño, en 1867 el patio central de la Universidad de El Salvador -al costado poniente de Catedral- sirvió para la edificación del primer Jardín Botánico que tuvo el país. A la vez, se creó el Gabinete de Historia Natural en la misma sede universitaria, para albergar colecciones incipientes de minerales, paleontología, botánica, fauna diversa, antropología, arqueología e historia. En octubre de 1883, algunas de esas colecciones dieron paso al Museo Nacional, fundado y dirigido por el médico y naturalista migueleño Dr. David Joaquín Guzmán Martorell (1843-1927), uno de los pioneros de la botánica y zoología salvadoreñas y centroamericanas, junto con los también doctores Darío González Guerra (1833-1910) y Sixto Padilla Tovar (1857-1932). Desde San Salvador, esos profesionales y diversos aficionados (amateurs) a la ciencia aportaron especímenes y conocimientos a una red de centros de investigación científica, bajo la motivación directa de la estadounidense Smithsonian Institution. Por desgracia, aunque algunas colecciones han logrado subsistir hasta el presente, obras como los tres tomos manuscritos y sus correspondientes acuarelas botánicas del Dr. González Guerra se perdieron en la década de 1940 y en otros sucesos anteriores y posteriores ocurridos en el istmo.
Mientras en Europa se consolidaban Londres y París como los principales centros botánicos, Nathaniel Britton, un especialista en cactáceas y flora médica, tras una visita a los jardines de Kew, concibió la idea de construir un espacio equivalente en la ciudad de Nueva York. El Jardín Botánico de Nueva York abrió sus puertas en 1901 y contó con la colección botánica de la Universidad de Columbia. Después, ese modelo se repetiría en muchos centros y capitales de América Latina.
Hacia el año 2003, con ayuda de la Andres W. Mellon Foundation, se constituyó la iniciativa Global Plants, que consiste en un herbario digital con las bases de datos de los especímenes del planeta, registrados con la más alta calidad fotográfica y otros datos de interés científico, con más de dos millones de especímenes procedentes de 300 herbarios. Esa base de datos se puede consultar gracias a la plataforma JSTOR y sólo es superada por la iniciativa del Museo de Historia Natural de París y sus ocho millones de especímenes recolectados en más de 200 años de expediciones. El futuro ya está aquí para los estudios botánicos. ¿Por qué son tan necesarios?
Para el presente, la información histórica que ofrecen las colecciones de los herbarios y de historia natural permite entender el impacto del cambio climático en los ecosistemas de la Tierra, puesto que las plantas están inevitablemente expuestas a las condiciones en las que crecen y, por tanto, ofrecen información acerca del ADN y las variaciones en el tiempo, la contaminación y la detección de metales pesados. De esa manera, el pasado se actualiza en el presente para prever los próximos y posibles escenarios globales.