Los expertos no están seguros y no se atreven a dar hipótesis de cuando murió el último jaguar en El Salvador. Sin embargo, su imagen es parte del arte y de la cultura popular; se escucha su nombre en danza, murales, grafitis, restaurantes e incluso hay un paso a desnivel en la entrada a San Salvador que se llama “El Paso del Jaguar”, en cuyas paredes hay una interpretación contemporánea de cultura prehispánica.
El científico Michael Campbell, de la universidad Simon Fraser de Canadá, en su artículo “Los factores de extinción de jaguares y pumas en El Salvador” de 2016, encuentra que una de las posibles causas de su desaparición es el tamaño del país y sus bosques aislados. Aunque la cantidad de jaguares que pueden vivir en un área de bosque varía según los expertos, Campbell afirma que para albergar por lo menos a 50 jaguares se necesitan unos 2,000 kilómetros cuadrados.
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Ricardo Ibarra, biólogo de Funzel, explica que los jaguares vivieron con seguridad en la selva aluvial que cubría la planicie costera en el pasado. Aluvial significa que se inundaba periódicamente en la época lluviosa.
El Salvador es el único país de Centroamérica donde ya no viven jaguares.
La poca cobertura boscosa y la falta de corredores biológicos entre bosques es uno de los factores que limitan más la biodiversidad de nuestro país, lo cual es imprescindible en el hábitat de jaguar.
Según Luis Girón, ambientalista de la ONG Territorios Vivos creada en 2012 por biólogos jóvenes, actualmente en el país hay cuatro especies de felinos registradas: el ocelote (Leopardus pardalis), el tigrillo (Leopardus wiedii), el gato zonto (Herpailurus yagouaroundi) y el más grande de todos, el puma (Puma concolor).
Para Girón, la idea del regreso del jaguar es una idea muy soñadora y que no haya jaguares deja a El Salvador aislado del financiamiento de muchos proyectos internacionales de conservación.
Sí hay jaguares en un sitio significa que tiene buenas características y elementos en el ecosistema que indican que ahí pueden vivir muchas otras especies. Representa el estado de salud de la naturaleza y por eso al jaguar se le conoce como una “especies sombrilla”, una metáfora de su rol en el ecosistema, porque en general son especies que requieren de grandes extensiones naturales para sobrevivir y al protegerlos se conserva todo su entorno, incluidas hasta las especies más pequeñas de fauna y la flora.
Para Girón, el éxito de la hipotética idea de reintroducir el jaguar en El Salvador la ve en el espejo de la situación actual de los felinos que aún existen en nuestro país. Su existencia está llena de amenazas.
Para empezar a crear un ambiente propicio para el regreso del Jaguar se tienen que cambiar muchas cosas, como controlar la deforestación, el estrés hídrico, el crecimiento desordenado de comunidades en lugares aún en buen estado natural, el turismo excesivo que ya de por sí ejercen presión en la fauna que aún tenemos.
Si por casualidad llegara a cruzar nuestras fronteras un jaguar proveniente de Honduras o Guatemala, encontraría unas condiciones muy poco propicias.
El biólogo Néstor Herrera, asesor científico de Paso Pacífico, una iniciativa internacional para la conservación de los bosques de cuenca pacífica de Mesoamérica, cree también que el retorno del jaguar al país es algo poco probable en la actualidad.
El primer obstáculo que el visualiza sería educar a los humanos para que no los maten. La cacería furtiva es una práctica arraigada en nuestro país y un felino tan grande y hermoso sería un blanco muy codiciado. También, por experiencias de países de la región, lo buscarían para matarlo porque inevitablemente cazaría ganado por la falta de presas en la naturaleza.
El año pasado circuló en redes una foto de un puma muerto en San Fernando, Chalatenango. Para los ambientalistas nacionales fue una tragedia. Ellos están convencidos que se trató de un encargo de un ganadero molesto por la pérdida de alguno de sus animales. Al puma le cortaron las garras delanteras como una prueba para demostrar que el cazador cumplió con la tarea. Un programa de reintroducción del jaguar tiene que ir acompañado de un programa de compensación monetaria a los ganaderos por la muerte de piezas en las garras de los grandes depredadores.
El biólogo Ricardo Ibarra también fue testigo de un conflicto entre ganaderos y pumas en 2006, cuando en El Limo, zona aledaña al parque Montecristo, llamaron al Ministerio de Medio Ambiente para mediar. Encontraron que un puma, o varios pumas, habían matado terneras, valoradas hasta en 600 dólares cada una. La recomendación técnica fue meter en los corrales al ganado y alejarlos de una barranca que los felinos usaban como corredor para penetrar en el área lejos del bosque.
Ibarra piensa que estos problemas son creados por prácticas sin ninguna consideración ambiental de los mismos ganaderos. “Dejan grandes laderas completamente desprovistas de vegetación y hasta tienen problemas de cárcavas porque el ganado anda pastando libre sin ningún control. Eso afecta al puma también porque les reduce áreas de cacería y el hambre los empuja a buscar a las vacas”, explicó Ibarra.
Herrera no ve a la falta de bosques y presas el principal problema del retorno de los jaguares porque, como otros felinos, son inteligentes y capaces de adaptarse a medios ambientes muy variados; el principal problema es la densidad poblacional de nuestro país.
El trabajo con las comunidades es esencial y un papel determinante lo tendría las organizaciones ambientalistas locales.
“Nosotros como biólogos tratamos de hablar de la forma más exacta posible para no generar falsas expectativas en la población. Se necesitan programas que cuestan millones de dólares, pero lo único que puede garantizar su éxito es que las personas, en cualquier lugar del país, se apropien de la naturaleza, que quieran cambiar su medio ambiente, que eviten destruir más lo que aún se tiene y que sepan luchar por ello. Tiene que haber una sociedad organizada y comprometida con el cambio de pensamiento y eso tratamos de crear los ambientalistas” expresó el ambientalista Luis Girón.