A Yajaira, la famosa “Bailarina del pueblo”, siempre se le ve disfrutar las improvisadas coreografías que hace en el Parque Libertad junto al combo musical "Cuscatlecos del ritmo". Vestida con atuendos de vibrantes colores y luciendo siempre emperifollada, ella da rienda suelta a sus enérgicos y “atrevidos” movimientos. Sin embargo, detrás de ese aspecto alegre y bullanguero, permanecen escondidos recuerdos de tristeza y dolor. Y es que Zonia Isabel Aguilar, nombre real de la popular artista urbana salvadoreña, ha vivido episodios muy lamentables, entre ellos la muerte de dos hijos y el aborto accidental de unos gemelos.
A pesar de vivir con la sombra de esos trágicos acontecimientos, Yajaira, de 73 años, trata de mostrar su mejor rostro y entusiasmo frente al público de la calle y antes sus admiradores en redes sociales, especialmente en TikTok, donde es todo un boom.
Con su mirada y sonrisa pizpiretas y luciendo un colorido vestido en colores verde y negro, la famosa bailarina habló con elsalvador.com sobre algunos aspectos poco conocidos de su vida. En la plática, la artista nacida el 6 de abril de 1948, escarbó entre sus recuerdos y compartió alguno que otro detalle de su existencia, entre ellos, las travesuras que hacía cuando estudiaba en un colegio de monjas, su paso por la Escuela de Danza Morena Celarié, su trabajo en un circo y su participación en algunos programas de televisión. Asimismo, reveló cuál es su más grande deseo.
¿Cómo fue su niñez?
Fue linda, porque tuve unos padres adoptivos bellísimos. Mis padrinos fueron los que me adoptaron. Ellos nunca me trataron mal, jamás supe lo que fue un golpe. Me regañaban, eso sí, pero era por mi bien. Fui una bicha tranquila, nunca les di motivo para que me pegaran.
Mi papá (biológico) era hondureño, así sale en mi partida de nacimiento. Mi mamá era salvadoreña, de Cojutepeque. Ellos ya murieron.
A mí mamá la vine a conocer cuando celebré mi fiesta de 15 años en el Ministerio de Hacienda, porque ahí trabaja mi padrino Ismael Villacorta (su papá adoptivo).
Mi mamá era sirvienta de la mamá de mis padrinos. Ahí nací, en poder de ellos. Se enamoraron de mí. Le dijeron a mi mamá: “Mirá, no te la vamos a dar. Dejala una noche aquí”. Así me quedé con ellos.
Luego perdí de vista a mi mamá; me dijeron que había fallecido, pero no era verdad. A los 15 años ella fue a la fiesta; estaba haciendo los tamales. Bien me acuerdo. Mis padrinos me dijeron: “Vení Isabelita, vas a conocer a tu propia mamá”. “¿El qué dicen? ¿Qué no está muerta?”, les contesté. “Te habíamos mentido”, me dijeron. Ella era una mujer india, morena, de pelo largo y negro. Después de ese día no la volví a ver.
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¿Y dónde estudió?
Mis papás adoptivos me pusieron a estudiar en el colegio Espinal. Ahí hice los tres años de kínder.
Desde muy chiquita me gustó el baile. Un día, un señor de nombre Román Martínez me vio bailar y dijo: “qué acción y que movimientos para el baile tiene esta niña tan chiquita”. Luego él me regaló una beca para estudiar en el colegio Belén, de Santa Tecla. En ese colegio las religiosas me querían hacer monja. ‘¡Dios guarde!’, les dije.
Me gustaba levantarles las naguas (faldas) a las monjas. Me robaba los recortes de las hostias. Yo era tremenda, pero una tremenda sana.
¿Dónde aprendió a bailar?
Estuve en la escuela de danza Morena Celarié un año. No estuve de manera formal. Siempre me gustó bailar.
Ya mayor me gustaba ir a los bailes en varios lugares del centro de San Salvador.
También estuve en el circo Atlas, pero solo en la puerta. Era la que llamaba a la gente para que entrara. Ahí bailaba con mis trajes. Me pagaban cuatro colones.
Nunca me gustó la vida de circo, era muy sufrida. Me querían convertir en trapecista, pero no quise. Una vez lo hice, pero no dejé de sentir miedito.
A veces me invitaban a bailar a los circos en las funciones, pero lo hice pocas veces.
¿Qué ritmos puede bailar?
¡De todo! Me gusta el rock and roll, chachachá, cumbia, merengue, salsa, bolero…
Usted tiene un vestuario y accesorios bastante vistosos, ¿dónde lo consigue?
Algunos me los mandan de Estados Unidos, otros los mando a hacer. Los vestidos los tengo guardados en ganchos. Todos los días me visto bonita para ir al parque, pero los sábados y domingos me visto mejor, más vistosa.
¿Cómo se viste Isabel cuando está en su casa?
Siempre cómoda, con una falda común y corriente y una blusa floja, porque hace mucho calor.
¿Y esa falda que usa en casa es corta?
Sí, siempre es corta. Ese era mi problema en los colegios; siempre les subía el ruedo a las faldas.
Hábleme de su familia
Tuve once hijos, entre ellos unos gemelos que desgraciadamente los perdí cuando estaba embarazada de ellos. Me caí de un árbol. Tenía dos meses con quince días de embarazo. Después se me murió otro hijo. Mauricito, de 14 años. Se golpeó la cabeza cuando viajaba en un bus. Luego me mataron otro hijo en un asalto; fue hace ocho años.
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Tuve tres maridos. Tengo once años de estar soltera. Tengo 17 nietos, cuatro bisnietos y dos tataranietos.
¿Además del baile a qué se ha dedicado en su vida?
Durante cinco años fui vendedora mayorista de una panadería. Era una de las empleadas que más vendía. Además, lavaba y planchaba ajeno.
¿Cuándo fue que saltó a fama?
Fue hace como 15 años. Fue el payaso Chimbombín quien me puso en un desfile de Correos.
Yo iba a Plaza a Mundo y fue ahí donde la Tencha (personaje de Julio Yúdice) me conoció y me pidió que apareciera en su programa (Duro blandito). Fue ella quien me bautizó con el nombre de Yajaira. Luego estuvo en otros programas de televisión.
¿Hace cuánto tiempo comenzó a bailar en el Parque Libertad?
Tres años tengo de bailar con el combo "Cuscatlecos del ritmo". Un día el grupo estaba tocando y una muchacha me pidió que bailara. Esa vez yo andaba de civil. Don Pablito (propietario del combo) me preguntó que si quería trabajar con ellos. Le dije que sí. Él me pidió que me pusiera ropa bonita y que llegara a bailar todos los días con ellos. Él fue sincero; me dijo que no me pagaría, pero me dio permiso para que le pidiera dinero al público. “Lo que le dé la gente es suyo”, me dijo. Y así estamos.
Antes hacía entre doce y quince dólares en cada bailongo; hoy no paso de siete.
¿A qué se deben las bajas ganancias?
La gente le tiene miedo a esto de la enfermedad (COVID-19). La pandemia nos ha dejado mal. Ha sido bien yuca. Yo me engordé; llegué a las 130 libras. Al volver a bailar boté toda la gordura.
En la cuarentena sobreviví porque tenía mis ahorritos. Era dinero de lo que pedía anteriormente. Uno de mis hijos que se vino de Maryland me ayudó. Él está aquí, y no quiere que siga bailando, pero yo le digo que no. “Entonces prepárate la caja (ataúd)”, le digo yo. Bailar es mi vida. No es por pisto que lo hago, ya lo traigo en la sangre.
¿Está expuesta a peligros en el parque?
En el parque hay de todo: bolos malcriados, muchachas del mal vivir... Antes bailaba solo yo, ahora se mete chinche y telepate.
¿De dónde saca tanta energía para bailar?
Siempre he sido así. Trato de comer bien. Cuando llego a casa después de trabajar a veces me tiene comida. Me cambio de ropa, me acuesto boca abajo y me duermo. Cuando vengo a sentir ya está pitando la alarma del teléfono, a las cinco de la mañana.
¿Le han salido pretendientes en su trabajo como bailarina?
Claro, de esos a quién no. Pero no les hago caso. A veces los abrazo, pero es parte del show, solo es la pantomima. Eso fue lo que pasó con el turista suizo.
¿Cuál es su mayor deseo?
Mi gran deseo es ir a la Catedral de México para cantar con mariachi el Himno de Humildad a la Virgen de Guadalupe. Ojalá se me haga realidad. Y es que uno propone, pero Dios dispone. Él dirá.