La cuarentena y la reapertura, quizás hasta diciembre, me afectaron más por la zozobra política que por temor al virus. Pero en enero entré en pánico y comencé a buscar proteger a mis padres, a la señora que nos ayuda y a mí con la vacuna. Cuando comenzó el programa, yo tenía dos opciones: me vacunaba aquí o en España, pero viajar 12 horas con una mascarilla no me apetecía. Comencé a indagarme en Estados Unidos. Mis papás dudaban si ponérsela, y yo no sabía qué hacer porque a pesar de mi rosario de males, no figuraba en las listas por no consultar en el sistema público. Al final, me resigné a esperarme por los siglos de los siglos, o invertir en dos viaje y dos pinchadas de nariz. Pero ¿qué hacer con mis padres?
En eso una amiga de mi mamá se fue a vacunar al Megacentro de Vacunación del HES y le hablo maravillas a mi mamá. El jueves me contó y yo, inmediatamente, saqué mi teléfono y les sugerí hacer la cita. Logré que los dos fueran a la misma hora, el sábado 17 de abril, en exactamente tres minutos. Mi padre es extranjero, pero estaba incluido en la base de datos, algo digno de mencionarse.
Me preparé para la logística. Habíamos llamado al señor que a veces nos hace viajes, así que salimos para el HES cuarenta minutos antes de la cita. Al ver los buses, me sentí aprehensiva, pues ambos padres necesitaban silla de ruedas. No debí haberme preocupado. Al llegar había, literalmente, un ejército de personas entre policías, empleados del Ministerio de Salud, Protección Civil y el Ejército. Dos soldados bajaron a mi papá de 88 años y ayudaron a mi madre y en menos de cinco minutos estaban ya en el registro. El Megacentro es amplio, iluminado, fresco y no se sentía lleno, a pesar de ser sábado. Pregunté dónde podía validar la carta de mi médico, y amablemente me enviaron a un módulo. Y...no me la validaron. ¡Que les digo!
Regresé dónde mis padres, que ya estaban inscritos y listos para vacunarse. Les tomé video para el recuerdo. Las enfermeras fueron muy pacientes en esperarme que lo hiciera para los dos. Ni bien los terminaron de vacunar, ya había otras dos personas listas para llevarlos al área de observación.
Al principio Observación me pareció caótica, pero luego me fije que adelantaban las filas de sillas cada tanto tiempo. Justo a los quince minutos vinieron otras dos personas y los sacaron. Cuando vi el reloj, eran las 11:15 a.m. Todo el proceso se tardó menos de 30 minutos. Mi mamá salió radiante y hasta disfrutando su “ride” en la rampa.
Realmente, aunque yo creo en la descentralización de la vacuna, debo decir que el proceso en el Megacentro es fluido, rápido y eficiente. Y no sólo eso, quizás lo que más aprecié fue el ambiente. Se respiraba esperanza, alegría y el sentimiento que todos, ricos, pobres, vacunandos y acompañantes, estábamos allí para buscar salvar vidas y sacar adelante el país. En mi caso particular, aprecié que se tomaron la molestia de mantener a mis padres juntos todo el tiempo, sólo al final los separaron cinco minutos por espacio. Realmente, todo el personal se merece un aplauso de pie. No es fácil ser así de amable cuando se hacen, de fácil, cien viajes diarios por persona.
Mi única sugerencia sigue siendo que, si se ha vacunado a personas de veinte años que son instructoras universitarias, se debería priorizar también a quienes somos cuidadores con condiciones crónicas. Entiendo que tratarse en lo privado complica las cosas, puesto que el Ministerio de Salud no tiene mi expediente. Sin embargo, un área dónde se pudiera validar constancias de condiciones crónicas es lo único que falta para que todo sea perfecto.
De mi parte he decidido que la espera por los siglos de los siglos vale la pena y que PREFIERO vacunarme aquí. Simplemente no veo razón para no hacerlo. Seguiré llamando al 132-5 a ver si algún día logro que entiendan que soy paciente crónica. Y, dicho sea de paso, las operadoras del call center son muy amables tambien.
Hace un año estábamos encerrados en nuestras casas, con miedo al futuro. Un año después, nos estamos vacunando. Siempre he insistido que lo bueno se aplaude: la vacuna es universal, voluntaria y gratuita, la SINOVAC ha sido buena opción, especialmente para gente como yo (esto último recomendación de un médico) y vale la pena luchar por la inmunidad de rebaño. Una vez más, vamos y vacunémonos. El Salvador lo merece.
Educadora, especialista en Mercadeo con Estudios de Políticas Públicas.