El mascarón perdido de la vida

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Jugadores de la sub 23 se sometieron este lunes a pruebas RT-PCR para covid-19, previo a su viaje a México. Foto: Cortesía FESFUT

Por Carlos Balaguer

2021-03-30 9:31:04

Durante el “carne vale” cada quien se convertía en la máscara que llevara puesta. O tal vez era la máscara que se convertía en aquel que la llevara. Nadie se preguntaba qué había detrás del antifaz de sí mismo ni de los otros. Nada importaba quién era quién entre el tumulto. Por tan sólo tres días -lo que duraba el festival- todos eran iguales para el Cielo y el Clero. Allá en las calles y plazas, llenas de siluetas que reían, bailaban, bebían y olvidaban el mundano dolor de vivir. En todo lugar que -al igual que en las lejanas saturnales romanas y en los dramas del teatro griego- cada actor llevaba consigo su “hipókrita” –como llamaban los helénicos a las caretas de la tragedia y la comedia. Ebrios de vino, música y liviandad, los infieles perdían sus máscaras y antifaces. Es decir, se perdían a sí mismos o a quien figían ser. Al día siguiente -cuando el sueño del carnaval despertaba- abrían sus ojos, palpaban su rostro desnudo, dándose cuenta -espantados- que habían perdido su última y humana careta. La misma que alguna vez buscara su reír y sus sueños con afán. Al fin, el mascarón perdido de la vida, que el mismo destino nos otorga ya al nacer o al confundirnos entre la anónima multitud. (XXXIII) <“La Máscara que Reía” de C. Balaguer>