Recuerdan que al tercer día del carnaval, cuando Damus despertó a media noche acechado por las fieras, lloró junto a ellos. Tal vez porque -al enterrar sus afilados sables en los felinos de ilusión- él también moriría. Tanto leones y lanzador sabían que iban a morir, como ocurría en las antiguas arenas del coliseo romano. En cualquier momento empezaría la lucha desigual del hombre, la sombra y la fiera. Alguien tenía que vencer dentro del carromato donde había quedado encerrado con sus demonios internos. “Destino -exclamó a solas. Aquellos que van a morir te saludan. ¡Gloria al Hado, majestad del viento y lo inesperado!” Las fieras estaban dentro de su propio refugio, en tanto el invasor era el lanzador. Entonces -ante el inminente desenlace de aquella batalla- se rió burlón de sí mismo y del mismo carnaval. Desde el interior del carromato se veía el reloj de la plaza. Damus contaba los minutos que anteceden al combate, cuando el hombre y la fiera tienen que enfrentarse una contra la otra para reclamar su lugar en las arenas del tiempo. El resto ya lo sabremos. Damus asesinaría a los leones africanos que ya nunca volverían a las llanuras del continente negro. Lo haría con saña y tristeza, como una ofrenda al dios de la tragedia. (XVII) <“La Máscara que Reía” de C. Balaguer>
Destino, ¡aquellos que van a morir te saludan!

2021-03-08 9:38:54