Golpe de Estado en Birmania/Myanmar: vuelve la rutina del autoritarismo

El golpe en Myanmar tiene, por cierto, una resonancia internacional . Todos los ingredientes de la realidad contemporánea aparecen y llegan a una confrontación entre resignación, una forma de aceptación de una rutina de la “real política” o la responsabilidad de los pueblos que aceptan coger las claves de su destino.

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Por Pascal Drouhaud

2021-02-07 11:43:33

El general Min Aung Hlaing, Jefe del ejército de Birmania, consumó el golpe de Estado llevado a cabo el 1 de febrero pasado que provocó la caída de la emblemática Jefa de gobierno de facto, Aung San Suu Kyi. Con la deposición de “Daw Suu”, “Madre Suu”, hija del líder de la independencia Aung San, asesinado el 19 de julio de 1947, el ejército quiere poner fin a una experiencia política iniciada en 2015.
Independiente desde el 4 de enero de 1948, Myanmar está en manos de los militares desde el golpe de 1962 perpetrado por el General Ne Win, en el poder hasta 1988. Desde entonces, en medio de sobresaltos políticos, la élite militar nunca dejó el poder político y económico.
Obteniendo una larga mayoría en las elecciones legislativas de noviembre 2020, con más de 65% de los puestos abiertos al voto, Aung San Suu Kyi y su partido el NLD, la Liga Nacional para la Democracia, estaban ganando, el brazo de hierro político, en una guante de terciopelo, iniciado desde 2015. Por cierto, a pesar de las reglas de la constitución que garantizan unos 25% de los curules a los representantes del ejercito, los militares se dieron cuenta que estaban perdiendo el partido. Los birmanos querían el cambio y dieron las llaves para lograrlo al NLD. A pesar de todos los dispositivos constitucionales que le garantizan una posición de representación, los militares y su aliados recibieron una bofetada que volvió inevitable un golpe de Estado. Obteniendo una larga mayoría en el parlamento, Aun San Suu Kyi estaba ganando la batalla política. “Consejera de Estado”, es decir Jefa del gobierna, tenía por fin, los medios para iniciar, sin duda, una reforma constitucional histórica.
¿El objetivo? Limitar y enmarcar el poder del ejército. Por primera vez desde decenios, una oportunidad se presentaba. Los jefes militares lo entendieron. Se había vuelto urgente para ellos, actuar y parar rápidamente el proceso arriesgado para ellos. El golpe se produce el día de toma de posesión del nuevo parlamento, revelando la fuerza simbólica del acto que marca el fracaso de una forma de “colaboración constructiva” con los militares en Myanmar, que intentó Aung San Suu Kyi esos últimos años. Y el costo fue elevado en término de imagen: el solo hecho de aceptar la expulsión a partir de 2017, de centenas de miles de musulmanes Rohinga, hacia el Bangladesh vecino, la hizo caer de su pedestal de símbolo democrático.
Ahora, muchos entienden en el exterior, que era el precio para intentar desde el interior, una transformación del sistema. Aung San Suu Kyi sacrificó esta imagen sobre el altar de una determinación política reformista que estaba a punto de lograr. Desafío inaceptable para las poderosas fuerzas armadas del General Min Aung Hlaing, que reaccionaron en un acto de supervivencia.
Inculpada por no haber “respetado una ley sobre las importaciones e exportaciones”, la mecánica de represión política está en marcha. Estado de urgencia para un año, arresto domiciliario para Aung San Suu Kyi, encarcelamientos para muchos de sus aliados, la transición democrática de Birmania/Myanmar está en lo mejor parada, en lo peor destrozada. ¿Serán los llamados a la desobediencia civil, dentro de los cuales el cuerpo médico, suficiente para interrumpir la lógica de la represión política? Pocos días antes del golpe, dando la impresión de anticipar la situación, Aung San Suu Kyi escribió una carta pidiendo al pueblo en rechazar un posible golpe de Estado.
El Secretario general de la ONU, Antonio Guterres, intenta movilizar la comunidad internacional, para que no logre el golpe. Pero todavía, el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas no logró en ponerse de acuerdo, sobre una posición común. La República Popular de China, miembro permanente de la Organización, con el poder de veto, es el mejor apoyo del poder de Naypyidaw, la nueva capital remplazando Rangún en el Mynamar. El golpe de Estado interviene en el contexto internacional de una crisis sanitaria que produce como efectos, un reforzamiento de poderes autoritarios.

Dos escenarios aparecen:
• el logro del Golpe con un proceso electoral controlado a partir de 2022, ratificando una forma de resignación popular ante el riesgo de represión. Concluiría el periodo de Aung San Suu Kyi encerrándolo en una forma de paréntesis de la historia contemporánea del país.
• Una reacción con una cristalización alrededor de los movimientos llamando a un rechazo del golpe. Es la razón por la cual las redes sociales están bloqueadas.
El golpe en Myanmar tiene, por cierto, una resonancia internacional . Todos los ingredientes de la realidad contemporánea aparecen y llegan a una confrontación entre resignación, una forma de aceptación de una rutina de la “real política” o la responsabilidad de los pueblos que aceptan coger las claves de su destino. Myanmar ha vuelto como uno de los primeros ejemplos ilustrativos de lo que será el mundo post-covid.