La Supercopa de España suele ser un arma de doble filo, sobre todo para el Barcelona. Si se gana, se minimiza; pero si se pierde puede desatar una crisis. Esta vez, sin embargo, no parecía ser el caso aun en el peor de los escenarios. Al equipo de Koeman se le presentó la posibilidad de ganar un título casi de la noche a la mañana y la dilapidó. No había sido mejor que la Real Sociedad en las semis, acabó dominado y solo un excepcional Ter Stegen -apuntalado por un muy buen Araujo- lo clasificó a la final en los penales.
En la final no pudo mantener la ventaja a falta de un par de minutos, cuando ganaba 2-1 y gestionó mal las últimas jugadas, igual que cada vez que los centros cruzados atravesaban el área y generaban zozobra. Así llegaron los dos goles del Athletic, además de otro anulado.
El otro, el del 3-2 en tiempo extra, fue una genialidad de Iñaki Williams. Contra el talento no hay antídoto. Después ya no pudo, se consumió en la impotencia y se quedó sin respuesta pesar de tener 27 minutos para intentar igualar el marcador.
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Si Sevilla no es tierra de finales para el Barca (allí perdió el insólito juego contra el Steaua Bucarest en la Copa de Europa 1986), tampoco lo son últimamente las Supercopas de España. De los tiempos recientes se recuerdan dos. Una, la de 2017: doble derrota contra el Real Madrid justo en los días que se fue Neymar al PSG y parecía que todos los posibles refuerzos rechazaban al Barca.
Esa Supercopa generó tanta incertidumbre en el comienzo de la temporada que el club, desesperadamente, salió a comprar a Ousmane Dembelé por 105 millones de euros más variables. Además, elevó la oferta por Coutinho, al que terminó contratando seis meses después por 160 millones. La otra fue la del año pasado, cuando la eliminación en semis en manos del Atlético de Madrid (2-3) terminó costándole el puesto al entrenador Ernesto Valverde.

Esta vez no saldrán a comprar jugadores y malgastar dinero -no lo tienen- y tampoco despedirán a Koeman. Eso sí, el Barcelona dio un enorme paso atrás en sus aspiraciones de consolidarse. El título, más allá de su valor deportivo, era reafirmar esa mejoría evidenciada en los últimos juegos de Liga y no lo logró.
Era terminar de elevar la autoestima de Griezmann, pero sus dos goles en la final serán anecdóticos sin un trofeo por levantar. Y, para peor, perderá a Messi en la Liga por unos partidos por la expulsión que originó su manotazo a Villalibre. Todo mal.
Comentarista de La Liga en Fuego 107.7 y panelista en Pencho & Aída.