Bolsas plásticas, sacos, lazos y sin olvidar el alcohol en gel. Todo está listo para otra jornada y Norma Vásquez, de 47 años, aunque cansada, da marcha desde su humilde vivienda a la búsqueda de botellas plásticas, lata, papel, hierro, cobre y aluminio. La pandemia de COVID-19 ha golpeado su frágil economía, por eso ha optado por recolectar productos reciclables para llevar un poco de ingresos a su familia.
Solitaria, callada, así va a paso lento Norma. Ha entrenado su ojo para poder ver una botella plástica o una lata en donde pareciera que no hay nada. Lo que cualquiera considera como desecho, para un recolector es un poco de dinero. Es por eso que ella trata de llenar cuantas bolsas sean posibles.
Pero el camino desde su comunidad hasta Ciudad Merliot, en Santa Tecla, es largo a pie. Una pausa a media ruta en el redondel El Platillo o cualquier parque cercano le devuelve el aliento por un momento. Y mientras sutilmente se balancea en un columpio, medita, sueña.
“Me siento a tomar un descanso, a ver los carros pasar. Pienso en mis hijos, en mis nietos, ellos son la razón de luchar. Sé que Dios me va a sacar adelante de todo esto”, reflexiona Norma. Canciones religiosas y preocupaciones se mezclan en su interior, mientras avanza en su recorrido, sin percatarse de quienes la observan o desvían su mirada.
Once personas, cinco de ellos hijos y otros nietos, la esperarán en su vivienda, una de las tantas de lámina de la comunidad El Espino, ubicada en el bulevar Cancillería, en Antiguo Cuscatlán, La Libertad. Acá la emergencia sanitaria ha hecho más complicado sobrevivir y muchos han tenido que recurrir a un plan B o C para sostener a sus familias.
Por seguridad de sus hijos, Norma prefiere salir sola a recolectar los desechos que ella vende para el reciclaje. El recorrido puede durar de dos a cuatro horas, depende de la suerte. “Normalmente lo hago tres veces a la semana, a veces me voy a las 5:30 de la tarde y regreso a veces hasta las 10:00 de la noche. Quizás recorro entre cuatro y cinco kilómetros”, explica.
“Hoy no tuve mucha suerte, fue poco lo que pude encontrar, pero creo que unos $4 o $5 los hago”, cuenta la madre de familia.
Cuando logra llenar más de una bolsa en una noche, éstas pueden pesar hasta 150 libras. Al acumular suficientes paquetes, Norma los lleva a Santa Tecla a un negocio que compra reciclaje. El esfuerzo de unas dos semanas se traduce en $15, $20 o $30 con lo que puede comprar frijoles, arroz u otros suministros muy necesarios para su hogar. Así ha tenido que ganarse el sustento desde que hubo cuarentena por la pandemia de COVID-19, una situación que la ha hundido más en la pobreza.
Según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la crisis por la pandemia de COVID-19 provocaría un incremento de 669 mil 200 nuevos pobres en El Salvador al cierre de 2020; un total de 2 millones 546 mil 561 personas en condición de pobreza posterior a la crisis. Una situación que agudiza los niveles de pobreza del país y de miles de hogares salvadoreños.
“Teníamos una venta ambulante de café con mi hija en el punto de la ruta 2-LL, pero debido a las medidas por la pandemia ya no pudimos salir a efectuar las ventas. Al ver la situación que estábamos pasando y que no teníamos ingresos decidí empezar a reciclar. Nos ha afectado mucho la pandemia”.
Prima y cuota para un nuevo hogar
Por ahora, uno de sus mayores afanes es conseguir $260 para cancelar la prima y la primera mensualidad de unos apartamentos que el Gobierno construye para los habitantes de la comunidad El Espino. “El apartamento costará $8,480, con una prima de $200 y cuotas de $60. Yo no los tengo. Aquí hay muchas familias que tampoco los tienen, somos muchas madres solteras. Con sacrificio tal vez se pueda porque no tengo un empleo fijo”, afirma preocupada.
“La ministra de Vivienda nos prometió un empleo para los que teníamos ventas ambulantes, pero hasta ahorita no hemos visto nada claro”, agrega Norma.
Cuatro de sus cinco hijos han buscado empleo, pero no han encontrado. Solo una ha podido trabajar en un pequeño supermercado en Santa Tecla, sin embargo sus ingresos van destinados para su pequeño de seis meses, quien nació días después la cuarentena obligatoria.
A cuestas, esta familia ha comenzado un negocio de comida a domicilio en la zona. Una de las hijas ofrece los platillos a trabajadores de la ruta de microbuses que transitan por la comunidad y a empleados de Cancillería. “Ahora que las medidas (por COVID-19) están abiertas, hemos decidido andar repartiendo comida, tomando las indicaciones que ha dado el Ministerio de Salud. Confiamos en Dios que nos irá bien”, aspira esta madre.
Norma camina de regreso a casa, se ha detenido tres veces por el malestar de un espolón en su pie izquierdo. A su espalda lleva una bolsa llena con plásticos y latas y un bolso con papeles. A la puerta del hogar, las tiernas voces de sus nietas le dicen: “Mamita”, mientras la rodean con abrazos.
“La vida no ha sido fácil para mí, hasta la fecha lo sigue siendo. Mi mayor sueño es tener una casa que sea mía, donde pueda compartir con mis hijos y con mis nietos”. “Aquí estamos, luchando para sobrevivir”, concluye.