El jinete pálido

La historia colectiva de la humanidad no depende de un grupito dementes perversas que imaginan cómo someternos, creando a su antojo nuevos virus, mientras se toman un tequila entre roncas carcajadas.

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El hombre atacó a su compañero de habitación cuando comenzó a rezar. Foto de referencia AFP

Por Max Mojica

2020-12-28 10:37:26

¡Qué pálido el jinete, qué pálido el caballo!”… palabras de la escritora Katherine Anne Porter, quien en su obra titulada con ese mismo nombre dejó constancia para la historia de los terribles efectos de la pandemia llamada “Gripe Española” que causó cincuenta millones de muertos alrededor del mundo.

En una de las tantas cenas de celebraciones navideñas —a lasque asisto con mascarilla— conversaba con una conocida que con intenso ardor, me trataba de explicar que el coronavirus no era más que una estrategia de mentes perversas que aprovechando los efectos del virus —y de las vacunaciones masivas que serían
su consecuencia— controlarían a la humanidad para convertirnos en un rebaño de zombis, sujetos a sus inconfesables planes de un nuevo orden mundial.

Mi mente pragmática y —¿por qué no decirlo?— esquiva al concepto de estar sometido al control de alguien o de algo, se resiste a pensar en la posibilidad de que la humanidad pueda ser reducida a un vasto complejo de conejillos de Indias sujeto al control de un mega-archi-poder mundial. Sostengo lo que sostengo, derivado de una muy simple lectura de la historia universal.

La enfermedad forma parte de nuestra historia de forma intrínseca. Desde que nuestros antepasados dejaron de ser unos simples mamíferos debido al desarrollo de su córtex prefrontal y empezaron a organizarse en sociedades, implicó la creación de núcleos (o “clústers” para decirlo en clave millennial), que implicó
que un número superior a una docena de personas compartiese un mismo espacio territorial, las enfermedades contagiosas encontraron una especie de “Boulevard Diego de Holguín” para poder ser transmitidas de un organismo vivo a otro —dicho sea de paso, parte del éxito de un agente patógeno es no matar a su anfitrión… ningún virus sobreviviría a largo plazo si aniquila sistemáticamente a todos los organismos que infecta—.

Las toses y estornudos han estado presentes entre nosotros desde el inicio de los tiempos. Si no lo creemos, le podríamos preguntar a los habitantes de la ciudad portuaria de Perinto (en el caso que todavía siguieran vivos, por su puesto). Los habitantes de esa pequeña ciudad en la costa de Mármara, al norte de Grecia, empezaron a sentir ciertos síntomas inquietantemente conocidos por los salvadoreños del 2020: irritación de garganta, malestar, dificultad para tragar, parálisis de las piernas e incapacidad para ver de noche. Hipócrates la llamó “la tos de Perinto” y su descripción constituye la primera descripción de una gripe pandémica, la cual causó la muerte de la mitad de los habitantes de la ciudad.

Pero como la historia de la humanidad es inquieta, la cosa no queda ahí. En el año 541, mientras el Imperio Bizantino gozaba de su máximo esplendor, devino la “Peste de Justiniano”, una epidemia que se expandió rápidamente por Constantinopla y junto a ella, algunos efectos que vemos en las sociedades modernas provocados por el coronavirus: miedo e histeria. La peste cobró la vida de ochocientos mil de los habitantes de Constantinopla y, se calcula, unos cuatro millones de los habitantes de todo el Imperio.

Pero ¿qué hay de la “Peste Negra”? Una mortal enfermedad transmitida por las ratas, que en el siglo XIV causó la muerte del65% de la población europea, provocando que la población global pasara de ochenta a… treinta millones de personas. Pero regresando al “jinete pálido”, recordemos que la “Gripe Española” es una variante de la cepa de gripe (H1N1) que causó la muerte, en 1918, de cincuenta millones de personas (hay autores que afirman que fueron cien millones) alrededor del mundo.

Viruela y sarampión traído por los europeos a América y otro sinfín de tragedias que han ocurrido a lo largo y ancho del globo. ¿La razón? La vida no tiene sentido, las cosas suceden (incluyendo las mutaciones de los virus) de forma aleatoria. A nuestra generación le tocó enfrentar la desgracia de vivir la pandemia del coronavirus, no dudo —por que la historia es lamentablemente cíclica—que las próximas generaciones vivirán sus propias desgracias.
Pero si de algo estoy seguro es de que la historia colectiva de la humanidad no depende de un grupito de mentes perversas que imaginan cómo someternos, creando a su antojo nuevos virus, mientras se toman un tequila entre roncas carcajadas.

Abogado, Master en Leyes /@MaxMojica