Moros y cristianos: peregrinajes y aventuras medievales

“El mundo es un libro, y los que no viajan leen solamente una página de él”. S. Agustín de Hipona

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Ilustración del siglo XIII producido en Baghdad por Yahya ibn Mahmud al-Wasiti, mostrando un grupo de peregrinos en una Hajj.

Por Katherine Miller Doctorado en Estudios Medievales y Renacentistas de UCLA.

2020-12-12 10:14:56

Durante esta estación del invierno en el mes de diciembre—y desde la primavera en el mes de marzo—de este año, cuando las poblaciones del mundo entero están obligadas a quedarse en casa por la Peste Negra del siglo XXI, tal vez se añora poder viajar por mar, tierra y aire para respirar los aires de países lejanos y conocer fabulosas tradiciones, lenguajes y costumbres. La situación de los seres humanos hoy es muy parecida a la de los seres humanos medievales. Si se añora un viaje para salir de la rutina de la cuarentena, veamos a camera lenta los viajes exuberantes de la gente que tampoco quería quedarse cerca de su casa, en el lugar donde nacieron, durante su vida entera, como era la costumbre de la mayoría.

El mundo que el peregrino medieval dejó atrás era, usualmente, una aldea pequeña y exclusiva que no admitía extranjeros, todos provenían desde una distancia de solamente dos kilómetros. Los parámetros geográficos y sociales que definieron esta vida la revelan como opresiva y aislada y, con la excepción de la gente que vivían en la cercanía de aldeas mayores y caminos principales. Así, las cualidades principales de la vida eran su regularidad monótona, y aislamiento y la opresión por las tradiciones, costumbres y convenciones. (Jonathan Sumption. La Edad de los Peregrinajes. El Viaje medieval a Dios (1975)).

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Había muchas distintas categorías de gente medieval que viajaba: mensajeros oficiales, poetas, frailes, mercaderes, aventureros, soldados y ejércitos. Entre ellos, había los peregrinos católicos, cruzados armados con sus enormes séquitos; también criminales convictos, penitentes, aventureros, gente con enfermedades crónicas buscando curación en reliquias y santos. Pero también había turistas y personas buscando viajes placenteros para cumplir votos, vender, comprar o solamente pasear.

En el mundo del islam, muchos musulmanes creyentes —que la gente medieval de Europa denominaron moros, como hizo Shakespeare en su obra Otelo, el Moro de Venecia— formaban parte del panorama colorido, ruidoso, cinematográfico y lleno de música de los viajeros en las sendas y caminos desde Jerusalén a Roma, de La Meca a Palestina, desde el Camino de Santiago de Compostela hasta Genova, y de Venecia a Uzbekistán—por todo el mundo conocido en Europa, Asia, África, el Medio Oriente y hasta China.

La gente medieval se fue de peregrinaje por muchas razones: por penitencia impuesta por la iglesia después de su confesión; por penalidades o castigos ordenados por las cortes civiles después que fueron convictos de un crimen. Y peligros fuertes había. Ladrones en grupos por las carreteras amenazaban a los que pasaban por los caminos. Se dijo que los capitanes de barcos de Genova, en otro ejemplo, vendieron a los peregrinos cristianos como esclavos en los puertos de los árabes. Entre los peligros estaba el lenguaje mismo de los extranjeros. Comenta Lietbert, obispo de Cambrai, que, cuando pasó por el valle del río Danubio en lo que es ahora Europa Central en camino hacia Jerusalén, en el año 1054, hasta los idiomas extranjeros y raros de los hunos en esta región figuraban entre los peligros surgiendo de malentendidos de idioma que encontraron, igual como las montañas, pantanos y bosques impenetrables.
Había también repetidos y eternos peregrinajes armados (las Cruzadas) llamados por el Vaticano para “rescatar” los lugares santos de Palestina. Había personas que viajaban, celebrando un peregrinaje para ganar una indulgencia plena cuando la Iglesia así declaró, como es el caso cuando el papa Bonifacio VIII declaró el año 1300 un Año Jubiléo con indulgencia plena de perdón para todos los pecados para los que hicieron el peregrinaje a Roma. En este mismo año, Dante Alighieri estaba escribiendo su Divina Commedia e incluye en su poema una descripción de peregrinos entrando y saliendo simultáneamente en los puentes nuevamente construidos.

Había los peregrinajes forzosos impuestos como castigo, por ejemplo, la condena, por el papa Alejandro III, al rey inglés Henry II, por ley canónica, que lo obligaba a pasar públicamente por las calles en vestuario mínimo, desnudo hasta la cintura en medio del invierno y a permanecer parado en las afueras de la Catedral de Canterbury, sin zapatos hasta que sangraran su pies en la nieve mientras que los monjes lo latigaban con The King’s Black Rod (la barra negra del Rey) por haber mandado a asesinar al arzobispo de Canterbury, Tomás Becket, alto oficial de la iglesia en el altar cuando celebraba la misa. Eso en 1174.

Otra razón para tener la necesidad de un peregrinaje se ve en el famoso poema anónimo de Sir Gawain y el Caballero Verde (1400 d. C) cuando el mejor caballero de la cristiandad, Sir Gawain, salvó el honor de su rey Arturo al aceptar el desafío de permitir que el caballero verde cortara su cabeza. Es un doble reto: Gawain, así, salva a Arturo, pero también gana la corte del rey Arturo para la cristiandad, porque el caballero verde representaba la religión pagana de los Druidas y, en este poema, magnífico y elegante, el caballero extranjero y verde había incursionado bélicamente en la corte del rey Arturo para desafiar a la cristiandad con su prueba de vida o muerte para todos los cristianos.

Peregrinos salen de Canterbury.

Multitudes de ejemplos se presentan, pero con estos llegamos a nuestro destino: el siglo XIV en la cristiandad y en el islam. Cantidades de memorias literarias de peregrinajes aparecieron durante toda la Edad Media. Entre ellas, se ha escogido dos autores: Geoffrey Chaucer de Inglaterra y Ibn Battuta de África, contemporáneos ambos del siglo XIV.

Comenzando con la Cristiandad (así denominaron a Europa los del islam porque era el lugar donde vivieron cristianos). El nombre de Europa no apareció hasta mucho más tarde. Si visualizamos, entonces, la Cristiandad del siglo XIV, se descubre un mundo católico, porque sola una iglesia había hasta el siglo XVI. En este mundo fabuloso, Geoffrey Chaucer (1342-1400), el poeta inglés, nacido en Londres, vivió en la corte del rey Ricardo II. Pero Chaucer no era solamente un poeta elegante y erudito. Era también empresario comerciante rico de alto nivel con negocio en el puerto del río Támesis en Londres donde vendió, compró e importó vinos a Inglaterra desde Francia.

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En su poema monumental, Los Cuentos de Canterbury, Chaucer escribió de los peregrinos que viajaban a la tumba de Santo Tomás Becket en el santuario de la catedral de Canterbury para cumplir con sus votos al santo que los habían salvado de la muerte durante el invierno cruel del norte de Europa. ¿Por qué Santo Tomás Becket? Chaucer declara que era el santo “that hem hath holpen whan that they were seke” (quien los habían ayudado cuando ellos estaban enfermos).

El mundo medieval del Islam también presenta viajes apasionados desde peregrinaje hasta aventuras espectaculares. Ibn Battuta (1304-1369), un erudito legal y juez berberisco (un moro, según la gente medieval), nacido en Tánjer, en Morocco, en la Magreb de África del norte, contemporáneo con Chaucer, dejaba a la posteridad su obra del año 1356, Tuhfat an-nuzzar fi garaib al-amsar wa-ajaib al as-asfar (Recuento precioso de tierras exóticas y las maravillas de viajar) , conocido como La Rihla. Ibn Battuta comenzó su peregrinaje de aventuras de treinta años en 1325 y viajaba por todo el mundo desde África hacia la península ibérica, el Medio Oriente y China, originalmente para cumplir su deber como creyente fiel en el islam de hacer el peregrinaje (el hajj) a la ciudad de La Meca.

Regresando a Europa, la cristianos medievales de Europa fueron de peregrinaje por muchas razones, penitencia y asuntos espirituales siendo solamente una de las muchas posibles razones. La iglesia, después de la confesión de una persona, pudiera asignar un peregrinaje sin zapatos por las montañas nevosas que pudiera durar muchos años, como castigo y penitencia. Una corte civil pudiera dar, a una persona de cualquier rango, un castigo en lugar de la muerte o la cárcel, por haber cometido crímenes serios.

También la gente fue de viaje de peregrinaje para gozarse de la vida. Por ejemplo, un tal Gréffin Affagart, en el siglo XIV en Inglaterra, declaró que un peregrino (como él mismo) en su peregrinaje a Jerusalén, recomendó que uno deberá llevar consigo “Unas buenas intenciones, un corazón valiente, una lengua filuda, y una cartera gorda” como necesidades esenciales.

En el Prólogo General de su poema, Los Cuentos de Canterbury, Chaucer describe, en los 24 cuentos, representantes de toda la sociedad de Inglaterra medieval, comenzando con lo más alto, la figura honrada del caballero, y después sigue presentando las distintas categorías de la población hasta el labrador rural, describiéndolos física y moralmente.

El primer protagonista presentado es el caballero (the Knight). Nos dice Chaucer el peregrino (porque el poeta se presenta él mismo entre el grupo de peregrinos), acaba de regresar de un servicio militar a Londres y desea ofrecer sus agradecimientos al santo, por haber salvado su vida. En este proyecto poético, Chaucer nos presenta la larga lista de lugares en Europa Occidental y Oriental, en Asia y el Medio Oriente donde el caballero declara a la compañía de peregrinos que él ha prestado servicio militar. Menciona Egipto, España, Turquía, Lituania y Rusia, entre muchos otros. Al analizar bien este itinerario, no sería posible que una sola persona pudiera haber peleado, en una sola vida, en tantos lugares. Los oyentes del poema en la corte real de Londres, a quienes Chaucer leyó Los Cuentos de Canterbury en voz alta, supieron, sin que Chaucer lo dijera, que el caballero era, en realidad, o un mercenario o un gran mentiroso. Otro personaje que forma parte del grupo es una mujer de negocios, comerciante en telas y textiles. Ella es, además, una suerte de peregrina profesional y una mujer que ha tenido cinco esposos, además de “otra compañía en su juventud” como ella misma declara a los demás peregrinos cenando juntos en el albergue, The Tabard Inn.

Por su experiencia, la señora de Bath (ciudad de Inglaterra centro de la ocupación romana de Inglaterra donde hay maravillosas ruinas de baños públicos) se declara una experta en el matrimonio. Anda montada en un caballo a la manera de un hombre, y no como mujer sentada en la silla lateral, vestida con un adorno tocado en su cabeza “que pesaba, por lo menos, quince libras” (comenta Chaucer) por su diseño extravagante. También usa medias de color escarlata fuerte. Eso sabemos porque tiene la falda de su vestido arropado en la cintura de su vestuario, donde también cargaba una daga extravagante. Chaucer presenta la descripción de ella seriamente, pero con una ironía magnífica, que transmite el panorama del mundo de los comerciantes igual como el de una mujer con tantos esposos y “compañía” de juventud. ¿Qué pudieran haber pensado los jóvenes adolescentes de la aristocracia de la corte del rey Ricardo II quienes escucharon el poema leído tan seriamente por el poeta quien ni culpa ni desprecia ni se avergüenza abiertamente en su exhibición de una criatura tan extrovertida como la señora de Bath? La historia nos dice que les daba risa.

Un barco sobre el río Eufrates en Siria.

Una pregunta a los lectores: ¿Si la gente medieval de la Cristiandad viajaron tan largas distancias para venerar los restos mortales de sus héroes espirituales, sería tal vez porque, al cumplir sus votos en esta manera, estaban satisfaciendo una necesidad emocional?
En Morocco, en 1325, encontramos Ibn Battuta, quien trazó una larga y compleja ruta de más de 120,000 kilómetros en sus viajes por la mitad del mundo comenzando desde el Norte de África. Visitó al Egipto en su camino hacia Arabia para completar el peregrinaje (hajj) que todos los musulmanes deberán tomar a las ciudades sagradas de Medina y La Meca. Desde estas ciudades se dirigió a Palestina, Siria, Iraq y Persia. Cruzó el mar Rojo para visitar Yemen; pasó por el Sudán y zarpó por el océano Índico, pasando por la costa de África Oriental y llegando a Omán y el Golfo Pérsico. Viajaba por toda Anatolia, visitando Constantinopla y de allí a las estepas congeladas de Rusia antes de viajar por Asia Central hasta las alturas de Afganistán y Pakistán. Permaneció en la India durante siete años y después visito las Maldivas y Ceilán. Pasó a Bengala e Indonesia finalmente alcanzando las tierras misteriosas de China. Al regresar a Morocco, visito Sardinia y la península ibérica antes de cruzar el desierto del Sahara para entrar al Tombuctú en el imperio antiguo de Mali. Llegó a su tierra natal en 1354, dictó sus memorias a un escribano y falleció entre 1368 y 1377.

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En sus largos viajes, Ibn Battuta utilizaba todos los medios de transporte disponibles: a pie, en camello solo o en grupo, cruzando desiertos, en la espalda de los elefantes en la India, por barco en el mar Rojo y en los ríos de China; a lomo de caballo en Anatolia y en las estepas de Eurasia pero en todo momento, escribe en sus memorias después de sus viajes, estaba viajando dentro de los confines de Dar al-Islam (la casa del islam), en otras palabras, por todas aquellas tierras que, en este entonces, se mantuvieron dentro del ámbito musulmán de cultura y religión.

Lo que salta a la vista en la lectura de estos dos textos es la alegría fabulosa de no quedarse en casa. Y si se tiene que quedar en casa, hay que leer de viajes, peregrinajes y maravillas para escapar de la realidad al pasado lejano y regiones donde viajaron estos aventureros ávidos por gozar de la vida que hasta hoy en día es conmemorada por los valencianos de España en su celebración medieval de los “moros y cristianos”.

En esta noche más oscura, hoy, la bendición es que, en estos relatos cristianos y musulmanes, se encuentra la plenitud de Dios, porque “El presente es tan parecido al pasado, como el agua es al agua” declara Ibn Khaldun, en el mero siglo XIV, en su Al-Muqadimmah, Prologomeno a la historia internacional.