Cada objeto cuenta una historia ¿quiénes eran?, ¿a qué se dedicaban?, ¿qué tan sencilla era su vida? A 39 años de lo ocurrido en esta zona de Morazán en 1981, es difícil establecer con exactitud el número total de víctimas ejecutadas por el batallón Atlacatl en el marco de “operaciones militares” que devinieron en masacres.
Congelados en el tiempo, estos objetos se han convertido en la única evidencia de las vidas que fueron truncadas por durante la masacre perpetrada entre el 9 y el 13 de diciembre de 1981, la cual solamente en El Mozote se cobró más de 400 víctimas, casi la mitad de las 978 muertes reconocidas por la CIDH y el Estado salvadoreño hace unos años.
Amadeo Martínez Sánchez: “Lo único que me ha quedado de mi madre es esta piedra de moler”
Familiares que murieron en la masacre: Madre y tres hermanos
Lugar: La Joya
A los 35 años, tras una exhumación, Amadeo Martínez Sánchez pudo enterrar los restos de su madre y a tres de sus hermanos: María Jesús, Teodoro y Rafael.
Amadeo recuerda con mucho cariño a su madre María Inés Vigil Martínez y a sus hermanos. Lamenta no tener más recuerdos que un objeto que perteneció a su mujer, una mujer dedicada al trabajo del hogar.
Fotografía: Estos objetos son el único recuerdo de las víctimas de El Mozote
“Lo único que me ha quedado de mi madre es esta piedra de moler que mi padre escondió antes de huir de la casa. Cuando terminó el conflicto y regresamos a nuestras casas mi papá la desenterró”.
Amadeo conserva con gran cariño la piedra de moler en su cocina y expresa que “es de las buenas”. No recuerda cuándo ni cómo llegó esa piedra a la casa de sus padres, pero sí cómo su madre la usaba para moler maíz para luego hacer tortillas.
La piedra de moler pasó 9 años enterrada hasta que Amadeo volvió a desenterrarla y la convirtió en suya. “Yo espero que mis hijos las hereden y así siempre recordar a mi madre que siempre cuidó y estuvo pendiente de nosotros”.
Rosario López: “Estas fotografías son lo único que tengo de ellos”
Familiares que murieron en la masacre: 24 familiares, entre ellos sus hijos, madre, padre, hermanos y primos.
Lugar: La Joya
Rosario López perdió 24 miembros de su familia en un solo día y esperó 27 años para poder enterrarlos. De ellos solo conserva un marco con dos fotografías que con el tiempo logró sacar de unas cédulas de identidad de su hermana y de su padre: Priscila e Ismael López.
“Mi hermana era muy guapa con un gran carácter, mi papá era un padre muy cariñoso, siempre estuvo disponible. Recuerdo que cuando yo estaba pequeña mi mamá me ponía a moler el maíz y él me ayudaba”.
Rosa recuerda que cuando logró sacar esa fotografía sintió un gran alivio porque hasta ese momento no conservaba ningún objeto familiar. “Estas fotografías son lo único que tengo en físico de ellos y lo atesoro en mi corazón”.
El 8 de diciembre de 1959 entró en vigencia la Ley de la Cédula de Identidad Personal. Esta se comenzó a emitir el 1 de julio de 1960. Según esta legislación, todo salvadoreño mayor de 18 años debía estar provisto de una Cédula de Identidad Personal siendo el único documento necesario y suficiente para establecer la identidad de la persona, en todos los actos públicos y privados en que se presentaba.
La Cédula de Identidad Personal se obtenía en la alcaldía municipal del domicilio del ciudadano. Era una pequeña libreta en la que constaban datos personales y una fotografía.
En el ataque a La Joya, los soldados mataron a veinticuatro familiares de Rosario López, incluyendo a sus padres, dos hermanas, así como diecisiete sobrinos y sobrinas. De la mayoría, Rosario solo conserva el recuerdo.
Orlando Marquez: “Cuando nosotros venimos del refugio no había nada para poder echar mano”
Familiares que murieron en la masacre: Padre, madre y dos hermanas
Lugar: El Mozote
Orlando Márquez huyó de Morazán justo un año antes de la masacre. La última vez que vio con vida a su padre, aprovechó para mandarle saludos a su madre y a sus dos hermanas menores: Edith Elizabeth Márquez García, de 8 años, y Yesenia Yaneth Márquez García, de 18 meses.
Orlando ha logrado conseguir varios objetos que le recuerdan a su familia. Un corvo mohoso que perteneció a su padre, Santos Márquez, le recuerda las jornadas cuando hilaban henequén, para luego venderlo. “Entonces era de un maguey que sacábamos el mezcal y como acá lo sembrábamos y hacíamos todo el proceso para sacar el hilo… Todo eso se perdió en tanta quema que hicieron cuando nos tiraban las bombas, se prendían las tierras, no quedó nada… Cuando nosotros venimos del refugio no había nada para poder echar mano”.
Entre esos objetos preciados, Márquez guarda una placa dental que hallaron al construir su casa. Esta perteneció a su madre, María Agustina García, quien además del trabajo de la casa se dedicaba a la crianza de aves. “Mi mamá fue a Delicias de Concepción en el año 1975, ella me comentó que se pondría dientes de oro… Recuerdo que era muy maliciosa y no quería que todos los dientes de la placa fueran blancos, cosas de mayores creo yo. Para ese tiempo era bien visto que los adultos tuvieran dientes de oro, eso era de gente que tenía buenos ingresos”.
El vestido de Yesenia, una de las hermanitas de Orlando, adorna las paredes de la casa resguardado entre un marco de madera y una placa de vidrio. El pequeño vestido fue encontrado junto a otros objetos, pero tiene un gran valor porque Orlando lo compró meses antes de la masacre para su hermana. Años después lo encontró junto a los restos de su familia en el patio de la casa.
María Agustina García viajó con sus hijas a Perquín para una consulta médica y aprovechó para visitar también un estudio de fotografía, donde posó con las pequeñas. “Mi madre me mandó este cuadro con la foto y para mi fue sorprendente porque no hacía mucho que se la había tomado; es lo único que me queda para verle y recordarles”, concluye Orlando.
José Amparo Martínez: ¿Cómo comprobamos que vivieron si acá arrasaron con todo?
69 años
Familiares que murieron en la masacre: Madre, hermana y sobrinos
Lugar: La Joya
José Amparo Martínez, de 69 años, quien huyó de La Joya junto con su esposa y sus cuatro hijos cuando comenzó el ataque, recuerda que cinco días después supo de la muerte de su madre Felipe Martínez y cinco sobrinos.
Recuerda cómo su madre era una mujer muy oficiosa dedicada a la costura y que “cada cosa que hacía le ponía empeño”. De ella y sus sobrinos solo ha conseguido las fe de bautismo y una fotografía de su madre convertida en póster..
“Una vez que andaba haciendo un trámite un conocido me dijo que tenía una copia de la fotografía de la cédula de mi madre. Yo estaba muy contento porque es lo único que tengo de ella. Se la entregué a un extranjero que estaba en Canadá y él le mandó la foto por Internet a un amigo que me sacó una impresión grande que es lo único que tengo”, explica.
El nombre de la madre, la hermana embarazada y los cinco sobrinos de José Amparo están en el monumento en El Mozote: “De los cinco sobrinos sólo he logrado sacar tres fe de bautismo que fui a recoger a Jocoaitique; de los otros dos y mi hermana no tengo nada. Es bien triste porque ¿cómo comprobamos que vivieron si acá arrasaron con todo? Lo quemaron todo. Es nuestro testimonio contra el de las autoridades”.
Los registros parroquiales de la Iglesia Católica son una fuente de información para la investigación de la historia familiar, pues en las parroquias hay libros donde constan los bautismos y los matrimonios. Los registros parroquiales de la Iglesia Católica después de 1859 se pueden utilizar para complementar información que se encuentra en los registros civiles.
María de la Cruz Argueta: “De mi padre no tengo nada, todo se quemó”
Familiares que murieron en la masacre: Padre, tíos tías primos
Lugar: Cerro Pando
“Nosotras por puro milagro estamos contando la historia, porque ahí la Fuerza Armada nos sacó, nos dijeron que si no salíamos nos iban a matar”, María de la Cruz Argueta recuerda que tenía diez años en el momento de la masacre en el Cerro Pando: “Yo en ese momento entendía lo que estaba pasando, quizás no en su totalidad, pero sí entendía”.
“La masacre de Cerro Pando fue en El Barrial en el caserío Los Argueta, toda esa gente era familia de nosotras, mi papá, unos eran tíos, otros eran primos. Lo quemaron todo, de ellos nada quedó”.
María lamenta no tener nada de sus seres queridos más que recuerdos dolorosos: “A veces pienso que uno solo tiene los recuerdos”.
“Un día una hermana de la iglesia que se fue a vivir donde vivía una tía, hermana de mi papá, que murió el día de la masacre, me habló para entregarme un placa dental, ella la había encontrado en el patio, yo sentía bien feo cuando me la enseñó porque tenía una parte quemada”, agrega María.
“De mi padre no tengo nada, todo se quemó. Eso era doloroso. Yo recuerdo que le decía a mi mamá: ‘¡Mire mami cómo está esta gente aquí! ¿Y mi papá?… Mi papá está allá también, bien quemado todo”.
“Hoy en día alguien se muere y nos quedan sus cosas y les recordamos y acá que todo lo quemaron no tenemos nada y las cosas que tenemos las guardamos porque es lo único que nos queda de ellos”.
José Diaz: “Ellos eran inocentes, no merecían morir así”
Lugar: Cerro Pando
Familiares que murieron en la masacre: Hermano, cuñada y 5 sobrinos.
“Mi hermano se dedicaba a la agricultura, tenía cinco hijos y su esposa… Todos murieron en esta masacre, les recuerdo y pienso en cuando los venía a visitar”, dice José Diaz al referirse a sus familiares masacrados en caserío Cerro Pando.
En los escombros que quedan de la casa donde vivían su hermano y su familia, José ha colocado una cruz y al pie de esta conserva unas suelas de zapato. Dentro de su casa, en un recipiente, guarda la placa de su cuñada: “Esto es lo único que tengo de ellos”.
José recuerda a su hermano como un hombre trabajador que no se metía con nadie. Él cultivaba maíz, frijoles y maicillo, y cuidaba a su familia. “Ellos eran inocentes, no merecían morir así, no nos dejaron nada, lo poco que tenemos es porque nosotros hemos escarbado, de lo contrario no tuviéramos nada”.
De Antolín Díaz Portillos, Arístides y Jeremías solo quedan unas suelas de zapatos quemados. “Mis sobrinos le ayudan a trabajar a su papá, siempre cariñosos y buscaban como agrandarlo a uno”, afirma José
Después de 39 años las familias de las víctimas de El Mozote, La Joya y Cerro Pando atesoran con gran cariño cada uno de los objetos que pertenecieron a sus familiares, objetos que la tierra les ha devuelto. “Sin nuestros recuerdos muchos de nuestros seres queridos quedarán en el olvido, porque así como nos los quitaron de esta tierra físicamente también arrasaron con la mayoría de sus pertenencias”, concluye José.