Fábula: dos enamorados en el rosal de la vida

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San Salvador 03 de diciembre 2020 Candido Guitierrez de 59 aÒos, fue reclutado por el ejercito para que combatiera en el conflicto armado que viviÛ el paÌs en los aÒos 80. Guitierrez no concluyÛ los dos aÒos de servicio debido a que quedo sin poder caminar tras un ataque armado en una emboscada, ahora anda en silla de ruedas. Recibe una pensiÛn de $142 dÛlares mensuales con la que paga el alquiler de su vivienda, los recibos de agua y energÌa elÈctrica y su cÛmida. Ha tenido que aprender el oficio de reparar celulares y zapatos, aunque esto ?ltimo ya no tiene demanda. Debido a una ?lcera viaja todos los dÌas desde la colonia Villa de Jes?s de Soyapango hasta el hospital Militar en San Salvador. Vive en el pasaje 9 poniente, en la casa 17, y sale a las sies de la maÒana auxiliado de un vecino. El pasaje tiene varias gradas. El vecino le ayuda a trasladarlo hasta la cuarta avenida sur y deja a su suerte a Gutierrez. El hombre recorre varios kilÛmetros en silla de ruedas, en medio del tr·fico, esquivando conos de policias que no lo ayudan. La faena para llegar a curaciÛn al hospital tarda unas tres horas, con suerte menos sÌ consigue quien pueda movilizarlo. Foto EDH/Jonatan Funes

Por Carlos Balaguer

2020-12-06 5:26:56

Hubo una vez dos enamorados que entraron al encantado y secreto rosal de la vida. En él encontrarían la flor maravillosa del amor, la ilusión y la felicidad. Cada quien, por su lado, se internó en aquel celeste y sagrado jardín. Pasaron las horas, los días, los meses y los años. Finalmente les vieron salir a cada uno por rumbos distintos. Uno de ellos lucía dichoso y feliz, llevando una rosa mística, perfumada y resplandeciente en sus manos. “¿Por qué vienes feliz y sonriente y con la mirada iluminada?”, preguntaron al primero. “Encontré mi flor amada y no me importa morir o no volver, porque llevo conmigo mi mayor y anhelado tesoro”, respondió aquél. El otro buscador del amor, por su parte, venía triste, con lágrimas en sus ojos y herido de las manos.
Se fue de allá sin decir palabra alguna. El ángel que cuidaba aquel sacro jardín encontró una rosa cubierta de lágrimas y rocío. “¿Dime por qué has llorado, mi joven rosa encantada?”, le preguntó. “Tus pétalos están mojados del frío de la madrugada…”. “No son mis lágrimas, cree -respondió la flor-. Son lágrimas de un amor, que al tocarme se espinó la mano en el arrebol”. Moraleja: Cada quien cultiva en su jardín aquello que sembró en su corazón. <“La Felicidad es Cuento” C. Balaguer-Amazon>