Un lejano y sublime cantar andino dice así: “Yo quiero que a mí me entierren como a mis antepasados: en el vientre oscuro y fresco de una vasija de barro. Cuando la vida se pierda tras una cortina de años, vivirán a flor del tiempo amores y desengaños. Arcilla cocida y pura ¡Alma de verdes collados! Barro y sangre de mis hombres ¡Sol de mis antepasados! En ti nací y a ti vuelvo, arcilla, vaso de barro. Con mi muerte vuelvo a ti, a tu polvo enamorado.” Es la elegía del sueño infinito de la Creación. Allá donde el Divino Alfarero modeló a sus húmedas y frágiles vasijas humanas. Las mismas a quienes suele romper el destino y él las vuelve a modelar a fin de crear al hombre nuevo de todos los días. Allá en la renovación de la vida. Cuando volvemos a nacer para guardar en nuestro interior agua fresca, vino, amor, mieles y leche. Ello, para finalmente volver al “polvo enamorado” del poema sagrado. Las Escrituras lo dicen así: “Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en sus manos; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla”. “Entonces vino a mí palabra de Jehová, diciendo ¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh Casa de Israel?”. “Dice Jehová: He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh Israel”. (Jeremías 18: 4-6) <“Éxodo del Sapiens Estelar al Universo” C. Balaguer-Amazon>
El Divino Alfarero y sus vasijas de barro

2020-11-26 6:09:03