Moral, urbanidad y civismo

Es papel preponderante que los padres inculquen buenos principios en el niño, que le enseñen, por ejemplo, a no tomar lo ajeno, a ser respetuoso consigo mismo y con los demás, a expresarse decentemente; en fin, a inculcarle los valores y los principios más nobles de la moralidad.

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Por Carlos Alberto Saz

2020-11-06 5:55:25

La moral, la urbanidad y el civismo son tres de los más elementales valores humanos que dignifican y enaltecen la personalidad, enriquecen el espíritu y sustentan la integridad moral. Quien practica esos principios es digno del mayor respeto y de la más grande admiración.
El Diccionario de la Real Academia Española (el DRAE) dice que ‘moral’ es “un adjetivo perteneciente o relativo a las acciones y caracteres de las personas, desde el punto de vista de la bondad o malicia. Preceptos morales”. También es la “doctrina del obrar humano que pretende regular de manera normativa el valor de las reglas de conducta y los deberes que estas implican”.
Y, como sabemos, lo contrario a la moral es lo inmoral. Por ejemplo, inmoral es la conducta de un expresidente salvadoreño, soberbio y altanero, refugiado en Nicaragua con su mujer y el hijo de ambos, y los tres son acusados de apropiarse de millones de dólares del Estado; como también es inmoral el comportamiento de un expresidente de la Asamblea Legislativa, que asimismo, con su grupo familiar, son acusados de enriquecerse de manera ilícita con más de $470,000.
Pero también hay en el país personajes que son modelos de civismo y urbanidad, que enorgullecen a la Patria por su conducta impoluta.
Aunque, como sabemos, nadie es perfecto; no existe el hombre ideal en el amplio sentido del término, pues como ya lo dijera el filósofo griego Aristóteles, cinco siglos antes de Jesús: “Ningún alma, por superior que ésta sea, está exenta de una mezcla de locura”.
Nadie —dice la Psicología— pisa el “border line” (borde de la línea). Pero lo importante es acercarse lo más posible a ese borde, o sea el borde de la moralidad, demostrando una conducta ajustada a la razón, a la ética, al civismo, a la moral. Y los hombres probos así lo hacen.
No olvidemos que las normas de conducta del individuo y los valores que le sirven de cimiento están determinados, en parte, por el ambiente cultural en que se nace.
Pero, ¿cómo llegar a ser moral? ¿Cómo aprender moralidad? Bueno, enseñándole al niño las reglas del civismo y la moral; que el niño las aprenda y las practique en su familia, en su entorno social, con sus compañeritos y demás personas.
Es papel preponderante, entonces, que los padres inculquen buenos principios en el niño, que le enseñen, por ejemplo, a no tomar lo ajeno, a ser respetuoso consigo mismo y con los demás, a expresarse decentemente; en fin, a inculcarle los valores y los principios más nobles de la moralidad.
Y luego, el maestro y demás educadores, deben continuar esa labor educativa en el aula, enseñándole al educando los valores éticos y morales, guiándolo por el florido sendero de la educación más completa.
De ahí que, cuando el niño sea un adolescente, un jovencito y llegue a la adultez, haya adquirido los conocimientos más elementales de una persona de moralidad notoria, y “que sea antorcha de luz y de moralidad que ilumine los pasos de su vida”, tal como quería monseñor Romero.
Pero es importante señalar que los padres, maestros y demás educadores deben predicar siempre con el ejemplo. ¡Sí, señor!

Maestro, sicólogo, gramático