El rescate de una niña salvadoreña marcó la vida del mayor de bomberos guatemalteco Héctor Chacón. Él lo recuerda como si fue ayer; pero han transcurrido 34 años desde aquel 10 de octubre de 1986.
Ese día un terremoto magnitud 5.7 derrumbó el edificio Rubén Darío, en el centro de San Salvador, y en el primer sótano de esa estructura se encontraba Verónica, de aproximados tres años, quien fue auxiliada por el mayor Chacón.
En ese momento el bombero era parte de la Patrulla Especial de Rescate del Cuerpo de Bomberos Municipales de Guatemala y, tras el colapso de ese edificio él, junto a nueve personas más, fue asignado al rescate de las personas atrapadas entre los escombros.
“Partimos de Guatemala hacia El Salvador minutos después de ocurrido el terremoto, cerca de las 5:00 de la tarde llegamos a San Salvador, luego, por orden expresa del presidente de la República, Napoleón Duarte, nos asignaron el rescate de los sobrevivientes del edificio Rubén Darío”, recuerda Chacón.
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Al momento que salieron de la base de los Bomberos Municipales no contaban con la autorización necesaria para abandonar Guatemala, pero lograron resolver en el camino y al estar en la frontera tuvieron el paso libre y continuaron el viaje.
“Entramos a El Salvador y pensamos que no ocurría nada, en el camino parecía que todo estaba bien, no habían daños, hasta comenzamos a pensar que era falsa alarma”, recuerda el mayor Chacón, quien lideraba a los nueve rescatistas que lo acompañaban.
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Inicio de los rescates
Conforme se acercaron a la capital salvadoreña la primera impresión de los bomberos guatemaltecos cambió, ya que los daños causados por el movimiento telúrico ocurrido a las 11:49 a.m. ya eran visibles. Al llegar a San Salvador recibieron las instrucciones precisas del trabajo que debía realizar.
“Fue impresionante el caos que había, el edificio Rubén Darío se había convertido en una sola masa de hierro y concreto tirada en el piso”, describe Chacón.
En ese momento los guatemaltecos se convirtieron en el primer equipo de ayuda humanitaria internacional en colaborar en el rescate de sobrevivientes en el edificio Rubén Darío.
“Cuando nosotros llegamos aún había incendios entre los escombros de edificio, la gente sin entender la magnitud de lo que sucedía trataba de ayudar a quienes estaban atrapados”, continúa Chacón, quien hoy tiene 72 años de edad.
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El llanto de Verónica
Tras apagar el fuego y en medio de humo denso la búsqueda de sobrevivientes comenzó.
Las herramientas de los bomberos eran escasas y rudimentarias, por momentos debían rascar con las manos entre los materiales sueltos de los escombros. Además, las réplicas continuaban.
A su paso, los rescatistas encontraban los cadáveres de quienes fueron aplastados por la masa de concreto, o cuerpos mutilados.
“Utilizamos la técnica en que se pregunta si hay sobrevivientes, la respuesta fue positiva y se ubicaron; pero también se escuchó que una niña lloraba y golpeando con una barra logramos abrir un pequeño boquete, lo necesario para que ella saliera”, explicó el mayor Chacón, mientras formaba un circulo con sus dedos pulgares e índices.
Lo que no imaginaron los rescatistas fue que junto a la menor había 11 personas más, a quienes tuvieron que convencer que por su fragilidad la niña debía salir primero de entre los escombros.
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“Los ojitos de ella reflejaban una mezcla de angustia y alegría, me abrazó muy fuerte, tanto que casi no me preocupé porque se quedara atrás cuando íbamos hacia afuera de la estructura derribada”, detalla el mayor Chacón.
Para ese momento, cuando la pequeña Verónica fue rescatada, ya eran casi las 3:00 de madrugada del 11 de octubre.
El equipo de la Patrulla Especial de Rescate del Cuerpo de Bomberos Municipales de Guatemala, fue relevado y volvió a su país a los tres días de iniciados los rescates de sobrevivientes.
“Siempre me he preguntado qué fue de Verónica, es el rescate que más me ha impactado o marcado a lo largo de mi carrera por las condiciones en que sucedió”, recordó el mayor Chacón.
Conforme los días pasaron, el recuento de las afectaciones reveló que el terremoto del 10 de octubre de 1986 fue uno de los más destructivos de los que han sacudido el territorio salvadoreño.
Ese evento causó 1,530 muertes, 10,000 heridos, unos 200,000 damnificados y $ 1,031 millones en pérdidas.