Chris Watts fue condenado a cadena perpetua por los asesinatos de su esposa Shanann, quien estaba embarazada, y sus hijas Bella y Celeste de 4 y 3 años. Las asesinó el 13 de agosto de 2018 y luego tiró sus cadáveres a un pozo de petróleo.
El monstruo de Denver, como es conocido, sabe que no saldrá de prisión lo que resta de su vida porque tiene la oportunidad de aplicar una reducción de condena y salir en libertad condicional monitoreado por una tobillera de GPS. Por tanto, ya no necesita su propiedad, la vivienda de 400 metros cuadrados que compartía con su familia.
La casa ha sido una de las principales protagonistas del documental de Netflix: American Murder, The Family Next Door y está en venta desde hace dos años, pero tal parece que nadie quiere vivir ahí.
Los Watts la compraron la casa en mayo de 2013 cuando estaba recién construida, pagaron 400 mil dólares. En esa época aún no había nacido ninguna de las pequeñas, pero los esposos habían planeado vivir ahí el resto de su vida. Los sueños acabaron la madrugada del 13 de agosto de 2018 con los brutales feminicidios.
Ahora Watts intenta venderla para pagar sus deudas, puesto que desde la cárcel no puede producir para pagarlas. La casa está valuada en 645 mil dólares, pero su prestamista posee la hipoteca embargo del inmueble para cobrar el dinero. Sin embargo, nadie lo compró en el plazo de un año desde que salió a la venta, entonces el condado lo sacó de la ejecución hipotecaria.
Nadie se acerca a visitarla, ni consultan sobre rebajas. Nadie quiere esa propiedad de ocho habitaciones que ven como “maldita” y a la que turistas y vecinos se acercan para tomar fotografías.
“No está recibiendo ninguna oferta porque la gente conoce la sórdida historia de la casa y nadie la quiere. Simplemente queda en el limbo hasta que un acreedor llegue y vuelve a intentar una ejecución hipotecaria”, dijo Clark Dray, abogado de bancarrotas con sede en Denver.
“Por lo general, al menos la compañía hipotecaria intentará comprar la casa para poder revenderla” dijo Dray.
La desventaja es que de acuerdo al análisis inversor la casa no puede alcanzar un buen valor y a medida que pase el tiempo costará menos.
“Cuanto más tiempo esté desocupada la casa, mayores serán los descuentos. Cuando hay niños involucrados, los descuentos son más altos. A la gente realmente no le gusta eso”, advirtió Orell Anderson, de Strategic Property Analytics.
Desde que los asesinatos conmovieron a Frederick, el lugar donde sucedió el múltiple femicidio, los curiosos de la zona o de pueblos cercanos se acercan para fotografiar el edificio. Pero mucho más desde que Netflix pusiera al aire el documental de una hora y cuarto que lidera las audiencias.
Shanann y las niñas
El documental dura 83 minutos y se muestra a Shanann Watt llegando a su casa de un viaje de trabajo. También, a diferencia de las redes sociales de ella que muestran una familia perfecta, los mensajes de texto exponen sus esfuerzos por sacar adelante una relación rota y las conversaciones con sus conocidos sobre esos problemas. Los resúmenes bancarios de las cuentas de los Watts prueban las salidas del hombre con una amante. Un video del archivo telefónico muestra a las niñas cantando una canción sobre cómo su padre era su héroe.
Mientras ve eso, el espectador sabe que Shanann Watts no iba a volver a cruzar esa puerta con vida; que el amor, las vacaciones y los juegos eran solo una parte de la relación, cuyo lado oscuro no era instagrameable; que la dimensión de la tragedia familiar superaba ampliamente la posibilidad del arreglo; que lejos de ser el héroe de sus hijas Chris Watts fue su asesino a sangre fría.
“Papi, ¿qué le pasó a mamá?”, preguntó Bella cuando vio que su padre cargaba el cuerpo de Shanann, según confesó luego de fingir que su familia había desaparecido y él la buscaba. Dejó el cadáver de la mujer en la camioneta, donde lo llevaría para ocultarlo en un tanque en la refinería de petróleo donde trabajaba. Subió también a las niñas al vehículo.
“Papi, no”, dijo luego Bella, cuando comprendió que, tras asfixiar a su hermana menor, su padre se disponía a hacer lo mismo con ella. La reproducción también es parte de la confesión del asesino múltiple.
Luego de los asesinatos Watts llamó a la escuela de sus hijas para avisar que no asistirían a clase; también a un agente inmobiliario para conversar sobre la venta de su casa, como si nada hubiera sucedido.
Pero días después su coartada se desvanecería y tendría que reconocer todo lo que había pasado: se declaró culpable de asesinato, interrupción ilegal de un embarazo y manipulación de cadáveres, entre otros cargos. Su colaboración con la fiscalía le permitió evitar la pena de muerte y recibir en cambio cinco condenas a prisión sin posibilidad de libertad condicional. Ya no podrá volver a su casa. El femicida morirá en prisión.