Farewell

He tenido que forzarme a pensar en mi propia partida hace 40 años para entender que, a pesar de las actuales circunstancias, es su momento de extender alas y alzar vuelo. Un vuelo que ella misma persiguió con sus buenas notas desde hace un par de años; un vuelo no exento de peligros, pero preñado de promesas.

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La normativa aborda únicamente la primera dosis de una potencial vacuna. Foto AFP

Por Jorge Alejandro Castrillo Hidalgo

2020-10-02 7:11:44

Esta única vez escribo por encargo. Pero al escribir estas líneas no obedezco orden alguna ni lo hago por dinero, sino por el placer que me provoca atender la delicada petición de quien más quiero: “¿Me vas a escribir un artículo cuando me vaya?”, me preguntó, de esa deliciosa manera que solo ella puede hacerlo conmigo.
Volví a nacer en 2001, tendido en una cama de hospital, conectado a una máquina que respiraba por mí, con el esternón aserrado y vuelto a su lugar con grapas que todas las radiografías muestran. Años antes, Dios me había enviado a la bella e intensa mujer en cuyos brazos habré de sucumbir encantado (“amor, llegado que hayas a mi fuente lejana, sé turbión que desuella, sé rompiente que clava. Amor, deshace el ritmo de mis aguas tranquilas…”) las veces que sea necesario hasta la última y definitiva, que estoy empeñado en demorar lo suficiente. El cubano inmortal dijo que había tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Yo había sembrado más de un árbol y escrito un par de libros, pero me faltaba completar la terna. Lo hice un 11 de agosto de 2002, sin haber abandonado aún el sentimiento de superviviente. Mi hija nació un año después que yo.
Así, empecé el siglo cambiando pañales, mal cantando canciones para dormirla y siendo muy consciente que debía aprovechar cada uno de los momentos que el buen Dios me regalaba. ¿Hubo algún día que no la llevara al colegio, alguna vez que no estuviera para su salida? Tal vez, pero nunca hubo desvelo que me impidiera llevarla ni reunión, por importante que fuera, que me detuviera de recogerla. Ir al colegio por ella al mediodía era el momento más lindo de mi día: parqueaba el carro (“aparcaba el coche” como ella aprenderá a decir dentro de poco) afuera para evitar demoras, y mientras caminaba ya la iba imaginando. Al llegar donde ella esperaba. ¡cuántas veces me deleité viéndola sin que me viera! Siempre gocé y atesoré ese cotidiano pero fugaz momento en que sus ojos, al descubrirme, se abrían grandes, su cara se iluminaba de alegría y corría menudita a tirarse literalmente en mis brazos. ¡Ah, ese olor a sudor de niña secado por el sol! Tiempos en los que, sin vergüenza, me quería delante de todos. “¡Vení, papá, vení!” me decía, y me llevaba bajo el sol para enseñarme los malabares y piruetas infantiles que había aprendido a hacer ese día. Tiempos en los que, cuando íbamos al cine, al final de la película esperábamos que todos salieran, aprovechábamos la música de los crédito y, bailábamos nuestro “pas de deux” al pie de la pantalla. Pasa el tiempo. Ya en secundaria, más de alguna vez me tocó esperar más de lo debido dentro de carro porque ella “estaba platicando con mis amigos”. Tampoco aceptó volver a bailar al término de las películas; tenía que bastarme con lo ya bailado, tenía que entender que ya no era una niña. Nunca nos ha dado problema alguno; en cambio, sí puedo contar muchas satisfacciones plenas. A pesar de todo lo que la vida haya querido echarme encima, que lo ha intentado, sin duda estos han sido los 18 años más felices de mi vida. Y por ello, doy gracias a Dios cada día que pasa.
Fue educada para ser independiente desde pequeña. Recuerdo por ejemplo la primera vez que la trabazón de la entrada la obligó a bajarse a cuadras del colegio para no llegar tarde: me angustié y me gané una regañada al contarlo en casa, pero su mirada me habló del orgullo que había sentido al caminar sola ese trecho. O cuando, un par de años después, me atreví a que bajara sola en el centro comercial y se llegara a la tienda mientras yo iba a estacionar el carro. Nadie, ni Flash, el personaje, hizo las cosas tan rápido como yo esa tarde. Uno va aprendiendo: no lo conté en casa.
He tenido que forzarme a pensar en mi propia partida hace 40 años para entender que, a pesar de las actuales circunstancias, es su momento de extender alas y alzar vuelo. Un vuelo que ella misma persiguió con sus buenas notas desde hace un par de años; un vuelo no exento de peligros, pero preñado de promesas. Un vuelo que ella se ganó y al que tiene derecho. Dice mi esposa que hoy es el día de los “ángeles custodios”. A ese “angelito de su guarda, dulce compañía”, se la he encargado cada noche. Hasta hoy le ayudé yo a custodiarla, llegó el momento que asuma él su entera responsabilidad. No me dolió tanto separarme de mis arbolitos ni de los libros escritos. Sembraré otros, escribiré alguno más. Ella es irrepetible. Y su ausencia lo será también.
Veámosle el lado bueno: Aprenderé yo el significado pleno de la palabra saudade, aprenderá ella la belleza y ternura del amor expresado en cartas.

Psicólogo/ psicastrillo@gmail.com