Voluntad

La población habría preferido que se pusieran de acuerdo para producir una legislación ordenada a la que atender. Nuestra gente es despierta y poco les falta para llegar a la conclusión de que no hubo voluntad para hacer bien las cosas.

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Koky Aguilar junto a la viceministra de Trabajo, Maritza Calderón, durante una donación de protectores faciales a esa cartera de Estado. Foto EDH / Archivo

Por Jorge Alejandro Castrillo Hidalgo

2020-08-28 9:59:20

¿Cómo nos explicamos que el estudiante que sabe que tiene que dar un importante examen dentro de un par de meses –en el cual se juega toda su carrera universitaria- no se ponga a estudiar desde ya con ahínco? ¿Qué explica la inactividad del inteligente joven, que habiendo comprendido la cerrada competencia que tendrá para conseguir un buen trabajo, deja pasar días y semanas sin ponerse a ello? ¿Por qué el hombre que dejó de fumar de un día para otro dice que no consigue hacer ejercicio? En cambio ¿qué explica que el otro se levante a las cinco de la mañana y se tire al agua fría de la piscina para nadar dos mil metros diarios? Vea la actitud de Nadal o de Federer en alguno de los juegos que empiezan perdiendo, pero no se dan por vencidos y terminan ganando.
El leído filósofo español José Antonio Marina publicó el simpático libro “El misterio de la voluntad perdida” hace algunos años (¿1977? ¡caramba!, “cómo se pasa la vida, /cómo se viene la muerte/ tan callando”, como diría otro español famoso siglos antes). Allí argumenta, no sin razón, que en psicología dejó de estudiarse la voluntad y de todos los otros fenómenos que no fueran tangibles, esto es, que pudieran observarse y tocarse, por to tanto, medirse. También propone allí “distinguir dos modos de entender la voluntad: una, la tradicional manera de elegir fines y realizarlos. Pero él propone que es mejor hablar “de sujetos capaces de actuar voluntariamente; lo que convierte a la voluntad en una posibilidad del sujeto, no una propiedad de todos los seres humanos”.
Así, entendemos mejor que nuestros políticos, (los del Órgano Legislativo, pero más los del Ejecutivo) no hayan podido ponerse de acuerdo; que los trabajadores, enfrentando peligros, acudan a sus trabajos; que los industriales, a pesar del ya enrarecido ambiente en su contra, decidan encender sus máquinas para producir los bienes que la población consume; que los empresarios y profesionales, abran sus locales y presten los servicios que les demandan. “La voluntad es una posibilidad del sujeto, no una propiedad de todos los seres humanos”.
El otro día volvió a aparecer la señora comisionada presidencial en un noticiero televisivo supervisando, entre otras cosas, la prestación del servicio de transporte público. Se le extrañaba desde la renuncia del Ministro de Hacienda, el otro del FMLN con protagonismo en el gabinete. Esta vez, su porte y actitud no parecieron tan enérgicos como antes, al punto que en sus declaraciones por poquito se olvida repetir el estribillo de todos: “aunque nos han dejado sin herramientas…”. Mi humilde sugerencia es que revisen si les conviene seguir diciendo eso. La población habría preferido que se pusieran de acuerdo para producir una legislación ordenada a la que atender. Nuestra gente es despierta y poco les falta para llegar a la conclusión de que no hubo voluntad para hacer bien las cosas. Y es peligroso sentar el antecedente que se puede seguir viviendo sin leyes que nos regulen. Leyes que son responsabilidad de los políticos. Si a algo está acostumbrado el salvadoreño es a hacer las cosas, aunque no tenga las herramientas para hacerlo. ¡cuántas cosas han sido hechas a fuerza de voluntad, sin tantos lamentos!
La voluntad es la que inicia y mantiene la acción. El estudiante desea sacar buena nota y entiende que tiene que estudiar para ello. Si no lo hace, es la voluntad la que falla. Igual funciona para el joven desempleado. Distinto será terminar el mes diciéndose “no conseguí laburo a pesar de haberlo intentado que no conseguí porque ni siquiera lo intenté”. Mal contemporáneo: no educamos la voluntad. Las nuevas generaciones, más que las anteriores, parecen esperar que todo caiga del cielo.
Hace tres semanas supe que un amigo muy querido -compañero de rebotes y canastas- estaba en los cuidados intensivos de un hospital. Durante un mes ha peleado a brazo partido, primero contra el odioso virus y luego contra una sobreviniente infección nosocomial. Empresario de sólidos y correctos principios, desde hace muchos años viene alegrando la mesa de los salvadoreños y satisfaciendo nuestro nacional y clásico gusto por los lácteos. Hombre, por bueno, muy querido, tiene a cientos de amigos rezando por su bienestar y recuperación. Este jueves su esposa me dio una gratísima noticia: los doctores, intrigados y admirados a la vez por su fortaleza, habían cambiado su pronóstico de “muy delicado” a “positivo”. “Ese es tu marido”, le dije a su esposa, “prepárate que está peleando por seguir a la par tuya. Y hasta donde lo conozco, tiene una férrea voluntad”.
Dios quiera que ese sea el resultado final. Seguiremos orando por él como hasta ahora. O más.

Psicólogo
psicastrillo@gmail.com