El hombre apolítico

Existen muchos candidatos y funcionarios honestos y buenos, probablemente eclipsados por los malos y corruptos, o también que usan la plataforma que le proporcionan algunos partidos con mal pasado para poder llegar a ejercer influencia. Sin embargo, es nuestro deber tomar en serio la tarea de elegir y poner nuestros medios para conocer los perfiles y dejarnos de escudar en la excusa y sombra de la indiferencia.

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Ana Herrera aprovecha las promociones de un almacén ubicado en Multiplaza. Foto EDH / David Martínez

Por Juan José Fortín Magaña

2020-08-27 9:56:21

Sin duda todos hemos escuchado más de alguna vez una frase como la de este titular: “Yo no opino sobre eso, porque yo soy apolítico”.
Hemos conocido, o tal vez hemos sido una persona que manifiesta desvincularse totalmente de lo político, hasta el punto de que no solo le genera indiferencia, sino también rechazo. Usualmente, estas personas son aquellas que han experimentado un gran desencanto con los partidos o funcionarios, los que han pasado probablemente de algún tipo de idealismo a la negación total que los lleva a ser ciudadanos “sin política”.
Difícilmente tal afirmación puede hacer sentido en una sociedad, puesto que por definición somos “animales políticos” y por más que no votemos o gritemos consignas, participamos activamente del funcionamiento de nuestra Nación y de sus instituciones, que para bien o para mal, nos dan un lugar y contexto de vida. Sin embargo, fuera de formalismos, es claro que la idea detrás de tal mensaje es simple: “No me interesa opinar o tratar temas relacionados al mundo político y sin duda no muestro apoyo o participación de los eventos o partidos políticos.
Tanto el fanatismo como la total indiferencia son grandes males de la política salvadoreña. Ninguno de los dos aporta una visión muy madura de como afrontar la democracia, porque huyen del juicio correcto y adecuado para la selección de los candidatos. Unos apoyando ciegamente a su favorito, y otros dándoles a estos la batuta para que dirijan el país.
Evidentemente el costo de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores, como diría Platón, pero tal vez el desencanto de estos “apolíticos” proviene de haberse involucrado y encontrar como pese a esto, terminaba siendo gobernado por malos ciudadanos y sobre todo, terminaba engañado por las personas en quien confió.
Es por ese motivo, que la solución para el fanatismo y desencanto es el realismo. En general en la vida, la idealización es una mala alternativa para ver las cosas, sobre todo porque lleva a la frustración de darnos cuenta de que las cosas no siempre son como quisiéramos. En la política esto se traduce a entender que todos los políticos juegan parte de un sistema muy imperfecto que además acarrea no solo muchas prácticas corruptas, sino los vicios propios de cada político. Los políticos son ciudadanos como tú, no están hechos de un material especial, pueden tener los mismos vicios que cualquiera, pero con mayor poder y responsabilidad. Por eso, la única manera de ceder en ese desencanto es entender que la democracia no es un sistema perfecto, pero sí mejor que las otras formas de gobierno. No vamos a escoger al Rey Filósofo, justo y honesto por excelencia, pero probablemente sí podemos escoger gente comprometida. Y que si queremos tener buenos funcionarios tenemos que buscar entre todo lo malo, aquellos que sí sean buenos.
Existen muchos candidatos y funcionarios honestos y buenos, probablemente eclipsados por los malos y corruptos, o también que usan la plataforma que le proporcionan algunos partidos con mal pasado para poder llegar a ejercer influencia. Sin embargo, es nuestro deber tomar en serio la tarea de elegir y poner nuestros medios para conocer los perfiles y dejarnos de escudar en la excusa y sombra de la indiferencia.

Lic. en Economía y Negocios, Master en Psicología y Comportamiento del Consumidor