La triste historia de un solitario Tagadá que se quedó con ganas de repartir adrenalina
El emblemático juego mecánico fue creado hace 15 años y es uno de los más queridos y recordados en estas fiestas de agosto. Ahora está guardado en un predio esperando mejores tiempos.
Por Yessica Hompanera
2020-08-06 12:25:34
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Teníamos todo listo a lo grande para un año de carnavales y fiestas. Me preparaba para visitar varios festejos en municipios de El Salvador. Foto EDH/ Yessica Hompanera
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En las que más ansiaba estar eran en julio en Santa Ana; en agosto, San Salvador y en noviembre, San Miguel. Pero de un momento a otro todo cambió.
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Mis luces de colores se apagaron, mis bases levantadas y mi remolque puesto en un solitario predio en el municipio de Nejapa. Estoy rodeado de maleza y contenedores aburridos a veces bajo el sol o la lluvia.
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Con toda modestia, soy el alma de una celebración patronal. Mis fanáticos me suelen llamar por muchos nombres, pero soy más conocido como “Tagadá” del emblemático Play Land Park.
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No hay quién se resista a subirse y asumir los retos que les pongo sobre mi platillo de seis metros de diámetro. Cuando se suben y se sientan en mis sillas metálicas la gente sabe que debe de aferrarse y evitar caer o pasar algún tipo de vergüenza frente a los que observan desde lejos y que festejan con carcajadas las desgracias de los demás.
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Mis antepasados nacieron en Italia, pero fui creado en El Salvador hace más de 15 años por la empresa salvadoreña de Fábrica de Juegos Mecánicos (Fajume). Durante mi tiempo de existencia nunca había dejado de trabajar. Siempre era solicitado por alcaldías con el objetivo de alegrar a su gente. De forma directa genero trabajo a 190 familias; y de forma indirecta a más de mil personas que dependen de los juegos mecánicos para llevar el sustento diario a sus casas.
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Podría decir que soy la máxima expresión de la adrenalina. Hace un año recuerdo que miles de personas hicieron fila para sentir el movimiento violento y descontrolado, tal cual baile.
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Gritos, risas y comentarios sobre la experiencia era lo que relucían en medio de la muchedumbre en el campo de la feria el cual era adornado con luces, música y comida. Esos recuerdos quedan en la memoria de todos aquellos que vivieron la experiencia. Mi último carnaval fue en San Miguel, ahí permanecí varias semanas. No pensé que fuera la última.
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Desde que la pandemia tocó suelo salvadoreño todos los eventos públicos y recreativos quedaron suspendidos de manera indefinida y los empresarios y vendedores que se dedicaban al rubro del entretenimiento tuvieron que guardarnos, a mí y mis colegas de acero, a la espera de mejores tiempos.
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Entonces fue ahí cuando llegué a este lugar donde eventualmente me dan mantenimiento y así estar listo para las siguientes sacudidas que daré al público en las próximas fiestas cuando este malvado virus deje de amenazar a los salvadoreños.
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