Aprender de la historia

Para la evolución de nuestra sociedad es necesario aceptar la diversidad de pensamientos, opiniones y críticas; y aunque no las compartamos, debemos aprender a escucharlas con respeto, abrirles un espacio de expresión y rebatirlas con más y mejores ideas, sin considerarnos enemigos o adversarios.

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Ambulancias en el hospital El Salvador, ubicado en Cifco. Foto EDH/ Menly Cortez

Por Erika Saldaña

2020-07-13 5:45:06

Con el cese del conflicto armado, El Salvador inició un largo camino hacia la construcción y consolidación de un Estado constitucional de Derecho, y además se dio lugar a un intento de sanar las heridas físicas y emocionales que dejó la guerra. Desde esa época, muchos avances se han visto mermados por la complicada situación de la seguridad pública y corrupción que ha enfrentado el país, sumado a los problemas existentes en educación, desempleo, salud, crecimiento económico y hoy la pandemia. Sin embargo, la época de la guerra no es comparable con lo que hoy vivimos.

La guerra salvadoreña entre los años 1980 y 1992 fue una de las épocas más difíciles que ha enfrentado nuestro país. Daños personales y económicos incalculables para la sociedad, dejando un país en ruinas, familias separadas, más de ochenta mil muertos, desaparecidos, exiliados y heridas físicas y psicológicas a muchas personas. Esto hay que recordarlo cada vez que se hable a la ligera de una guerra, porque nuestro país ya la ha sufrido; banalizar este tema no es más que un desconocimiento grave de la historia de El Salvador.

Hay generaciones que no vivimos la guerra, por eso mismo y por respeto a las personas que sí sufrieron y murieron durante ese periodo, nadie debería insinuar o incitar el regreso de una guerra al país, ni comparar lo que hoy vivimos a lo que fueron esos tiempos. Hoy, mediante el dialogo y no con la amenaza de guerra en las calles, debemos buscar respuestas a los problemas que vivimos. Las soluciones nunca serán de un solo color, sino una construcción proveniente de la diversidad de pensamiento.

En el país existen opiniones encontradas, variedad de ideologías y creencias en todo tipo de temas. Cada cabeza es un mundo y todas las personas hemos vivido realidades completamente diferentes. Es natural que exista la diversidad y la disidencia, pero esto debe aflorar teniendo como base el respeto y no la idea de enmudecer al otro. Es preocupante que a la opinión distinta la consideremos enemiga y que al que piensa distinto le llamemos adversario.

También hay que tener en cuenta que algo hemos avanzado como sociedad. No nos encontramos en el lugar que quisiéramos, sin corrupción, sin violencia, con mayores oportunidades para todos, con instituciones que de verdad sean efectivas para la ciudadanía y con mejores funcionarios; sin embargo, ya quedaron atrás los gobiernos militares, la cacería humana a quienes se consideraban opositores, las masacres, el hiperpresidencialismo que nombraba a todos los funcionarios del Estado. Esto no puede volver a la sociedad salvadoreña.

Ahora tenemos otros problemas en la mejora de las instituciones públicas. Sigue viva la falta de representación política percibida por la ciudadanía. Es necesario identificar los problemas sociales y económicos hoy agudizados por la pandemia, y buscar la manera de resolverlos; también es prioritario construir puentes que propicien un diálogo franco entre las distintas fuerzas políticas, y así El Salvador no se vea sumergido aún más en una crisis democrática.
Para la evolución de nuestra sociedad es necesario aceptar la diversidad de pensamientos, opiniones y críticas; y aunque no las compartamos, debemos aprender a escucharlas con respeto, abrirles un espacio de expresión y rebatirlas con más y mejores ideas, sin considerarnos enemigos o adversarios. Ya suficiente ha sufrido nuestra sociedad con una guerra civil de verdad como para pretender pelear porque el otro se atreve a pensar diferente y a expresar esa opinión. Aprendamos de la historia.

Abogado constitucionalista.