Trump contra Trump

En este análisis, El Diario de Hoy muestra cómo la pandemia del COVID-19, las protestas antirracistas y el comportamiento del propio presidente de EE. UU. obstaculizan su apuesta por reelegirse el 3 de noviembre.

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A pesar de su triunfalismo, Trump está pasando un mal momento político. La suerte no está echada aún, pero el prospecto de reelegirse luce gris. Foto EDH / AFP

Por Ricardo Avelar

2020-07-04 11:00:00

Al inicio de 2020 la reelección del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no parecía ser una misión tan complicada: la economía estadounidense lucía bien, el presidente inició el año agenciándose una importante victoria en política internacional y, a pesar de las polémicas, explotar el desencanto con la política tradicional seguía siendo una apuesta un tanto segura.

Además, del otro lado del espectro político, el Partido Demócrata se encontraba en una especie de crisis de identidad. Decenas de precandidatos se cruzaban duras acusaciones y, más importante, había al menos tres bandos fuertes disputándose el “privilegio” de correr contra Trump.

Por un lado, estaban los moderados como Joe Biden, que ofrecen políticas estables sin mucho entusiasmo. Por otro, se encontraban los progresista moderados, como la senadora Amy Klobuchar (Minnesota) y Pete Buttigieg (se pronuncia “Bútiyiy” y es el alcalde de una pequeña ciudad en Indiana), que defienden políticas más arriesgadas sin tiene una agenda claramente izquierdista. Su problema es que no mueven pasiones ni en los moderados ni en los radicales y ahí reside su debilidad. Finalmente, los senadores Bernie Sanders y Elizabeth Warren encabezaban el bando de los más radicales, que en la política de Estados Unidos son catalogados de izquierda.

En ocasiones, su estilo es equiparable al de Trump pero en el otro bando, con apelaciones demagógicas. Generan mucho activismo y los jóvenes les apoyan con entusiasmo, pero eran muy “radicales” para el votante moderado y los republicanos desencantados.

No todo es positivo para los demócratas

El bando demócrata va bien en las encuestas, pero al igual que en 2016, cuando Trump derrotó a Hillary Clinton, los principales sondeos sub representaron al estadounidense del centro, más conservador y desencantado que compró el discurso de Trump. El reto de los demócratas no es solo ganar la elección, sino derrotar con un candidato de vieja guardia como Biden a un estilo antipolítico que busca convertirse en la nueva norma en EE. UU. y el mundo.

Con sus principales rivales luchando entre ellos, un ataque fulminante a uno de los más temidos generales de un amenazante Irán que lo hizo lucir sólido y buenas cifras de empleo, Trump tenía una misión no tan complicada: seguirle hablando al desencantado y no equivocarse mucho, dejando así que la inercia de 2020 le permitiera reelegirse el 3 de noviembre.

Pero 2020 cambió todas las reglas del juego, principalmente por la pandemia del COVID-19, que ha golpeado no solo los sistemas sanitarios, sino la economía y, en algunos rincones del mundo, la estabilidad política.

Estados Unidos no tomó medidas oportunas para prevenir contagios y, meses después del inicio de la crisis, es el país más golpeado del mundo y uno de los epicentro de la pandemia. Solo el 3 de junio, el país sumó 53,737 casos mientras hay estados que están reabriendo sin orden y grandes porciones del país, especialmente al sur, reniegan de la obligación de portar mascarilla, en parte aupados por el discurso de un Trump que parece no haber tomado en serio al COVID-19.

De hecho, mientras algunos estados detenían la reapertura, el huésped de la Casa Blanca afirmaba que el virus “va a desaparecer”. Pero el virus está tan vivo como el miedo de perder su cargo en noviembre, pues además de la profunda crisis sanitaria, el cierre le ha robado una de sus principales cartas: la economía está en muy malas condiciones y las medidas de estímulo propuestas resultaron insuficientes para paliar la situación.

Además, el asesinato el 25 de mayo del afroamericano George Floyd a manos de tres agentes blancos de policía, y la respuesta tibia de Donald Trump que no ha condenado con dureza este hecho y que por momentos ha parecido simpatizar con supremacistas blancos y racistas, le ha hecho lucir como un presidente desconectado de la realidad de las personas más vilipendiadas de su país, las minorías que suelen enfrentarse a brutalidad policial, discriminación y menores oportunidades económicas.

Las multitudinarias protestas, así como la presión a que los departamentos de policía depuren a sus peores elementos y los fuertes vientos de cambio de discurso político empiezan a dejar al bando de Trump en la marginalidad de la política, que encuentra cada vez más imperante la necesidad de cambios radicales en el trato a las minorías.

Mientras estas crisis tomaron por sorpresa a un presidente que sigue presumiendo victorias donde en ocasiones no las hay, y mientras las principales cortes del país revierten sus draconianas medidas migratorias, Donald Trump está cada vez más confinado. Los escándalos ya no lucen como adornos de la política, sino como muestras de un gobierno que privilegió la lealtad sobre la competencia y la decencia.

Y así terminó junio, un mes potencialmente devastador para el mandatario. Como apuntaron Maggie Haberman, Jonathan Martin y Alexander Burns del New York Times, fue un periodo de golpes propinados por él mismo. Esto puede generar, como afirman estos expertos, no solo una derrota sino una humillación si el camino no se rectifica.

La suerte, naturalmente, no está echada. La política es dinámica y cualquier aspirante que cante victoria prematura hace muy mal. Sin embargo, la diferencia en las encuestas es de alrededor de 15%, los estados de mayor disputa le dan todos una ventaja a Biden y Trump, incluso, está perdiendo tracción en los territorios más conservadores.

A menos de cuatro meses de las elecciones, Trump parece ser el principal rival de Trump.