El emisario llegó hasta Jesús llevando un mensaje de muerte. Lázaro, aquel a quien amaba, estaba enfermo de muerte. Paradójicamente se quedó dos días más en aquel lugar sin responder al llamado urgente. Al escuchar aquella lamentable noticia solo expresó: “Esta enfermedad no es para muerte, sino para gloria de Dios”.
El cuerpo lleno de sudor, un calor incómodo, las manos entumecidas por varios pares de guantes y la visión nublada por el condensado a través de los lentes. Arrastras ese traje como si estuvieras encadenado. Caminando por un campo minado que antes estaba lleno de actividad y luz. Ahora se percibe gris y lúgubre. Las figuras se vuelven irreconocibles. Los trajes protectores ahora ocultan la sonrisa y el rostro lleno de amistad que solíamos ver. Incluso el saludo suena aislado y los movimientos se perciben extremadamente cautelosos. Así es la vida ahora y probablemente lo será por un tiempo más en las áreas de pacientes críticos en nuestros hospitales. Esta semana ha sido ingrata y difícil de vivir. Hace poco murió un gran amigo de la niñez y el covid se encargó de esfumar los recuerdos de ese pasado feliz. El teléfono y el WhatsApp no han parado de sonar o titilar, con peticiones de ayuda por un conocido o simplemente para desahogar la angustia que provoca la enfermedad. He visto enfermar a colegas, amigos y maestros de antaño, a los que he tenido que atender o auxiliar. La enfermedad nos ha demostrado ser un enemigo formidable y a veces indescifrable.
Si alguien piensa que lo escrito en una broma de mal gusto o una “fake news”, déjenme decirles que es lo que menos pretende ser. Simplemente quisiera desahogar la impotencia que muchos sentimos con esta pandemia, con la que la fantasía se ha convertido en una realidad que sobrepasa cualquier proyección matemática, porque los sentimientos están sobre los números y el dolor interno sobre cualquier ecuación. No vemos curvas epidemiológicas, vemos seres humanos que sufren.
Últimamente he leído infinidad de editoriales, proyecciones y análisis sobre este momento que vivimos como país, los aspectos económicos y el hambre que sufre el pueblo, argumentos sobre una extinta cuarentena que se debate como un moribundo. Sin temor a equivocarme puedo decir que los mayores expertos se encuentran dentro del personal de salud. Ellos sienten el luto, la impotencia y la asfixia en carne propia. No la leen o la imaginan, sino que la viven de hora en hora. La visita de la muerte no es para nada graciosa. Su danza lúgubre y burlona, interpretando el réquiem de Mozart, no es como para sentirse extasiado. Una madre llorando a su hijo, una esposa desgarrada por la angustia buscando culpables o una hija hablando desde lejos, separada por las fronteras inquebrantables de hoy en día. Nada de esto puede plasmarse en una estadística, escribirse en una ley o mucho menos mostrarse en la televisión. Es la porción silenciosa del covid, el susurro oculto de la desgracia, de la cual ahora cada uno será responsable.
Los temores quiebran al corazón. Ahora pienso en mis padres. ¿Cómo protegerlos del virus? Veo a mis dos hijos que adolecen autismo y pregunto: ¿qué pasará con ellos si yo no estoy? Observo a mis pacientes delicados de salud y me cuestiono ¿Quién velará por ellos?
Parece que el eslogan de estos días versará sobre la responsabilidad individual para salvarse de la infección: lávate las manos con agua y jabón, usa mascarilla, aíslate socialmente, los cuales son consejos importantes que debemos seguir. Por otra parte, algunos argumentos como ¡No olvides ir a trabajar porque tienes que comer! En el fondo, todo lleva oculta una súplica subliminal: “Te rogamos e imploramos que no menciones que fuimos incapaces de llegar a un acuerdo por el bien de todos” (esto último en susurro por favor).
No dejemos de pedir por los enfermos y recordar que existe un Dios que escucha a su pueblo. El Todopoderoso tiene un sistema auditivo honesto y lleno de justicia. Una vez estuve muerto y durante esos escasos minutos descubrí que la muerte puede ocurrir cuando menos lo esperas, pero también descubrí que luego del dolor existe paz y un silencio sin culpa si has sido honesto. Entonces descubres que la vida ha valido la pena y que es el mejor regalo que has recibido del Omnipotente.
Jesús se encontró profundamente conmovido frente al sepulcro de Lázaro. En ese versículo nos mostró parte de su humanidad y sensibilidad ante la pérdida. Luego de que removieran la piedra que cerraba la entrada, clamó al Padre y entonces el muerto caminó con las manos y los pies vendados y el rostro envuelto en un sudario. El problema de la muerte no es tener que partir, sino el juicio que la acompaña y esa piedra ninguna mano de hombre la puede mover.
Médico intensivista.