SAN SALVADOR. Una jornada cargado de dolor para 11 familias, las cuales esperaban la entrega de los cadáveres en las afueras del Hospital Rosales. Junto a ellos, un batallón de empleados de funerarias esperaban poder ingresar a la morgue del sanatorio para retirar los cuerpos.
En 10 de los 11 casos, la muerte fue a causa del COVID-19 según costaba en los documentos, pese a que nunca les tomaron una prueba de laboratorio para detectar el virus, según varios de los que ahí se encontraban.
Frente al portón cuatro del Rosales, los dolientes solo expresaban palabras llenas de angustia y tristeza.
A un lado del portón estaba Luis Ponce, de 20 años de edad, quien esperó más de 24 horas para que le entregaran el cuerpo de su papá, un jornalero de 72 años que ingresó el martes 16 de junio con síntomas de neumonía y que murió el miércoles a la media noche.


Según el cuadro clínico, su deceso fue causado por el virus, pero Luis explica que nunca se le realizó ninguna prueba y que su registro hospitalario desapareció durante su estadía. “A todos los muertos le ponen que murió del virus, pero mi papá no”, señaló consternado mientras se acomodaba su mascarilla hecha de espuma fomi.
El tiempo que llevó para sacar el cadáver de su padre le causó fatiga. No había ningún otro pariente para apoyarlo así que se hizo amigo de los sepultureros que llevarían a su padre desde la morgue hasta el cementerio La Bermeja, en la capital.


Para pasar el rato, los sepultureros hacían chistes y comentaban el número de entierros que han realizado desde que la pandemia atacó al país. Luis les escuchaba. Para él era un momento de distracción en medio de todo aquel caos.
Los sepultureros son Henry, Carlos y Eliseo quienes llevan algunos meses trabajando para una funeraria de San Martín. En la conversación explicaron que realizan hasta dos sepelios diarios en diferentes municipios de San Salvador. Sin embargo dijeron que otros realizan hasta 10; todo depende de la demanda.
Comentaron que en un principio fue extraño usar el traje de bioseguridad y que era insoportable el calor, pero que con el tiempo el cuerpo se acostumbra y se vuelve como otra piel. “Aunque no sean muertos por el virus, pero hay que protegerse porque entramos a las morgues, donde hay infectados”, señala Henry.
A las 12:30 del medio día, una decena de hombres vestidos de blanco rodeaban el portón y bajaban de otros carros. Inmediatamente se dirigían hacia una policía encargada de llevar el registro de quiénes entraban y salían de la morgue. Eran un máximo de tres por funeraria y el pariente debía brindar los datos del fallecido para lograr sacarlo.
Los sepultureros hacen su trabajo con naturalidad, mientras que las personas que rodeaban el hospital observan la escena con mucha inquietud. Las patrullas de la PNC se colocaban frente a los carros de las funerarias, sonaban las sirenas y salían en medio del tráfico interrumpiendo la normalidad de las calles.

Un empleado del Rosales, que no quiso ser identificado, explicó que la morgue del hospital está saturado , tanto por casos de muerte por otras enfermedades, como por COVID-19. Añadió que los despachos que se hacen diariamente pueden llegar a los 15, desde las 8:00 de la mañana hasta las 4:00 de la tarde.
Al final de la tarde, tras varias horas espera y cuando el último cadáver fue entregado en ese día, un silencio llegó al portón cuatro.
Una agente policial que resguardaba la entrada y que se encargó de verificar la lista de la morgue tomó una bocana de aire y la soltó como señal de cansancio. “Mañana será otro día”, concluyó.