“Estos días han sido duros”, los relatos de quienes dependen del mar y el turismo

El mar es fuente de trabajo para las comunidades que habitan cerca de sus playas. Axel Medina, dueño de una escuela de surf, y Chepe Aleta, dueño de un popular restaurante, esperan con ansias que los turistas vuelvan a las playas.

Instructores de surf en la playa El Zonte, en La Libertad, están angustiados por la falta de ingresos por la suspensión de su trabajo desde que inició la cuarentena domiciliaria para contener el coronavirus en el país

Por Jessica Orellana

2020-06-13 11:10:15

Las olas se quedaron sin surf. Tal y como ocurre en la hostelería de la costa, los maestros de surf también están sufriendo las consecuencias de la crisis sanitaria. Aunque El Salvador tiene olas de categoría mundial, los surfistas tuvieron que guardar las tablas.

Axel Medina vive a dos metros del mar, en una de las playas más visitadas por turistas nacionales y extranjeros: El Zonte. No puede hacer lo que más le gusta, que es surfear y dar clases, lo que además le afecta económicamente.

El surfista es uno de los jóvenes que vive del turismo en la playa El Zonte. Foto EDH Jessica Orellana

“Yo aprendí desde que estaba en el vientre de mi mamá, ella era surfista, se crió acá y desde pequeño me enseñó el respeto al mar y a vivir de él. Así fue como aprendí y luego me dediqué a enseñarle a surfear a los turistas que visitan la playa”, cuenta Medina.

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El surfista es uno de los jóvenes que vive del turismo en la playa El Zonte, un destino accesible, ubicado en el kilómetro 53 de la carretera de El Litoral, en el departamento de La Libertad.

El joven ha acatado la cuarentena domiciliar y recibió, porque su nombre era parte de un censo sobre deportistas del surf que hizo el Ministerio de Turismo, el bono de los $300, con el cual ha hecho todo lo posible para estirarlo lo más que ha podido para alimentarse él, su mamá y su hermana.

Él cree que el turismo será el último rubro en recuperarse. Foto EDH Jessica

“Ha sido muy difícil para nosotros que somos maestros de surf, ahora que ya no podemos hacer nada estamos preocupados, ¿qué vamos hacer para sobrevivir?”, expresa Medina, quien antes de la pandemia llegaba a dar hasta 15 clases semanales, a un promedio de $40 por cada una, que es lo que cobra a los extranjeros que son la mayor parte de sus clientes.

Ahora no tiene claro lo que le espera. Él cree que el turismo será el último rubro en recuperarse porque teme que los extranjeros guardarán por un largo tiempo sus reservas antes de emprender un viaje.

Mientras, Axel pasa el día dando mantenimiento a sus tablas, practicando la guitarra y conviviendo con su madre y hermana. Confía que estos días pasarán y luego podrá recuperar su vida, aunque por el momento teme lo que pueda suceder a corto plazo.

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“Ahorramos todo lo que podemos, pero es mentira, el dinero se está acabando a todos los que vivimos acá y dependemos del turismo”, afirma este emprendedor sobre la crisis que atraviesan.

Axel espera que cuando pase la pandemia, los salvadoreños decidan regresar a las playas y las llenen como siempre lo han hecho.

El ostrero no tiene clientes

Chepe Aleta tiene su restaurante en la playa El Palmarcito. No había dejado de trabajar en su local ni un solo día en 11 años de existencia, pero el cierre obligatorio de negocios no esenciales para afrontar el COVID-19 lo paralizó. Las cocinas, en donde antes preparaban platillos con frutos del mar, ahora solo las encienden para el consumo de su familia.

Foto de octubre 2019; las mesas listas para recibir a los clientes. Foto EDH Jessica Orellana

Los clientes llegan a preguntar si no hay comida para llevar, pues extrañan las ostras de gran tamaño, los pescados fritos, los cócteles de conchas, caracol y camarón, los camarones al ajillo, la sopa de pescado y la sopa de gallina india. Pero el negocio por hoy se mantiene cerrado.

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“Para todos, estos días han sido duros, no solo para nosotros los dueños de locales sino para los empleados también. Hay que acomodarnos a lo que dicen las autoridades. Mis clientes vienen a decirme que les venda comida, pero me tengo que negar”, dice Chepe Aleta, cuyo apodo también refleja su vida.

Además del sabor de sus platillos, los clientes prefieren comer en el establecimiento de Chepe Aleta por su carisma. FOTO EDH Jessica Orellana

En la partida de nacimiento establece que se llama José Luis Castillo, pero nadie lo conoce con ese nombre, él es famoso por su alias: Chepe Aleta, el cual debe a sus amigos que lo empezaron a llamar así ya que toda su vida la ha dedicado al buceo y extracción de productos del mar como ostras, peces y langostas.

El restaurante no podía llevar otro nombre que “El Ostrero Chepe Aleta”, también afamado por el sabor de sus platillos, los cuales son cocinados en fuego de leña. Las ostras que él vende son consideradas las mejores en la costa.

La cocina de leña hoy solo arde para alimentar a la familia Castillo. Foto EDH Jessica Orellana

Además del sabor de sus platillos, los clientes prefieren comer en el establecimiento de Chepe Aleta por su carisma. Y es que él está convencido de que la atención al cliente es primordial.

Chepe Aleta se ha convertido en un referente de la gastronomía en la zona. Una de las atracciones del restaurante es el arroyo que pasa al lado del rancho. Cuando es invierno y no está crecido, las personas comen junto al río, sin zapatos, con los pies dentro del agua, porque parte de las sillas y mesas se encuentran justo en medio del lecho.

Los platillo son cocinados en fuego de leña. Foto EDH Jessica Orellana

El ostrero está seguro de que la reapertura económica llevará tiempo y está dispuesto a abrir su local solo tres días a la semana, aunque esto implique reducir al personal. “Acá trabajamos hasta 25 personas, pero cuando ya se quite la cuarentena no vamos a trabajar todos, porque esto es como empezar de cero”, explicó Chepe Aleta.

Enrique Guerra, mejor conocido como Kike, es el único de los empleados que está trabajando, se encarga de la limpieza. “Siempre hacemos los oficios, aunque no abramos, porque si no a saber cómo tuviéramos de hojas el río y de polvo acá adentro”, dice el empleado, quien lleva más de cinco años en el restaurante.

La mayoría de los empleados son jóvenes muy activos, trabajadores y con ganas de salir adelante. Cada uno sabe lo que le toca y se destacan por la atención al cliente. “Yo siempre les dije que ahorren, que no malgasten el dinero, que uno nunca sabe lo que le va pasar y mire ahora, ya llevamos tres meses sin trabajar. Yo les ayudo con lo que puedo, pero no es lo mismo porque ¿cómo les pago el salario completo?”, dice Chepe Aleta.

Enrique Guerra es el único empleado que ha quedado en el restaurante. Se decia al aseo. Foto EDH Jessica Orellana

Dice que muchos siguieron sus consejos y ahora están dedicados a la cosecha de maíz con lo que han podido sobrevivir en cuarentena.

Once años de trabajo no han sido fáciles y el restaurantero está pensando en el futuro y qué hará para cuando den el aval de abrir los comercios. Proyecta disminuir el número de mesas y sillas, trabajar tres días a la semana, hacer que sus empleados usen mascarillas, guantes, lentes y caretas para sus empleados, todo para que los clientes puedan disfrutar nuevamente los platillos de “El Ostrero Chepe Aleta”.