El origen etimológico de cataclismo proviene del griego kataklysmós y suele traducirse originalmente como “inundación”. De los múltiples equivalentes de cataclismo podríamos escoger algunos: catástrofe, hecatombe, siniestro, destrucción o tragedia, todos ellos de trascendencia negativa.
Ninguno de estos sinónimos lleva implícitos significados optimistas. Más aún, cuando se une a “emocional” no podemos menos que imaginarnos un estado de total desastre y deterioro emocional. Sin embargo, para fines de este artículo, me parece más adecuado y de mejor comprensión el uso de “cataclismo emocional” empleando el equivalente del significado de “inundación emocional”.
En el caso del cataclismo emocional, vendría a ser la destrucción de los mecanismos de defensa que el individuo posee por inundación o sobrecarga, lo que produce diferentes daños emocionales.
Sin duda que en las ocasiones en que nos vemos sometidos a cambios bruscos no esperados se nos llena con gran cantidad de información en un periodo relativamente corto de tiempo y se nos enseña en forma rápida cómo manejar estas situaciones emergentes. Ya solamente, el maniobrar entre tanto dato nuevo, el definir cuáles son reales y cuáles ficticios, cuáles debemos seguir y cuáles no, a quiénes deberíamos creer y a quiénes ni siquiera oír. Todo esto, evidentemente produce una sobrecarga que no solamente es emocional, sino que a mediano plazo también física y mental.
Debemos aprender a reconocer cómo llegar a ser entes críticos con la información que recibimos: que no deberíamos aceptar y que sí debemos creer. En el medio de esto, está lo que requiere más investigación para definir nuestra postura en un futuro próximo. Sin embargo, el simple hecho de buscar un equilibrio con los aspectos antes mencionados, solamente eso produce un esfuerzo excesivo para discernir las mejores opciones, provocando si se logran aclarar efectivamente esas variables, fatiga física y mental. Si no logramos solventar esos acertijos de preguntas, sin duda sobrevendrá la ansiedad, incertidumbre y eventualmente la angustia.
Es así como todos conocemos personas que ya se expresan de acuerdo a esta descripción: “Ya tuve suficiente con esta epidemia… y ahora inundaciones”, “no quiero volver a oír nada sobre los virus” o “como si no fuera suficiente hoy vienen las tormentas y las inundaciones de siempre”. Situaciones comprensibles: estos días de tormentas se ha lamentado la pérdida de cerca de la mitad de vidas que hemos tenido por defunciones de COVID-19 en más de diez semanas de cuarentena.
Situaciones similares a la antes descrita y que no son exclusivas de esta crisis sanitaria se viven en casi cualquier evento catastrófico como guerras, terremotos y poco más o menos en cualquier estado que nos haga modificar el control que tenemos de nuestro diario vivir o que nos llegue a afectar el equilibrio interno que interactúa con nuestro ambiente circundante.
La revista médica Psychiatry Research en su edición programada para medio año indica que hasta el 80% de la población ha reportado en algún momento, en el transcurso de las crisis grupales por las que atraviesa, una disminución en el bienestar físico, mental o emocional, acompañado de aumentos en expresiones de ira, miedo, tristeza o ansiedad que eventualmente en el futuro inmediato, podrían llegar abuso de violencia, alcohol, tabaco u otras drogas.
El hecho de que nunca en la historia se haya hablado tanto y en tan corto tiempo sobre una enfermedad ha hecho que nuestras mentes se inunden al límite de la capacidad de procesamiento, lo que al final produce el desarrollo de la “COVID-fobia” y sus efectos a largo plazo tendrá un impacto mayor que la infección misma: en otras palabras, sufriremos del Síndrome de Stress Postrauma.
Sin embargo, lo más importante de este estudio es que estas expresiones de miedo, ansiedad o tristeza máxima interfieren con la formación de la “mentalidad de prevención” que todos debemos desarrollar para lograr sobre llevar esta infección viral por largo plazo. Así vemos a personas que “olvidan colocarse la mascarilla” porque están enfocadas en salvaguardar las pocas pertenencias que están por perder en la inundación. El mensaje no debe ser de crítica, sino que de comprensión y de ayuda.
Esto nos debe llevar a reflexionar lo que decía el famoso Psiquiatra Carl Jung: “Yo no soy lo que me sucedió. Yo soy lo que elijo ser”. La elección de que afortunadamente hay más en la vida que COVID19, tormentas, inundaciones y demás, es una decisión personal, pero debe hacerse lo más pronto posible para beneficio propio, de nuestras familias y de la sociedad que tendremos que conformar después de todas estas crisis.
Médico y Doctor en Teología.