COVID-19, ¿aliado del terrorismo?

La pandemia revela las debilidades en infraestructuras sanitarias y es un acelerador de desigualdades sociales. En el radar de los terroristas, los países musulmanes que sea, en África del Norte tanto como en el Medio Oriente, apuestan sobre un sentimiento de injusticia en las opiniones para denunciar los regímenes. El COVID-19 tomó todo el espacio mediático y de la actualidad estratégica mundial.

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Por Pascal Drouhaud

2020-06-08 10:17:15

Mientras la pandemia del COVID-19 se expande en el mundo, ocupando todos los espacios de la actualidad geopolítica, económica, social y mediática, poco se oye sobre la amenaza terrorista. ¿Significaría que habría desaparecido o por lo menos escondido estos últimos meses ?
¿Qué habrá pasado, entre otros, con Daesch-Isis, el movimiento Takfir wal Hijra, con lo que queda de Al Qaeda, Ansar Bayt Al Madgis, Boko Haram? Tantos grupos que ocuparon el escenario de la actualidad hasta el principio del año, siendo activos principalmente en el Medio Oriente, en África y logrando llevar unas acciones en Europa. Pero deben contar frente a ellos, fuerzas operacionales más o menos desplegadas como puede ser con los Estados Unidos, Francia para Europa; y localmente, en Medio Oriente, Rusia, Turquía e Irán. El mapa de las tensiones internacionales está instalado.
Las primeras declaraciones de las redes islamistas a raíz de la expansión de la pandemia la consideraban como “un castigo divino”. Mientras lo afirmaban, grupos como Daesch establecieron “directivas” para sus simpatizantes, estableciendo medidas de seguridad individuales para enfrentar el COVID-19. Que sea en África negra o en Medio Oriente, operaciones terroristas están llevadas a cabo: el Burkina Faso confrontado al grupo islamista presente en el Este, en Nassougou. El grupo de apoyo al islam y a los musulmanes (GSIM) , en el norte del Nigeria y en la frontera del Camerún con Boko Haram, sin olvidar en el Medio Oriente y en Asia central.
Mientras, sigue la pandemia con su lote de acciones terroristas. ¿La situación sanitaria mundial actual habrá abierto el interés de dichos grupos en invertir en el bioterrorismo? En lo absoluto.Las formas biológicas, radiológicas y químicas del terrorismo representan una forma de objetivo final. Es la razón por la cual siempre ha sido combatido por los Estados. La pandemia del COVID-19 hizo la demostración de fuerza que puede tener un virus desconocido, en la desestabilización de economías y Estados. Puede llevar a crear un desequilibrio mundial, teniendo consecuencias fuertes al nivel económico, energético, incluso en materia geopolítica.
Grupos como Al Qaeda y el Estado Islámico reconocen la fuerza de la pandemia. Tienen conciencia de las consecuencias en materia de seguridad global y cambios en el mundo. En este contexto, llaman a un reclutamiento de nuevos miembros. Al Qaeda, por ejemplo, llamó las poblaciones en usar el período de confinamiento para convertirse al Islam. El Estado Islámico motiva a sus miembros a actuar, considerando el nivel de saturación por la pandemia, en la cual pueden estar los órganos de seguridad en países y zonas blandos.
El COVID-19 involucró a, prácticamente, todos los países en el mundo. Obviamente, la región del Sahel con países directamente afectados por el terrorismo, como lo son Mali, Nigeria, el Burkina Faso, esté en el frente de este combate.
Todavía poco impactados por la pandemia, a diferencia de América Latina, los países africanos quedan en alerta, en un contexto de seguridad tenso. La desestabilización social que podrá haber provocado medidas preventivas contra la expansión de la COVID-19 puede, por supuesto, presentar una oportunidad para los estados que están por unos, saturados. Es la estrategia en el Sahel, de Jama’at Nasr al-Islam wal Muslimin (JNIM), cerca de Al-Qaida y el Estado Islámico en el Gran Sahara (EIGS). Buscan explotar las debilidades de las comunidades locales y obtener su apoyo para seguir implantándose. Fuerzas de los países de la región con la presencia de Francia, en el dispositivo militar llamado “Barkhane”, llevan a cabo diariamente operaciones. Son 14,000 los soldados que participan a las operaciones de mantenimiento de la paz en Mali, la MINUSMA. El Salvador, reconocido por su participación a estas misiones como ya lo fue en Haití o Irak, está presente con unos materiales, como los helicópteros MD-500 y una presencia de militares de las fuerzas salvadoreñas. Por cierto, sufrieron hace pocos días la pérdida del teniente coronel piloto aviador Carlos Moisés Guillén, del contingente Torogoz V.
A la par de estas fuerzas se ha creado un cuerpo especial, Takuba, con 500 efectivos de 13 países europeos. Este contexto militar ha vuelto estratégico en región sometida a la presencia de dichos grupos; mientras los Estados deben contestar a los desafíos planteados por la pandemia. Es por esta razón, que la cooperación regional es aún más importante y su compromiso todavía más estratégico para contener la propagación del terrorismo. Muy concretamente, los grupos terroristas infiltran la población proponiendo servicios de base a las poblaciones locales frágiles socialmente y que no pueden contar sobre un Estado concentrado sobre los temas globales de seguridad y macroeconómicos.
El COVID-19 borró del radar mediático el tema terrorista, pero la amenaza sigue. Por ejemplo, en Francia, el 4 de abril pasado, un ataque a cuchillo perpetrado por un refugiado sudanés dejó 2 muertos y 4 heridos. El 27 de abril, un ataque con carro fue llevado a cabo en la periferia de París, en el nombre de Abou Walid al-Sahraoui, el nuevo “Emir” del Estado Islámico, sucesor de Abu Bakr Al Baghdadi, muerto en Siria en octubre de 2019.
Los grupos no sacaron ventaja mediática de la actualidad a pesar de haber considerado el COVID-19 como la “manifestación de la cólera de Dios contra las sociedades paganas en el mundo”, siendo los Europeos y los americanos los más impactados por el momento. La COVID-19 afectó principalmente a los europeos y ahora el continente americano. También al enemigo chiíta iraní, siendo considerado como una señal divina. China no se salva y denunciada por su “ateísmo” y las persecuciones contra la minoría musulmana uighur.
La pandemia revela las debilidades en infraestructuras sanitarias y es un acelerador de desigualdades sociales. En el radar de los terroristas, los países musulmanes que sea, en África del Norte tanto como en el Medio Oriente, apuestan sobre un sentimiento de injusticia en las opiniones para denunciar los regímenes. El COVID-19 tomó todo el espacio mediático y de la actualidad estratégica mundial. Es también la razón por la cual los terroristas apuestan sobre el mediano plazo, esperando de las consecuencias sociales y económicas, una palanca política para ganar más terreno y espacio, después del solo uso de las armas.
El 3 de junio pasado, anunciado oficialmente el 5 de junio, Francia logró, con el apoyo de inteligencia norteamericana, neutralizar el líder de Al Qaeda en el Maghreb Islámico, AQMI, Abdelmalek Droukdel en el Norte del Mali. Es un golpe fuerte a los movimientos terroristas en el Sahara, un éxito para Barkhane y los aliados. Esta noticia demuestra que el peligro sigue vigente. Siempre espera expandirse en espacios nuevos, ahora más políticos e institucionales. La alerta está vigente tanto en el terreno como en las conciencias.

Politólogo, especialista francés en relaciones internacionales, presidente de la Asociación Francia-América Latina (LATFRAN). www.latfran.fr