Un pequeño sol asomaba hace 50 años sobre el techo del imponente Estadio Azteca, pero no por pequeño brillaría menos que el astro rey. Ese pequeño sol era la Selección Nacional de El Salvador, que por primera vez pisaba suelo mundialista en la Ciudad de México para cumplir el sueño de millones de compatriotas cuscatlecos de aquella generación, mismo que por el cual hoy en día todavía suspiramos los aficionados más jóvenes.
El 3 de junio de 1970 quedó inmortalizado como una de las fechas más importantes en la historia del deporte salvadoreño. Veintidós muchachos salvadoreños acudían a representar por primera vez a su país en la Copa del Mundial de la FIFA. Era la novena edición del campeonato, que además se desarrollaría como uno de los más emblemáticos de la historia del balompié.
Esta es una fecha que une a todas las generaciones de salvadoreños. Desde quienes vieron y vivieron en carne propia a la primera selección mundialista, pasando por los que solo podían escuchar esas hazañas narradas por sus padres y abuelos, hasta los que hoy en día solo podemos consultar toda aquella gesta a través de periódicos antiguos y uno que otro cortometraje maltratado por el paso del tiempo y transformado a pixeles.
Desde aquel día hasta hoy, todos los aficionados salvadoreños anhelamos lo mismo: vivir lo que aquella generación atestiguó y ver a la selección nacional en la palestra de la Copa del Mundo. Tener algo que contar a nuestros hijos y nietos, como lo hacen quienes vivieron el segundo Mundial en 1982, y decir así que fuimos una generación mundialista.
México 70 marcó a un El Salvador militarizado que empezaba a encontrar en el deporte las puertas al reconocimiento internacional a través del éxito en Centroamérica. La Azul y Blanco fue la primera selección del istmo que acudió a un Mundial. Mucho antes que la Honduras del Chelato Uclés, que la Costa Rica de Pinto o la Panamá del “Bolillo” Gómez, existió la Selecta de Pipo Rodríguez, de Mon Martínez, de Chamba Mariona y Ninón Osorio, del Ruso Quintanilla, del Indio Vásquez, de la Araña Magaña y el Pulpo Fernández.
Todos ellos escribirían su historia en el mismo tomo de la historia que lo harían semanas más tarde Pelé y su maravillosa Brasil, que rompió el cerrojo italiano para reclamar para sí el primer tricampeonato mundial de selecciones. El Salvador ayudó a escribir el primer Mundial jugado en Concacaf y el primero que se recuerda totalmente a color.