“No tomarás el Nombre de Dios en vano”

“A mí me toca el silencio ante el dolor y el respeto ante la muerte, no erigirme en Dios y proclamar en frase fácil sus juicios secretos. “Dios lo ha castigado”. Con esa frase Dios se hace instrumento de mis opiniones e incluso, en ocasiones, de mi venganza y de mi odio (…). Eso es manipular a Dios, abusar de Su nombre y usurpar Su trono”

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Oscar Pacheco (enmedio) en su graduación de una universidad de Estados Unidos. Foto EDH / Cortesía

Por Enrique Anaya

2020-05-04 7:12:02

PUESIESQUE…el 30/abril/2020 me enviaron un vínculo que remitía al Facebook del señor Nayib Bukele (sí, la misma persona que actualmente ocupa el cargo de Presidente de la República) y verifiqué que, en efecto, él escribió ese día, a inicios de la tarde, una nota en la que, en esencia, se quejaba de que existan salvadoreños que salgan a la calle y rompan la cuarentena domiciliaria por “la codicia, la vanidad y la irresponsabilidad”, al mismo tiempo que vaticinaba un escenario apocalíptico.
Me llamó la atención que el presidente de un Estado laico se pronunciara, en parte de su texto, en los siguientes términos:
“Dios nos dio la oportunidad de quedarnos en casa y salvarnos de esta enfermedad, como se la dio a su pueblo en Egipto. Pero parece que los salvadoreños estamos escogiendo contagiarnos y contagiar a nuestras familias.
“En unos días veremos los resultados de esto y le pediremos a Dios que nos ayude. Pero no sé si nos ayudará, porque cuando nos dio la opción de escoger, escogimos la muerte”.
¡Vaya ve!… Ahora resulta que el Presidente de la República, además de insultarnos impunemente, profetiza que si la pandemia por COVID-19 se ensaña con nosotros los salvadoreños, será por culpa de un pueblo que desobedece las terrenales órdenes del profeta (él mismo…recordemos que dice que habla con Dios); es decir, que los salvadoreños recibiremos castigo divino por escoger el mal, por nuestra codicia, vanidad e irresponsabilidad, y ser malagradecidos con Dios.
Nos dice, pues, que el grado de impacto de la pandemia en El Salvador no tendrá nada que ver con la facilidad de propagación del virus, la precariedad y clasismo del sistema de salud, la insuficiencia y deficiencia del sistema de distribución de agua potable, del hacinamiento —en viviendas, en transporte público, etc.— que impone la fragilidad económica de la mayoría de los salvadoreños; o, quizá, lo esencial que nos han querido decir es que jamás se nos ocurra pensar ni decir que el impacto será motivado por las improvisaciones, errores, deficiencias y desorden de la gestión gubernamental para afrontar la crisis sanitaria.
Al respecto, en un artículo de reciente publicación, el constitucionalista Diego Valadés nos advierte de esta “recaída confesional” de algunos gobernantes:
“Ahora el Estado laico, producto de un largo y difícil recorrido, puede verse en riesgo. En la actual crisis sanitaria hay abundante información en cuanto al origen de la pandemia y a la estrategia para enfrentarla. En este caso el argumento demoniaco está ausente. Aun así se registran apelaciones a milagros por parte de dirigentes políticos que, a la manera de los monarcas romanos, encuentran en las creencias religiosas una estrategia diversiva para enmascarar sus errores o deficiencias, e intentan transferir el remedio de la pandemia a la voluntad divina”.
Así que, debemos denunciar que ese lenguaje mesiánico, apocalíptico e irrespetuoso con todos los salvadoreños es frontalmente contrario a los pilares de una democracia: en realidad, con ello únicamente pretende evadir las responsabilidades —sociales, políticas y económicas— de un gobernante.
Para terminar, disculpen que ingrese a un campo que ignoro totalmente, pero al leer la mención a Dios en el texto presidencial recordé el Segundo Mandamiento de la Ley de Dios según el catecismo católico, imperativo religioso sobre el cual el jesuita Carlos G. Vallés escribió:
“A mí me toca el silencio ante el dolor y el respeto ante la muerte, no erigirme en Dios y proclamar en frase fácil sus juicios secretos. “Dios lo ha castigado”. Con esa frase Dios se hace instrumento de mis opiniones e incluso, en ocasiones, de mi venganza y de mi odio (…). Eso es manipular a Dios, abusar de Su nombre y usurpar Su trono”.

Abogado constitucionalista.