La primera edición de El Diario de Hoy

La oferta de El Diario de Hoy apostaba a la calidad, a la innovación, al cambio de fisonomía, a un producto rico en contenido noticioso y de opinión, en todo distinto al resto de periódicos que por entonces circulaban en el país.

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Nassin Rodriguez, entrenador de Taekwondo, en la Villa Centroamericana, a donde entrena a los atletas. Foto EDH Lissette Monterrosa Vanessa Vasquez / Foto Por Archivo

Por Rolando Monterrosa

2020-05-01 9:08:08

El 2 de mayo de 1936, hace 84 años, los transeúntes capitalinos escucharon por primera vez el pregón de los canillitas “¡El Diario de Hoy, a cinco!” que, poco más tarde, por la popular economía de lenguaje, se convertiría en: “¡El Dioy, a cinco!”.


Aquel día se incorporaba un nuevo diario a la dura competencia con otros periódicos locales, ya asentados en un mercado que apenas se iba reponiendo de los efectos que sufrió el país por la Gran Depresión de 1929, en Estados Unidos; precios internacionales del café en su nivel más bajo; los preludios de una nueva guerra mundial, inestabilidad política interna y otros acontecimientos que impedían un repunte económico significativo. Esto volvía más difícil capturar el interés de los lectores que, por entonces, tenían otras prioridades. A todo ello hay que agregar que El Diario de Hoy aparece en escena en medio de la dictadura de Maximiliano Hernández Martínez, en la que no había libertad de expresión y los medios estaban sometidos a una severa censura. En 1936, faltaban pocos años para que el Diario chocara frontalmente con el régimen y su director tuviese que ir al exilio.
La oferta de El Diario de Hoy apostaba a la calidad, a la innovación, al cambio de fisonomía, a un producto rico en contenido noticioso y de opinión, en todo distinto al resto de periódicos que por entonces circulaban en el país.
En primer lugar era de formato tabloide, en tanto que los otros lo eran del tipo estándar o inglés, de difícil manipulación y lectura. Además El Diario de Hoy también se diferenciaba de ellos por clasificar sus secciones e incorporar una página de opinión editorial que fue desde entonces, y sigue siéndolo hoy, la voz del periódico.


Don Napoleón Viera Altamirano, fundador del Diario, gozaba ya de una excelente reputación como persona y como periodista, pues había demostrado rectitud, ecuanimidad y su talento profesional, en periódicos anteriores como “Patria”, “Diario del Salvador”, “El Amigo del Pueblo” y otros en los que había colaborado en calidad de editorialista, líder de opinión.
La noticia publicada por este último semanario, en su portada del 3 de mayo dice: “Ha comenzado a publicarse El Diario de Hoy y lo dirige Napoleón Viera Altamirano. Viera Altamirano es uno de los elementos más sólidamente preparados y más ecuánimes con que cuenta la intelectualidad salvadoreña… El Diario de Hoy no viene a ser una publicación más, sino un periódico con personalidad definida, con un programa constructivo de firme y serena orientación”.
Aquel 2 de mayo los lectores del Diario se enteraron de que Eritrea, Etiopía, estaba a punto de caer en manos de las tropas de Mussolini; muchos sonrieron al ver en la portada la caricatura fotográfica de don Francisco Gavidia, hecha por el fotógrafo Aníbal J. Salazar; también tuvieron acceso al menú de películas que se exhibían en el Cine Principal y El Coliseo: “La Venus del fuego”, con Randoplh Scott y Helen Gahagan y, en el Teatro Nacional; “Shanghai”, con Charles Boyer y Loretta Young, artistas de la Paramount. De igual manera pudieron decidir sobre sus prioridades de compra a través de los anuncios publicados en aquella primera edición por Goldtree Liebes, H. De Sola & Henríquez, B. Daglio, Mugdan y Freund, Romeo Papini, Farmacia Cosmos, Ferretería El Chichimeco y Cigarrería Morazán.
El primer editorial, titulado “Nuestra Palabra”, fue una firme declaración de propósitos que marca el inicio de un proyecto patriótico bien definido: “Viene El Diario de Hoy —escribió el editorialista— a realizar un plan cultural madurado largo tiempo; a cumplir una misión civilizadora integral que abarque no sólo los aspectos de la cultura, sino también los de la economía y los variados matices de todo aquello que signifique, para la Patria, idealidad, voluntad, acción y trabajo. Aspira a ser la viva voz del pueblo salvadoreño en cuanto exprese las necesidades urgentes de nuestro diario vivir…”
Esta es una voz que, 84 años después, se mantiene vigorosa y palpitante en la mente y corazón de un pueblo deseoso de vivir en libertad, paz y prosperidad.
En las calles del San Salvador de 1936, muchas de ellas todavía empedradas, circulaban carretas tiradas por bueyes y carretones tirados por hombres; camionetas con carrocería de madera, motocicletas Harley Davidson, autos modelo “roadster”, marcas Ford, Studebaker, Buick, Plymouth y Hudson, entre otros.
En la radio y en fonógrafos se escuchaban las orquestas de Jimmy Dorsey y Benny Goodman, además de los cantantes mexicanos Emilio Tuero, Alfonso Ortiz Tirado, Néstor Mesta Chaires, Fernando Fernández, que destacó con canciones de cabaret como “Arrabalera”, y muchos más que hacían multitud. Pero el que se hallaba en el primer lugar de preferencias era Carlos Gardel, con sus tangos, quien había muerto en un accidente aéreo el año anterior.
Embotelladora La Tropical envasaba el agua del lago de Coatepeque y la anunciaba como el agua de Vichy salvadoreña, buena para “todos los desarreglos del estómago”.
En la Avenida Independencia, bordeada de estatuas de mármol, leones y esfinges, frecuentaba bares y lupanares un famoso mandolinista ciego, el Choco Adán que también tocaba con el serrucho melodías para los trasnochadores.
El Club Deportivo Hércules ostentaba a sus estrellas de béisbol: los pitchers Nino Bengoa, Manuel Monterrosa y El Peche Bulnes.
La librerías tenía en oferta Mi Lucha, de Adolfo Hitler, así como obras de Vicente Blasco Ibáñez, Hugo Wast, Victor Hugo, José Ingenieros, Enrique Rodó, Vargas Vila, Bernard Shaw, H.G. Wells y muchos otros.
Entre quienes ejercían oficios populares hacían mayoría los zapateros, sastres, hojalateros, costureras, panaderos, así como vendedores ambulantes de barquillos, sorbetes, minutas y siberianos, unos helados cilíndricos pinchados en un extremo con palillos de dientes.

Periodista.