Un virus letal, el colapso del sistema de salud y el lugar dónde incinerar los cuerpos de miles de fallecidos a causa del COVID-19 han sido los principales problemas que han enfrentado las autoridades italianas.
No es para menos, Italia ya registra más de 12,000 muertes por la pandemia, más del 60 % en la zona norte donde residen miles de trabajadores salvadoreños. Entre ellos están dos hermanas originarias de La Paz, quienes residen en Milán, una de las regiones más golpeadas.
Impotencia, temor, tristeza. Así definen estas compatriotas la situación que han vivido durante el último mes debido a la emergencia mundial.
“La verdad, en muchos momentos he perdido mi equilibrio de paz y de calma, regresando a casa me he soltado en llanto porque el temor grande es que yo ando en la metropolitana, en los buses y uno no sabe quién anda contagiado; para mí ha sido difícil viajar en el bus y ver a la gente que se sube, porque siento desconfianza”, manifestó Silvia Servellón, quien reside en Cinisello Balsamo, una ciudad de 73,000 habitantes aproximadamente, ubicada a 35 minutos de la provincia de Milán.
Silvia tiene la residencia italiana, ya que vive en este país desde hace 28 años. Ella viajó a Europa como turista en 1987, dos años después de que falleciera su padre. “Me vine como consecuencia de la muerte de mi padre y porque en El Salvador estaba la guerra y el país no me ofrecía mucho; aquí vi una fuente de superarme a través de un trabajito”, explicó.
Es madre soltera y trabaja como asistente de adultos mayores
Silvia explica lo alarmante que le resultó conocer sobre el primer caso de COVID, el cual fue registrado en Codogno, un pueblo ubicado a 40 minutos de Milán. “Fue alarmante porque cerraron y no dejaron entrar ni salir a nadie de ese lugar, nunca imaginé que en dos semanas escucharía altas estadísticas de contagios, y contagios y más contagios”, comentó.
Silvia dice que ya casi cumplen un mes de permanecer en cuarentena, y durante este tiempo ha tenido que salir a su trabajo mientras sus hijas se quedan en casa.
“Muy honestamente se los digo que salgo de casa con mucho temor, claramente protegida por una energía que es Dios, protegida por todos los medios que nos han recomendado como son mascarillas, guantes, y si es posible cambio los guantes cada hora, e incluso, aplico gel antibacterial; siempre llevo el documento que autoriza mi salida de casa”, añade.
Otra de las prácticas de prevención que realiza para proteger su vida y la de su familia es dejar los zapatos y ropa afuera de casa cuando llega del trabajo, se lava las manos con detergente y agua caliente; desinfecta superficies y demás cosas que usa, lava la ropa a 50 grados centígrados, y normalmente bebe té caliente.
Cada vez que sale al trabajo, Silvia dice sentir una especie de desequilibrio y tristeza, sobre todo cuando pasa por Milán, donde solo ve y escucha las ambulancias, un panorama muy opuesto a lo que caracterizaba a esta ciudad: llena de comercio, una ciudad viva, en la que daba gusto pasear, trabajar y establecer un hogar.