El Comité de los Cuatro durante en conferencia de paz en París, 27 de mayo de 1919. De izquierda a derecha: David Lloyd, primer ministro británico, Vittorio Orlando, primer ministro italaliano, George Clemenceau, primer ministro francés junto Woodrow Wilson, presidente de EE.UU.
Como contexto histórico, se toma nota de que durante la Primera Guerra Mundial, en 1916, se dio, al otro lado del Canal de la Mancha y del mar Irlandés, en Irlanda, el Easter Rising (El Levantamiento de Pascua) de los irlandeses que deseaban Home Rule (gobierno propio). En la Rusia de los zares, se dio la Revolución Rusa de 1917, el mismo año en que EE.UU. entró a la guerra al lado del Reino Unido, Bélgica, Francia, e Italia (los Aliados). Cuando Francia, durante los 1880, estaba ensanchando su imperio —que era segundo, en este entonces, solamente superado por Gran Bretaña— y buscaba incluir forzosamente a Tunecia, Argelia, Indonesia, Senegal, y otras colonias en África, alegando “una misión civilizadora” parecida a la visión inglesa del “Cargo del Hombre Blanco”, Clemenceau estaba en oposición. Bloqueó la ocupación francesa de Indonesia y de Egipto. Y buscó alianzas con Gran Bretaña y EE.UU.
Después de la Primera Guerra Mundial, Clemenceau (ahora el primer ministro de 70 años o más, enfermo con diabetes), en representación de los sentimientos patrióticos de la población de Francia que había sufrido las devastaciones de guerra a las manos de Alemania, quería la venganza y la compensación. Estaba consciente de que Francia tenía sus fronteras orientales con Alemania. Algunas leyendas francesas alegan que Clemenceau había expresado el deseo de que, después de su muerte, fuera enterrado parado frente a Alemania, de acuerdo con su título honorífico de “El Padre de la Victoria”. Aunque apoyaba públicamente el proyecto de la Liga de las Naciones y los Catorce Puntos que proponía Wilson, en su correspondencia privada expresó que lo hizo para halagar a los americanos con su “juguete inútil”. A la misma vez, declaró después de la guerra que “… sin los americanos y los ingleses, tal vez, Francia ya no existiría”.
Compleja como es la vida, Clemenceau era un estadista republicano, patriota y nacionalista. Había fricciones entre Francia y los Aliados por las diferencias fuertes entre sus experiencias en la guerra. En sus negociaciones con los Aliados y, después con los alemanes, se puede llegar a la conclusión de que no es posible un análisis que corresponda a la visión de que la vida es en blanco y negro, el bien contra el mal, como lo vimos en el cuarto grado. De las características de la paz en 1919 será necesario escribir próximamente. Por el momento, quizás se pueden visualizar y apreciar las cualidades de carácter de Clemenceau en su vida particular y en la política, además de sus habilidades en la diplomacia.
Ahora sobre el período de tiempo antes de su muerte, cuando ya no era primer ministro, tenía unos 80 años, y estaba enfrentando su muerte, era una presencia formidable en la conciencia nacional de Francia. Georges Simenon, maestro de la novela francesa moderna y la serie de casi 200 novelas del reconocido personaje, el inspector Maigret, escribió The President, un roman a clef (novela ficcionada que tiene las resonancias y representación de la vida real e histórica como rompecabezas). Capta en 150 páginas escritas con honestidad y en homenaje a la vida interior de un primer ministro ya anciano que tiene las características de Clemenceau.
“En su vida interior entera, el primer ministro había evitado formar un acoplamiento con nadie, no tanto por principio, o porque tenía un corazón duro, sino para salvaguardar su independencia, que él privilegió por encima de todo”, (traducción propia). En la primera página, Simenon presenta el ministro a la edad de 82 años, viviendo en aislamiento en la costa de Normandía en el norte de Francia. Vive rodeado de un secretario, un mayordomo y otros sirvientes, motoristas, guardaespaldas y detectives pagados por el estado, por su situación de ser ex primer ministro. El ministro imagina que ellos están vigilandolo porque sabe demasiado y el gobierno tiene miedo de que vaya a escribir un mémoire.
El ministro, a quien Simenon nunca da un nombre propio, sí, tiene confesiones de actos indebidos firmados por muchas personas de la vida política pública y, en principio, pudiera usarlos para asegurarse de que no asumieran jamás puestos con el gobierno. Las confesiones documentan la participación negra en lo que nos dice Simenon, era “la crisis financiera posiblemente más negra que había pasado el país desde las asignats de la Revolución”. El ministro vive en soledad esperando las noticias en la radiodifusora, mientras los periódicos nacionales preguntan, “¿Cómo los va a ocupar?”. Tiene todo el gobierno y los candidatos a raya y eternamente preocupados.
Retrato de Georges Clemenceau del pintor Éduard Manet, de alrededor de 1880. Clemenceau y Manet fueron buenos amigos durante muchos años. Museo d’Orsay, París, Francia
En una descripción tomada del paisaje de Normandía, Simenon habla de mucho más que de las vacas muertas: “Un sendero angosto conducía por la campiña al borde de un acantilado. El terreno perteneció a un campesino local, quien dejaba que sus vacas pastaran allí y, de vez en cuando, la tierra se fragmentaba debajo de las pezuñas de una u otra de estas bestias, que después se encontraron 300 metros abajo en las piedras a la orilla del mar”.
Durante muchas interrupciones de la electricidad, que cortan también las noticias y la llegada de periódicos, “Le Premier”—el ministro—piensa en toda su vida política y examina lo que ha hecho bien y lo que todavía le causa nervios, sueños e insomnio. Se dice a sí mismo, nos cuenta Simenon, que había tiempos que en algunos asuntos demostraba “parcialidad”, o sea, no había procedido con objetividad. Que él fue objetivo en todo era una leyenda de un estadista recto quien nunca había cometido desviaciones, que había conducido su vida cumpliendo con sus deberes sin miedo y sin aceptar favores.
Comienzan los sueños y delirios antes de su muerte y él llama a su secretaria para que le ayude a buscar en los libros de su biblioteca (“entre las páginas 40-41 de la edición ilustrada de Pierre Louys”) para quemarlos. Había decidido no ocupar estos documentos para bloquear el ascenso de nadie. Dice a su secretaria que entendió “…que no era algo de lo que pudiera sentirse orgulloso”. Al final de su vida, toma decisiones morales y éticas, que concuerdan con la conducta de su vida entera. Mantenerlos había sido una manera de continuar su participación en la vida política y en la prensa nacional.
Al final, su secretaria se acerca para ver si todavía respira. El ministro abre sus ojos y dice, “No, mi hija, todavía no”.
El New York Times evalúa esta novela de Simenon sobre un anciano parecido a “Clemenceau” y comenta que el libro contiene “los pensamientos privados de una gran figura pública”.
FIN