Comenzó a trabajar en la construcción mientras estaba en Estados Unidos. Foto EDH/ Lissette Lemus
Tres años sobrevivió con el dinero que ganaba en las obras de construcción y, además, mantenía a su familia en El Salvador.
En 2015, el ansiado sueño americano terminó para Rocío; fue deportada. “Lloré por varios días y hasta quise volverme a ir”, recuerda.
Pero comprendió que entre más rápido secara sus lágrimas, más rápido podrían volver a levantar vuelo sus sueños. “Si había podido luchar en un país extraño, también podía luchar en mi país”, dice con un orgullo que borra de su mirada cualquier mal recuerdo.
“Decidí creer que en El Salvador todavía había oportunidades”, reflexiona, mientras sostiene entre sus manos las herramientas, esas con las que construye su futuro.
Deconstruye los esquemas
Desde 2015, cuando comenzó a laborar como constructora en El Salvador, Rocío no ha parado de trabajar en ese oficio al que nunca imaginó dedicarse. En Estados Unidos , los contratistas no paraban de decirle que, por ser mujer, no iba a poder con el peso de las escaleras o que tenía mayor riesgo de caerse de las grandes alturas.
En El Salvador, eso no cambió en lo absoluto. Incluso, encargados de cuadrillas de trabajo la dejaron fuera de los proyectos por ser mujer. “Esa discriminación duele y duele más porque cada día que no llego a trabajar es un día en que el sustento tampoco llega a mi familia”, explica.
“Sobre todo porque tengo las mismas capacidades que tiene un hombre y tengo las mismas necesidades que ellos”, añade.
Rocío está convencida que ser mujer no tiene que significar un impedimento o un retroceso para los sueños y metas laborales. Ella aspira a ser dueña de su propio negocio de construcción. “La vida se tiene que enfrentar como venga pero ser mujer no me tiene que detener frente a los retos”, expresa.
“En todos los proyectos en los que he andado, nunca me he encontrado con otra mujer”, afirma, llena de un particular orgullo.
“Por eso, a veces es un trabajo solitario, pero mi meta es la que me mantiene”, dice; luego añade: “Que mis hijas tengan una carrera universitaria, decirle a mi nieta que le cumplí y no la abandoné, retirarme en una casita de campo con una hamaca y vivir tranquila sin deberle nada a nadie”.
El trabajo en las alturas era una de las excusas por la que los contratistas discriminaban a Rocío. Foto EDH/ Lissette Lemus
Desigualdad marcada
Gabriela Lucha, coordinadora del proyecto Switch, parte de Global Shapers, está convencida que ejemplos como el de Rocío debieran ser modelos a seguir y reproducir en la sociedad salvadoreña . Esta iniciativa busca desaprender estereotipos de género y aprender nuevas formas de comunicación no violenta para las mujeres.
Según datos recabados por este programa, mujeres como Rocío, a pesar de haber completado más de 13 años de estudio, están condenadas a percibir ingresos que siempre estarán, en promedio, un 14% por debajo que el de hombres que hayan llegado al mismo nivel educativo.
Ella explica que toda mujer es capaz de realizar un trabajo como este. Foto EDH/ Lissette Lemus
En profesiones como la construcción, esta brecha tiende a ser mucho mayor por factores como la discriminación de género, que evita que los ingresos sean constantes o hasta seguros.
“Los estereotipos de género limitan lo que las niñas y las mujeres pueden aspirar a ser y lograr. Estos estereotipos son construidos, normalizados e incluso alentados por nuestra sociedad”, es un precepto que Gabriela confirma se ha convertido en la base de la intervención de Switch en casos como el de Rocío en El Salvador.
“Desafortunadamente, estos estereotipos son difíciles de romper y cuesta destruirlos. Para cambiar el panorama, primero debemos tomar conciencia de nuestras ideas preconcebidas y eliminarlas.
Rocío se siente orgullosa de su trabajo e invita a otras mujeres a que se atrevan a romper los estereotipos de género en el ámbito laboral. Foto EDH/ Lissette Lemus