Foto EDH / Archivo
El hombre derribado
Pero si a algunos solo los acechaba de lejos y les intimidaba con las burlonas carcajadas y ruidosos aplausos, había otros a los que se les aparecía y hasta se les aproximaba. Así le sucedió a un trabajador de una finca en Santa Ana, quien terminó acostumbrándose a verla cerca y en todos lados mientras trabajaba.
Mario, un sexagenario, no recuerda el nombre del joven pero sí que trabajaba en la finca de un pariente y que mientras jugaban con él, este les contaba que veía a la Siguanaba en ese momento. Se las describía como una mujer “normal”, vestida de blanco.
“Él decía que lo seguía a todos lados. Cuando subíamos a los árboles, desde allí nos decía: ‘mirá pues, allá está la mujer esa otra vez. Nosotros no veíamos nada pero él señalaba una macoya de matas de guineo. Decía que la mujer lo llamaba. ‘Vení, vení’, pero nosotros no escuchábamos nada, solo lo que él le contestaba. ‘No, yo no estoy yendo’, le gritaba. Luego la insultaba”, relata.
Pero cuando se hizo adulto, el cipote se fue a trabajar a una finca grande, lejos. Con el tiempo les llegaron noticias de aquel adolescente convertido en hombre que había muerto luego de caer de un árbol. Pero aquello, al parecer, no había sido un accidente.
“Contaban que fue tal la cercanía de la Siguanaba con el cipote que se subía a los palos con él cuando este subía a podarlos. Al parecer le contó a unos compañeros de trabajo que la mujer había comenzado a subirse con él a los árboles mientras trabajaba. En una de esas lo botó y lo mató”, cuenta Mario.
Dice que no fue el único caso que él conoció, también supo de otros hombres del pueblo a los que aquel fantasma también los seguía. “A uno se le encasquestaba en el caballo. Y él le decía que se bajara. Hasta que una vez intentó botarlo del caballo y él la advirtió que si lo botaba le iba a disparar. Después se hizo evangélico y ya no le apareció”, relata.
Otro hombre también había sido seducido por la Siguanaba, aparentemente, en la madrugada. La vio un hombre llamado Ricardo, cuando la mujer con larga cabellera y que ocultaba su rostro, llenaba un cántaro en un chorro público. Cuando él, sin imaginar que era un espíritu, la comenzó a enamorar y ella lo condujo hasta la calle que conducía al cementerio.
“Deme un besito”, le habría pedido el hombre a aquella misteriosa mujer. Pero ella le mostró el rostro. “Contaba que tenía la cara fea y por ojos tenía dos huracos. Dice que solo se le ocurrió correr pero que sentía que la lengua le colgaba del espanto. Sintió más miedo y corrió más cuando la oyó aplaudir y reírse”, cuenta Mario.
El borracho acosado
Manuel era un músico parrandero que le gustaba trasnochar. Nunca había visto ninguna aparición en sus largas caminatas nocturnas de regreso a casa hasta que un día tuvo un encuentro con la famosa Siguanaba, aunque aclara, nunca la vio, solo la escuchó.
Pasaba de las 11 de la noche cuando este trovador caminaba a toda prisa. Cuando pasaba junto al cementerio, Manuel recuerda que vio a un hombre, sentado sobre una piedra y rápidamente pensó que se podía tratar de algún asaltante, por lo que apresuró el paso y se puso en alerta por si necesitaba usar un revólver que siempre portaba.
De repente, el hombre se levantó y le preguntó si podía caminar junto a él porque justo en la barranca, que estaba a unos metros adelante, se le aparecía siempre la Siguanaba y no lo dejaba pasar.
Manuel cuenta que al notar que aquel hombre estaba borracho no le creyó la historia. Apresuró más el paso y le dijo: ‘mire amigo, si quiere que pasemos juntos esa barranca camine rápido porque yo voy apurado’.
Por el efecto de la embriaguez, aquel hombre caminaba tambaleante y con dificultad se ponía al ritmo de Manuel. Cuando se aproximaban a la quebrada que daba a una barranca, el borracho le dijo, agitado: mire, allí está la mujer. ¿Ve que le digo que siempre me sale allí? Es que no me deja pasar, siempre sale en ese lugar”.
“Yo en realidad no veía a la mujer que me señalaba el bolo, pero sí veía el movimiento de las ramas de los palos de café a un lado de la calle, como cuando alguien pasa corriendo. También escuchaba como si alguien pisaba la hojarasca, como si caminara. De repente escuché las carcajadas bien fuertes y que aplaudían. Yo jamás había escuchado aquella cosa. Solo recuerdo haber corrido y que dejé atrás al bolo”, relata Manuel.
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