Se escuchó en la lejanía de los riscos la canción de Magila: “Halcón de cetrería que se perdió en el día de las colinas frente al mar/ No supe dónde iría mi Halcón de cetrería/ Que me dejara sin volar/ perdiéndose en la ría de algún estuario de ilusión/ Que se esfumó en el viento, allá en la azur inmensidad/ Creí no volvería mientras mi amor moría/ Halcón de cetrería ¡Que se perdió en el día!”. Ciertamente fue en el deshielo del amor que la nueva floración cubrió la leyenda. Se abrieron las margas a un lado del camino como lámparas de miel. “He visto el porvenir de Magila y del cetrero –dijo Sibila–. El amor no ha muerto, pero hay una sombra de muerte. No sé si del amor o la esperanza. Es uno de los dos quien muere. No sé si en un incendio o por la ballesta de un arquero”, dijo sombría su eterna mirada. “Ha vuelto a vivir mi ilusión en el deshielo –dijo Magila–. Ha vuelto mi cernícalo del mar. Como vuelve el amor, derritiendo el frío en las entrañas y en mis bosques de luz la tibia aurora”. Era la migración temprana de las aves del verano. O de los marinos añil que vuelven desde lejos. Era, en fin, el mismo tiempo, la misma vida, la misma feria. El mismo porvenir de los amantes en ojos de Sibila: “Se pierden y se buscan; se encuentran tú y él. Pero después hay uno que desaparece. Miro una flecha y una luna; un ave de presa y un corazón. No sé cuál de las lunas está herida o si hay un corazón, sangrando en el aire. ¡No puedo predecir el nefasto porvenir de los enamorados!” (XVII)
Canción de ausencia en el deshielo

2020-01-23 7:26:46