Imaginar unas navidades sin la omnipresente imagen de Santa Claus suena a ciencia ficción, pero México estuvo a punto de hacerlo realidad en 1930. ¿La alternativa? Popularizar la figura del dios prehispánico Quetzalcóatl como un símbolo navideño.
El 23 de diciembre de ese año, el Estadio Nacional de la capital mexicana, donde se realizaban los grandes eventos políticos de la época, fue escenario de un suceso muy peculiar.
El presidente del país, Pascual Ortiz, organizó una entrega de regalos a miles de niños ante una pirámide prehispánica presidida por Quetzalcóatl.
“Fue una propuesta nacionalista del secretario de Educación, Carlos Trejo, para sustituir a Santa Claus y poner una cosa más mexicana”, cuenta a Efe el historiador Alfredo Ávila, profesor e investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Las crónicas de ese día en el periódico El Universal retratan una extraña combinación entre los árboles de Navidad decorados con luces de colores y la procesión de sacerdotes, batallones y bailarines honrando a Quetzalcóatl, representado como una serpiente emplumada.
La primera dama, Josefina Ortiz, fue una de las encargadas de repartir juguetes y dulces a los niños pobres que acudieron al espectáculo, que contó con la asistencia de cerca de 15.000 personas, incluidos diplomáticos extranjeros.
Los inicios del siglo XX estuvieron marcados por un nacionalismo exacerbado en buena parte del mundo occidental y México, donde acababa de triunfar la revolución contra el dictador de gustos afrancesados Porfirio Díaz, no fue una excepción.
“Los gobiernos mexicanos de los años 30 usaron una retórica nacionalista con fuertes referencias de tipo prehispánico para enfrentarse a lo que veían como una posible invasión cultural estadounidense”, explica el historiador.
Fue una época en la que diversas marcas estadounidenses entraron con fuerza al mercado mexicano y Coca-Cola popularizó la figura de Santa Claus.
UN PASADO MITIFICADO
Sustituir al entrañable anciano de barba blanca por la serpiente emplumada era la forma que tenían las autoridades mexicanas de “potenciar el orgullo del país mirando a sus raíces”, unos orígenes muchas veces mitificados.