Habibi Niño Jesús

Bajando a una especie de sótano con luz amarillenta se llega a un pequeño altar, en cuyo suelo está la Estrella de 14 puntas con la inscripción “Hic de Virgine Maria Iesus Christus natus est” (“Aquí Jesucristo nació de la Virgen María”)

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Foto PNC

Por Mario González

2019-12-23 7:40:14

No es fácil creerlo y procesarlo cuando el médico te dice que casi todos los análisis indican que tienes cáncer, pero es más increíble cuando estás resignado a iniciar un complejo y penoso tratamiento y, de repente, los papeles cambian, las biopsias descartan la malignidad y más bien la vida te lleva por otro camino… donde comenzó tu historia, nuestra historia.
Tras hacer una obligada visita a la Guadalupana en Ciudad de México y sin planearlo —como el viaje mismo—, Guadalupe, el avión insignia de Aeroméxico, estaba listo para llevarnos a mi ángel y guía y a mí a cruzar el Atlántico. Tras pasar el charco y hacer una parada necesaria en Roma, estábamos en el aeropuerto Ben Gurión en Tel Aviv.
Sin nada de ostentación y como buenos peregrinos —mochileros, nada de reposada excursión religiosa— nos trasladamos en bus a la Estación Central de Jerusalén, una frenética maquinaria de transportes hacia cualquier lugar y miles de viajeros y circunstantes, muchos de ellos judíos ortodoxos con sus trenzas y trajes y sombreros negros y mujeres con sus velos, que le dan al sitio una apariencia de hormiguero humano.
Tomamos un bus repleto de pasajeros hacia Cisjordania, el límite entre Jerusalén y Belén, caracterizado por sus descomunales murallas que separan a judíos de palestinos. Los bien armados guardias israelíes en los “check points” se alegran al ver pasaportes de El Salvador y uno de ellos, sonriente, nos dice: “¡El Salvador, El Tunco!”, saludándonos con la diestra al franquearnos el paso.
En la ciudad del Rey David, de 25,000 habitantes, nos alojamos en un hotel aún en construcción, desde donde se divisa una iglesia luminosa como oro que rompe la oscuridad de la noche. “Nativity Church”, dice nuestro anfitrión palestino, Bazán, muy risueño, aunque aclara que él no es cristiano, pero que estaría contento de que fuéramos al lugar.
Dicho y hecho. Al siguiente día, a primera hora, partimos para ese sitio en medio de una ciudad de casas y edificios blancos —muchos de ellos en construcción o reconstrucción después de los enfrentamientos que ha habido en el pasado—, sin mucha modernidad ni rascacielos, con barrios pobres o modestos como colonias de Soyapango o Ilopango, con sus pulperías o tiendas de lo básico, sin tráficos ni grandes embotellamientos. El apacible silencio sólo es roto por las campanas de iglesias cristianas, católicas u ortodoxas, tañendo a pausas.
Los días son tan calurosos como los de San Miguel, pero las noches son tan heladas como las de octubre-noviembre en El Salvador, con vientos que rechiflan y que transportan el murmullo de lejanas plegarias musulmanas.
Después de una caminata de media hora, llegamos a la Basílica de la Natividad, una antigua fortaleza de piedra dejada por los romanos orientales de Justiniano, que está frente a la Plaza del Pesebre. Entramos por una puerta estrecha —como de la que hablaba Jesús— por la cual los peregrinos llegan a un antiguo caserón con lámparas de aceite, íconos y retablos de santos y ornamentación bizantina, donde se agrupan para entrar al sitio en que, según la tradición, nació Cristo.
No es una locación de muchedumbres, como la Plaza de San Pedro, sino una estancia estrecha, donde peregrinos de todas las naciones llegan por pequeños grupos, entran a orar ordenada y brevemente y salen. Bajando a una especie de sótano con luz amarillenta se llega a un pequeño altar, en cuyo suelo está la Estrella de 14 puntas con la inscripción “Hic de Virgine Maria Iesus Christus natus est” (“Aquí Jesucristo nació de la Virgen María”). Una indescriptible emoción invade los espíritus, la incredulidad de estar allí paraliza y el sudor por el calor moja la ropa, al hacer una pequeña y reverente fila para arrodillarse ante la Estrella y orar trémulos, quebrarse y llorar… Pensar que este Rey y Salvador tuvo que nacer en este que era un comedero de animales, entre la paja y la pobreza, porque no había lugar para Él en el corazón de la humanidad… Y aún así nos amó y nos enseñó a amar a los demás, incluso a los enemigos, a costa de entregar Su vida. ¿Qué tributarle en la plegaria? La vida, la familia, la empresa donde trabajo, los compañeros y amigos, los enemigos ¿por qué no?, el vecindario, mi país El Salvador… Todo eso fue lo que dejé allí…
Después de orar brevemente, con la camisa empapada por el sudor salimos y nos encaminamos a la vecina iglesia de Santa Catalina, un poco más moderna, también dedicada a la Natividad pero bajo la custodia de los franciscanos, para hacer una oración más contemplativa, reponernos y refrescarnos. Al salir sentí una gran paz interior, casi como levitando y con la mirada perdida…
Cuando dejamos Belén, la familia de Bazán nos despidió con un típico “Habibi”, una palabra que significa “queridos” o incluso, según el grado de afecto, “muy amados”.
Ciertamente no es necesario ir tan lejos para tratar de ser mejor cada día, pero después de un acto de fe como este ya no me siento igual. Si la vida me debía algo, de esta forma me lo pagó con creces y me quedé debiéndole. Me dio tanto o más que, como decía San Francisco de Asís, ahora “deseo poco, y lo poco que deseo, lo deseo poco…”.
Y no se trata de sentirnos bendecidos por los lugares, sino por lo que representan, por recorrer los mismos caminos e ir a los mismos sitios que Cristo y tantos protagonistas de la historia de la salvación recorrieron, lo que marcó el sendero para nuestra imperfecta civilización.
El Guadalupe no nos trajo de regreso perfectos, santos, inmaculados; falta mucho por cambiar y mejorar, pero después de eso te sientes diferente y aprendes a darle su valor a las cosas que lo tienen y desechar lo fútil. Cada vez que hay algo que me importuna, recuerdo nuestra aventura y pienso que ya no soy el que se fue, sino el que regresó y que no puede darse el lujo de perder esa emoción y esa luz interior que me acompañan hasta hoy y espero hasta que entregue mi espíritu. Lo vivido, lo viajado y lo bailado nadie te lo puede quitar…
¡Feliz cumpleaños, Habibi Jesús!
¡Feliz Navidad a todos!

Periodista