En los últimos tiempos, ha saltado a la palestra pública un buen número de organizaciones pro animales, cuya loable labor ha conseguido mejorar las condiciones de vida de muchos perros y gatos que se encontraban viviendo en las calles en condiciones deplorables.
A estas entidades también se suman personas particulares, quienes ofrecen su tiempo, trabajo e incluso su espacio personal para el bienestar de las mascotas.
Entre estos últimos, sin embargo, se distinguen algunos individuos cuyo aparente deseo de protección revela un trastorno mental, que en psiquiatría se conoce como el síndrome de Noé o acumulador de animales.
Este consiste en hacinar en un espacio reducido un elevado número de especies, que pueden ir desde gatos y perros hasta reptiles, roedores, aves, animales exóticos e incluso de granja. Pero con la característica de que no cuentan con los cuidados mínimos necesarios.
Según la Sociedad Americana para la Prevención de la Crueldad hacia los Animales (ASPCA, por sus siglas en inglés), el acaparamiento de mascotas es un problema complejo e intrincado con efectos de largo alcance que abarcan problemas de salud mental, bienestar animal y seguridad pública.
Con respecto al perfil del acumulador, la investigadora española Paula Calvo, de la Universidad Autónoma de Barcelona, sostiene que este trastorno “no entiende de edad, ni de género ni de fronteras socioeconómicas (…) Se ha observado tanto en hombres como en mujeres, jóvenes, ancianos, casados, solteros o viudos, y en personas con un perfil profesional alto”.