Fallece el periodista Luis Fuentes Hernández

“Don Luis” o “Lucho” como le decían cariñosamente, laboró como editor de El Diario de Hoy, en donde ayudó a formar a varias generaciones de periodistas.

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El periodista Luis Fuentes Herrera (centro) laboró como editor en El Diario de Hoy. En esta imagen junto a sus colegas Pedro Rodríguez (izquierda) y Rolando Monterrosa (derecha). Foto EDH / Archivo

Por Rolando Monterrosa

2019-11-23 9:30:22

El periodista Luis Fuentes Hernández, “Lucho”, falleció ayer a causa de una complicación respiratoria, asistido por sus familiares más cercanos.

Originario de Olocuilta, perteneciente a una familia de agricultores, Lucho, como le llamábamos los amigos, cursó en la década de los 40, sus estudios en San Salvador, en el Colegio García Flamenco, entonces bajo la dirección del venerado Maestro Rubén H. Dimas, para luego ingresar a la Universidad Nacional, donde estudió hasta el tercer año de Psicología.

Por presiones económicas abandonó la carrera y, a finales de esa década, consiguió empleo en El Diario de Hoy, prácticamente el único que desempeñó durante su vida, en una singular paridad de entrega apasionada a una nueva disciplina, el periodismo y, dentro de él, al delicado y difícil ejercicio de la edición.

Editar, para los no familiarizados con el término, es el acto de revisar de manera integral textos, lo que a su vez implica no sólo su lectura, corrección ortográfica y ajustes sintácticos, o de estructura gramatical, sino también la interpretación de lo que los autores quisieron decir en su momento. Lo primero es casi mecánico, esto último, un extenuante desafío al entendimiento lógico, a la intuición y a la estrecha e inexcusable interrelación con los autores.

Los primeros años

Luis se inició en el Diario como encargado del Departamento de Noticias Internacionales, en los años cincuenta, mucho antes del boom tecnológico. La empresa contaba entonces con un radioreceptor marca Hallicrafter, de patente alemana, en el cual escuchaba las noticias transmitidas, por onda corta, desde las emisoras de noticias de Europa y América. Tomaba notas de los más importantes acontecimientos mundiales para publicarlos en la edición del día siguiente.

Pronto su correcto uso del idioma y su impecable conducta laboral, buen trabajador —silencioso y eficiente, como una máquina de relojería—, captó la atención de los directivos de la empresa quienes, además de su tarea diaria, le asignaron la que por entonces se llamaba “corrección de estilo” o “corrección de pruebas”. Esta última se practicaba en largas tiras de papel, impresas directamente de las galeras de textos vaciados en una aleación de plomo y estaño, por una maravillosa obra de ingeniería mecánica llamada Linotipo, tecnología de punta que, a la sazón, había potenciado la velocidad de levantado de textos para la impresión en caliente de los grandes periódicos del continente.

En la sala de redacción del antiguo edificio del Diario, vecino al Mercado Central, en medio del ruidoso teclear y el retintín del ir y venir del rodillo de las máquinas de escribir Remington y Royal de los redactores, Luis pasaba las horas encorvado sobre las tiras de pruebas poniendo al margen del papel la misteriosa signatura de la edición que sólo entendían los correctores de oficio y los levantadores de texto en metal. La imagen más aproximada al incansable editor era la de un monje benedictino copiando textos antiguos. En el caso de Luis se trataba de la lectura y corrección de los miles de caracteres de la edición diaria.

Lucho, como algunos colegas de El Diario de Hoy le llamaron con cariño, fue un hombre humilde, reservado, de pensamiento agudo y muy cordial. Foto EDH / Archivo

El Diario

Por la entusiasta y eficiente aplicación a su trabajo a Luis se le confiaron no sólo la destilación de los textos de las ediciones diarias sino también la edición y diseño semanal de la sección de “Literatura, arte y letras”, ya desaparecida, a la que concurrían los trabajos de escritores nacionales: Hugo Lindo, David Escobar Galindo, Luis Gallegos Valdés, Matías Romero y muchos otros.

En el área de internacionales, Luis se adaptó de inmediato a la novedosa incorporación al departamento del Teletipo. Este último recibía textos redactados por impulsos eléctricos activados desde los lugares de origen —Washington, Londres, París—, en tiempo real, y eran recibidos en tiras de papel que, a medida las arrojaba la máquina, eran cortados y procesados por Luis, el operador local.

Una característica laboral de Lucho fue su capacidad natural a la adaptación a los cambios tecnológicos que se sucedían, cada vez con mayor celeridad y complejidad. La empresa estaba siempre a la vanguardia de esos cambios y sometía a su personal a cursillos de capacitación impartidos por técnicos extranjeros. Así, en menos de veinte años Luis había asistido a la transformación tecnológica del Diario que lo llevó del primitivo uso de las manos para levantar textos, pasando por máquinas de escribir mecánicas, a las más sofisticadas máquinas eléctricas, IBM y Olivetti, hasta ajustarse sin mayor esfuerzo al advenimiento de la era digital. Luis fue la clara demostración de que la tecnología no desplaza al trabajador inteligente, sino que lo capacita y transforma en la misma medida en que ella avanza. Con ello Lucho se convirtió en testigo militante de un sobresaliente jirón de la historia del periodismo en El Salvador.

Los compañeros

Es mucho, y excede a este espacio, lo que podemos decir de Luis, quienes tuvimos el privilegio de trabajar a la par suya: siempre estuvo atento a compartir sus conocimientos y experiencias con los jóvenes recién contratados. Tenía “ojo” para descubrir a los mejores como, Mario González, actual Jefe de Edición del Diario, entre muchos otros. Era un trabajador silencioso, hasta extremos de lo “profundamente silencioso”, apenas si hablaba lo necesario cuando se hundía, con ceño fruncido y manos ágiles para manejar papeles y trazar signos en ellos, en su siempre ordenado escritorio. Parecía no darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor pero sorprendía al incorporar su punto de vista en una conversación colateral de compañeros, con quienes siempre se manifestó, colaborador y solidario en asuntos que iban de lo económico hasta el paternal aporte de consejos y advertencias. Pese a su rostro imperturbable, Luis era percibido como un hombre desenfadado, capaz de decir y hacer cosas divertidas jugarnos, por ejemplo, bromas inofensivas a quienes le rodeábamos, contar chistes y reír, más bien sonreír porque nunca escuchamos de él una carcajada.

Aunque Luis no fue particularmente afín al culto religioso manifestó siempre su fe en Dios. Afirmaba no guardar rencor hacia los asesinos de su familia. A Oscarito lo llamaba su “ángel guardián” y confesaba invocarlo en ocasiones de secreta tribulación.

No cabe duda de que el nombre de hombres como Luis, cuando mueren, son inscritos en el “Libro de la Vida”, en el que, según Malaquías 3:16, se encuentran las personas a las que Dios premiará con vida eterna.

Sobreviven al periodista su esposa, doctora Margarita Barra de Fuentes y sus hijas Luisa Margarita y Gabriela; de su primer matrimonio: Mario Humberto y Luis Enrique.